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‘Un bany propi’, de Lucía Casañ Rodríguez
Película inaugural de la 39ª Mostra de Valéncia-Cinema del Mediterrani
Reparto: Nuria González, Carles Sanjaime, Amparo Ferrer-Báguena, Manuel Valls, Antonio Martínez ‘Ñoño’
Fotografía: Borja Vázquez Salom
Música: Vincent Barrière
España, 2024, 102 min.
Decía Virginia Woolf que la única vida emocionante era la imaginaria. Un imaginario que la escritora británica entendía así: “Mi mayor deseo fue siempre aumentar la noche para poder llenarla de sueños”. Solo que esos sueños, en muchos casos, se tornaban pesadillas: “Nada más grueso que una cuchilla separa la felicidad de la melancolía”, llegó a afirmar.
Lucía Casañ Rodríguez se hace eco de ese carácter bipolar que sufrió la autora de ‘Orlando’, ‘La señora Dalloway’, ‘Las olas’ o ‘Una habitación propia’, en su película ‘Un bany propi’, con la que se inaugura la 39ª edición de la Mostra de València-Cinema del Mediterrani.
Lo hace manteniendo en cierta forma esa bipolaridad en la figura de Antonia (Nuria González), para, en lugar de llenarlo todo de sombríos claroscuros, utilizar el realismo mágico con el fin de bañarlo todo, valga la rima, de un gran colorido no exento de los blancos más melancólicos, como metáfora del papel donde ha de escribir la protagonista de su película los vaivenes propios de la creación.
La vida hogareña de Antonia junto a su marido Alberto (Carles Sanjaime) transcurre entre el tierno amor que se profesan y el torrente creativo que, poco a poco, se va abriendo paso entre ambos debido a la necesidad de escribir que habita en ella. Hasta que una herencia inesperada, con cláusula añadida para que el dinero le corresponda únicamente a Antonia, estimule lo hasta ahora más o menos larvado.
En el sobre que acompaña la noticia del millón de herencia, van escritas estas palabras de Virginia Woolf: “Una mujer, para escribir, necesita dinero y una habitación propia”. Palabras que resuenan en la mente de Antonia y de la propia Lucía Casañ como germen de una escritura que ya no hay modo de pararla, aunque la protagonista de ‘Un bany propi’ necesite todavía realizar cierto trayecto. El trayecto que la directora filma para que ambas, tanto el personaje fruto de su imaginación como ella misma, conviertan la necesidad interior en virtud creativa pública.
Y es así, con esa rememoración de Virginia Woolf, como empezamos esta entrevista, en la que también se alude a otro de los referentes de ‘Un bany propi’: la película ‘El anacoreta’, de Juan Estelrich, protagonizada por Fernando Fernán Gómez, el actor que da nombre al pez que se le aparece a Antonia desde el fondo del retrete. Pero vayamos poco a poco.
¿La frase de Virginia Woolf fue el germen de la película o se incluyó después de que surgiera la idea que da forma a la trama?
Virginia Woolf fue el germen y el detonante de la película, porque leer su novela ‘Una habitación propia’ fue una revelación para mí, la verdad. El origen de ese texto está en la petición que le hicieron a Virginia Woolf acerca de si podía escribir algo sobre la mujer y la literatura.
Y cuando se pone a reflexionar sobre ello se da cuenta de que el tema era muy amplio y, por tanto, decide escribir sobre otra cosa a partir de la frase que aparece en la película: “Una mujer, para escribir, necesita dinero y una habitación propia”.
Una habitación propia que, sin embargo, contiene esa dualidad entre el lugar que dio pie al trauma infantil que arrastra Antonia [una monja la obligó a salir del baño en el que se escondió de niña con su diario, para ser recriminada por ello] y los baños que ahora ocupa como espacios donde volcar su creatividad.
En la película hay una reflexión sobre los espacios heredados y las utilidades que tiene el propio espacio, entendido como espacio público, en el que ella no ha tenido la potestad de poder conquistarlo. Entonces, a Antonia, lo que le pasa al principio, es que no tiene esa pertenencia del espacio, tiene sus traumas y luego, poco a poco, va consiguiendo redefinir ese espacio y hacerlo propio.
‘Un bany propi’ está contado desde cierto realismo mágico, que se puede advertir, por ejemplo, en la aparición del pez Fernando en el retrete y en esa atmósfera de ensoñación que surge cuando ella amplía el espacio del baño, simplemente empujando con sus manos una pared.
El concepto de realismo mágico lo tengo desde que empecé a escribir, porque para mí era muy importante desprenderme de lo costumbrista y de lo realista, ya que, si llevamos esto a la realidad, no estaría bien que Antonia se encerrara en un cuarto de baño para estar a gusto. De ahí que fuera tan importante desprendernos de la realidad para poder entenderlo todo desde un punto de vista más metafórico.
Por eso desde el diseño de producción, la puesta en escena o elementos como el pez o el movimiento de la pared, todo ello está pensado para establecer como una conversación con el mundo onírico. Realmente estamos viendo el cuento que escribe Antonia. No estamos viendo cómo es el marido o el resto de personajes, sino que vemos la caricatura o la representación de cómo ve Antonia a cada uno de ellos.
