Shit Behind Beauty, de Javier Palacios
Galería Espai Tactel
C / Dénia, 25 B. Valencia
Inauguración: viernes 8 de mayo, a las 20.00h
Hasta el 19 de junio
En las pinturas recientes de Javier Palacios (Jerez de la Frontera, 1985), el protagonista principal es una suerte de minucioso e infinito plegamiento de las superficies, el cual termina por apoderarse por completo de la escena, indistintamente de que ésta consista en el primer plano de una cara -anónima o conocida-, o, ya de manera autónoma, distintos materiales cuya naturaleza y origen deviene secundario en aras de resaltar, precisamente, su completo arrugado, abullonado, arrebujado, plisado…
Plásticos y envases, bolsas y blister, papeles metálicos, de aluminio, etcétera, son el repertorio iconográfico cuya notable técnica los aborda desde primeros planos que vuelven prácticamente irreconocible el motivo.
La pintura, cuya inercia material (se arruga o se craquela) coincide aquí con los objetos representados, parece instalarse en un movimiento autorreflexivo muy de nuestros días. Pintura sobre las cualidades y los límites de la propia pintura, que indaga un doble límite frente a la abstracción: no sólo las “figuras” representadas tienden aquí, en las imágenes de Palacios, a rozar la frontera de lo irreconocible ahondando en el detalle de la reproducción, en la retórica de la mímesis (en algunos momentos hasta el borde del hiperrealismo), sino que a cada paso parece que lo que anima al pintor es cierta voluntad tautológica en torno a la capacidad de la disciplina de representarse a sí misma a partir de concentrar su figuración sobre los propios medios: el color, la materia, la unción, la capa, la adherencia…
(…) El Barroco es el arte de lo informe por excelencia, y en esta línea, sólo que hoy ya con la ironía fría del distanciamiento, también podemos incluir a nuestro protagonista, quien por su parte ahonda en esa escuela de los pliegues de la materia ya sólo como paráfrasis e imagen-superficie.
Estas pinturas “impecables” de Palacios, que entre la abstracción y la figuración, pues, pero también entre la ventana y el espejo que ofrece tradicionalmente la vieja disciplina, nos dejan con la duda de si hablan del propio medio o se lanzan más allá.
(…) El origen de este arrugamiento proliferante es múltiple: un síntoma de la senectud de la gran disciplina pictórica, cuya larga historia y experiencia, resabios y cuestionamiento, simulaciones y disimulos la han llevado al borde de la extenuación. Su cuerpo viejo es un campo estriado y profundo, de una densidad ya ilegible en su totalidad. Los rostros que presenta (y que la representan), ya no pueden aspirar a la inocencia, a decir las cosas por vez primera y con voz ingenua. Pero es también consecuencia de un movimiento de repliegue, que hace oscilar lo exterior frente a lo interior continuamente: la manifestación sucinta de que, casi como estroboscópicamente, lo profundo es la piel y viceversa. Lo más banal, los despojos, adquieren la forma suntuosa del drapeado, del envoltorio del cuerpo y, metafóricamente, incluso del alma; y así, los plásticos y celofanes de deshecho brillan con el tornasolado de los más suntuosos ropajes y telones, de telas damasquinadas, de la alta costura que sólo cubre un cuerpo ideal…
Lujo y luto, pues, como expresión última de cierto impulso barroco que Javier Palacios ha sacado al escenario desde el callejón trasero, donde se acumulan los desperdicios, y que haría las delicias de una sensibilidad como la de Caravaggio, tan atento a las texturas y los pliegues del mundo, de todos los rincones del mundo.
Óscar Alonso Molina
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