Los niños de Collado. Joaquín Collado
Fotolibrería Railowsky
C / Grabador Esteve, 34. Valencia
Hasta el 30 de junio
Los niños son ángeles sin alas en esta sociedad impregnada de puritanismo calvinista y buenismo sensiblero. Entidades puras incapaces de romper un plato, aunque más de uno ejerza de auténtico tirano (Síndrome del Emperador) o de rey del consumismo. Pero la infancia también tiene su lado oscuro como supo reflejar de forma magistral Narciso Ibáñez Serrador, en 1976, en su inquietante filme, Quién puede matar a un niño, fotografiado por cierto por el gran Alcaine. La crueldad y la malicia se pueden manifestar en estadios precoces, sobre todo en ambientes hostiles, y si bien para unos la niñez recordada es el territorio de la felicidad absoluta, para otros es una iniciación traumática a una realidad a la que no es fácil adaptarse.
La infancia es una página en blanco, sí, pero el diseño del libro ya está trazado y en la mirada de cada niño, en la expresión de su rostro, en la actitud de su cuerpo, un ojo atento puede intuir el adulto que alumbrará en un futuro. Es lo que hizo la cámara de Joaquín Collado en los años cincuenta y sesenta en un recorrido por los paisajes de la infancia, cuyo resultado puede contemplarse en la galería y librería Railowsky hasta el 30 de junio.
Niños solitarios o en grupos bulliciosos. Niños retadores y desafiantes o candorosos y solemnes. Collado no fotografía sólo a estos pequeños personajes anónimos, sino que se recrea en atmósferas y ambientes. Tras ellos se perciben paisajes reconocibles de una Valencia que ya parece muy antigua: la fachada de los grandes almacenes Ademar Oeste en la avenida del mismo nombre, callejuelas destartaladas del barrio del Carmen, la feria de Julio de la Alameda, puestos de churros, de chamarileros. Escenarios impregnados de melancolía clamando que el pasado no siempre fue mejor.
Joaquín Collado, que pronto cumplirá 83 años, compró su primera cámara, en 1959, como hacen muchos padres, para fotografiar a su primer hijo, Joaquín y se enganchó. “Siempre me gustó hacer colecciones temáticas y tengo muchas”, dice. “De romerías, del barrio chino y de personas relacionadas con el mundo festivo, que me interesan mucho’.
Fiel a Nikon, Collado todavía ejerce por puro placer su vocación de fotógrafo urbano y ambulante. “Me paseo por el Rastro o la Plaza Redonda, convivo un rato con la gente y luego le pido a alguien permiso para fotografiarlo y le regalo la foto”.
Una especie de intercambio instantáneo de almas y de imágenes que puede tener efecto a largo plazo. Quizá algún viejo niño de Collado, hoy anciano venerable, descubra con asombro este mes en Railowsky un mínimo fragmento de su pasado.
Bel Carrasco
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