Utilizas colores muy fuertes para describir la casa donde transcurre la acción: rojos, azules, verdes, al modo en que los utilizan, por ejemplo, Pedro Almodóvar, Vincente Minnelli o Douglas Sirk.
Ah, mira, pues Douglas Sirk ha sido un referente. La verdad es que hemos tenido mucho tiempo para trabajar los colores [se refiere a ella y al director de fotografía Borja Vázquez Salom], desde mucho antes de que empezara la preproducción. Entonces, recuerdo que cuando me dieron luz verde para hacer la película, ya lo hablé con el productor de que para mí era muy importante el tema del espacio, no solo en cuanto a su disposición, sino en cuanto a sus colores.
De ahí que bastante del dinero de la producción se fuera a eso, a la construcción de ciertos espacios que para mí eran fundamentales. Esas paredes largas sin techos le dan ese aspecto de teatro, de plató, que también estábamos buscando.
Y con respecto a los colores, nos dan ese código de cuento, alejado del costumbrismo realista. La cocina, por ejemplo, es amarilla, porque cumple una función determinada; el salón es verde y rojo; la habitación es azul, y el baño blanco, porque para mí era como la página en blanco de una libreta sobre la que Antonia va a trabajar.
El momento en el que Antonia, después de tantas idas y venidas, instantes alegres y sombríos, considera que ya posee baño propio, ¿tiene que ver con la superación del trauma que emerge al rescatar su diario de la infancia y ver ciertas páginas rotas?
Este cambio es el que más me costó en guion. No te imaginas los diferentes finales de habitaciones de baños propios que había en la película. Lo que me di cuenta es que cualquier persona que emprende una actividad que siempre había aspirado a hacer, pero que le da miedo, lo primero es superar esa sensación de ridículo que tenemos al hacer algo nuevo y en la soledad que la acompaña y que te lleva a pensar que no estás pensando en el resto de las personas.
Antes, Antonia hacía las cosas por costumbre, pero luego percibe que ya nada va a ser igual. Y esa libreta que abre es el detonante para superar esa profecía autocumplida de que se iba a quedar sola.
Al mismo tiempo, el momento en el que se queda dormida y llega Alberto es importante, porque Alberto es un personaje muy torpe, que evidentemente está torpedeando muchas de las ilusiones de Antonia, pero para mí es desde la torpeza, no es desde la maldad, y cuando se da cuenta de que su mujer es más feliz así y entonces la tapa, apaga la luz y acepta que ella se quede allí a dormir, a partir de ahí es cuando ella puede ser lo que quiere, sin estar padeciendo.
El personaje de Bob, el poeta de los retretes, arroja cierta luz irónica, con esa alusión a uno de los poemas de los urinarios firmado por Julio Pérez Retrete y que dice: “A veces atropello a gente solo para sentir que alguien se muere por mí”.
Esa es una frase real de un cuarto de baño, porque yo estuve buscando algunas, tanto por baños de Valencia como por Internet, precisamente para incluirlos en la película como parte del personaje de Bob. Y me hizo gracia, la verdad.
Al final, para que Antonia logre su objetivo de escribir el relato que quiere enviar a un concurso de cuentos, se hace necesario quebrar la continuidad espacial que la une con Alberto. ¿Es esa la explicación de la imagen que los divide?
No encajan, efectivamente, esos planos, porque las ópticas y las distancias en las que cada uno está con respecto a la cámara son diferentes. No es una pantalla partida al uso, de manera que cuando cada uno de ellos entra en el campo del otro se deforman, porque van a tener que entender el espacio del otro.
Sigue el amor entre ellos, lo que pasa es que ahora mismo uno ha cambiado y lo que al otro le convenía, y es que Antonia no cambiase, ahora ya no puede ser y se tiene que ir acostumbrando al cambio y a desaprender lo vivido.
Con lo que le ha costado escribir el relato y, al final, va Antonia y lo arroja al fondo del retrete. ¿Por qué?
Bueno, la verdad es que yo quería rodar una escena post créditos, pero no daba ya el dinero, en la que el libro apareciera en un baño de cualquier otro sitio, de manera que el cuento de Antonia llegaba a otra persona.
Luego, también es que las cosas importantes o mágicas a Antonia le llegaban por el retrete, como el pez Fernando o el papel anunciando el concurso de relatos. Y, además, está el guiño a la película ‘El anacoreta’, que fue igualmente un detonante a la hora de realizar mi película, y por eso se llama Fernando el pez.
¿De dónde crees que nace la necesidad de escribir, de crear, que tienen algunas personas?
Buf, ¿de dónde? Pues yo creo que es algo que forma parte del ser humano, que es intrínseco a él, más allá de que algunos luego se dediquen a ello y otros lo hagan de diferentes formas.
Casualmente, estoy ahora leyendo ‘Sapiens’ (Yuval Noah Harari) y ahí se habla de que todo es ficción y de cómo las sociedades actuales se basan en ficciones rivales. Entonces, pienso que la creación parte de esa necesidad que tenemos todos de sentarnos al lado del fuego y escribir historias.
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