Almudena Grandes y Luis García Montero.

#MAKMALibros
‘Un año y tres meses’, de Luis Garcia Montero
Tusquets Editores
Conversación entre Luis Garcia Montero y Carlos Marzal
Sala Russafa
Dénia 55, València
8 de noviembre de 2022

La Sala Russafa acogió, el pasado 8 de noviembre, la presentación del último poemario de Luis Garcia Montero, ‘Un año y tres meses‘ (Tusquets Editores), posiblemente la obra más difícil de su trayectoria como escritor. En este, el autor relata, recurriendo a la lírica, el diagnóstico, la enfermedad y, finalmente, la partida de su compañera de vida, Almudena Grandes. 

“Desde mi adolescencia he encontrado en la poesía la manera de preguntarme sobre mí mismo, sobre las relaciones con la vida. Qué digo cuando digo: soy yo”. Tal y como explica Montero, el lirismo ha sido su refugio desde bien temprano y, en este caso, no podía ser distinto. “Una pérdida tan grave como la de tu compañera te deja desamparado, la vida pierde sentido, y la manera que yo tengo de preguntarme lo que me pasa es a través de la poesía”.

La retrospección y la curación interior del autor vienen dadas por la poesía y su conocimiento. “He podido utilizar toda la tradición poética para mirarme a mí mismo, no desde el pozo de mi dolor, sino también desde fuera, porque esta trasciende el yo biográfico para hablar de la condición humana, de los valores fundamentales: el amor, la muerte y el paso del tiempo”.

“Hay una categoría literaria que son los libros indeseados, los libros que estoy seguro que al autor le habría gustado no tener que escribir nunca. A los lectores les habría fascinado no tener que leerlo jamás y a los amigos, que además somos lectores, nos habría encantado no tener que felicitar hondamente a nuestro amigo por haber escrito un libro a la altura de este”, confesaba el escritor y poeta Carlos Marzal, quien acompañaba a Montero en un diálogo a través del que desentrañar las singularidades del poemario.

“Me parece que este libro es una larga elegía que se va a sumar desde hoy mismo a la gran tradición de la elegía española, que empieza con algunas jarchas concretas, que sigue con el Arcipreste de Hita, Manrique, Lorca y ‘Joana’, de Joan Margarit. En esta rápida, vertiginosa y urgente antología que he hecho me parece que va a ser indispensable, a partir de ahora, sumar ‘Un año y tres meses'», sentenciaba Marzal.

A pesar de la indudable tristeza del canto fúnebre, para el autor valenciano este tiene la habilidad de crear “una especie de retroceso afectivo que nos mueve siempre a amar el mundo, a apreciar lo mejor de la vida, a desear seguir viviendo. Es esa la gran paradoja de la literatura elegíaca”.

“La poesía, a los que tenemos vocación poética, nos permite buscar respuestas a las preguntas”, replicaba Montero, quien corroboraba ese carácter sanador que deviene de la escritura poética. “Este libro tiene mucho de acudir a la poesía en un momento de absoluta pérdida del sentido de la vida, para intentar buscar respuestas. Creo que este desamparo afecta a las cuestiones  personales y sociales, por eso lo íntimo y lo cívico en la poesía inevitablemente están unidos”.

Por ello, se antoja determinante entender su obra no solo como deleite, sino como una herramienta para la recuperación del sentido: “A mí, los versos que he leído me han cambiado, me han enseñado a mirar de distinta manera la realidad” y, citando a Machado, develar que «la verdad y la libertad no está en poder decir lo que pensamos, sino en poder pensar lo que decimos”. El autor destacaba, así, la importancia de ser consciente de nuestras propias palabras y de su magnitud.

Ambos escritores enfatizaron la importancia de no caer en el patetismo de la autobiografía a la hora de escribir sobre una historia tan personal. “Me da la impresión de que uno de los grandes aciertos del libro y, probablemente, la gran dificultad de este, es encontrar la distancia justa con respecto a un tema tan trágico y tan doloroso. La poesía sin emoción y conmoción no es nada, pero con un exceso de énfasis, de patetismo, es menos que nada”, advertía Marzal.

Para García Montero, esta obra «es tan difícil como inevitable en la medida que yo necesitaba preguntar y buscar alguna respuesta sobre la experiencia que había vivido, para encontrar algún sentido a la ira”, pero siendo consciente de que «cuando escribes sobre algo tan doloroso debes evitar caer en el desagüe autobiográfico».

Una pertetura y desnuda búsqueda en la que el pudor tiene un gran papel a la hora de componer, ya que, a pesar de exponer la realidad más personal, debe existir una privacidad dentro de esta explícita manifestación de sentimientos. “Una de las cosas que me enseñó la poesía es que no se puede confundir sinceridad con verdad. La verdad es un proceso de conocimiento y, a la hora de atrevernos a defender la vida o meditar sobre el dolor o cantar la alegría, tenemos que hacerlo con un pudor que no solo evita la cursilería, sino que le da sentido”, matizaba Montero.

Un sentido en el que, para el poeta granadino, la muerte se revela como «una de las grandes zonas culturales del ser humano. Los animales tienen conciencia del peligro. Los seres humanos poseemos la cultura de la muerte, es decir, saber que un día te tienes que morir, saber que se van a morir tus seres queridos, saber que el mundo sigue».

Y todo prosigue a del caos, puesto que “el mayor desorden es que todo sigue ordenado mientras tu te vas muriendo”. La conciencia, en definitiva, de lo efímero, que perfila nuestra complejidad. 

“Durante su enfermedad fui escribiendo poemas y, después, en la muerte, escribí más. Aún así, después reescribí todo lo que había escrito para aportar las respuestas que la poesía me había ido dando. No deje cerrado el libro con la muerte de Almudena, sino todo lo contrario. Incluso los poemas escritos antes están corregidos y están buscando la calma que necesitaba para explicar mi experiencia de la muerte y las lecciones de la muerte para la vida”.