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¡Luz, más luz!
Cultos y bronceados (V)
Verano de 2024

¡Luz, más luz!, pedía Goethe en sus últimos momentos viendo apagarse su conciencia como un viejo cabo de vela. Lo mismo decimos nosotros (lo boqueamos como los peces) cuando volvemos al norte después de unas vacaciones en el sur y atravesamos el puerto de Altube, esa boca de Mordor embalsamada en la niebla, la lluvia y la oscuridad que ningún cambio climático altera.

¡Luz, más luz! Porque la luz, que diría Chris en la exitosa serie televisiva de los 90 ‘Doctor en Alaska’ (‘Northern Exposure’), “es algo más que watios y velas, la luz es una metáfora [..] la luz es conocimiento, la luz es vida, la luz es luz”.

Pero también una luz negra preñada de oscuridad, porque sin ella no habría luz. Como no la habría sin un ojo que la viera. Como no habría nada que ver, dicho sea de paso, ninguna realidad, sin un cerebro que interpretara las señales que le llegan.

¡Sombra, más sombra!, que jadearía un andaluz torrado por el sol, buscándola desesperado como un hombre perdido en el desierto. Y, sin saberlo, conectándose al pedirlo, a través del tiempo, con los románticos del XIX: “La noche -decía Víctor Hugo- es nuestra condición natural. El día no es más que la proximidad de una estrella”.

Día y noche, vida y muerte, conciencia e inconsciencia, se muerden la cola. Muchas veces, cruzando ese puerto que parece puesto ahí como una puerta a otra dimensión, me había preguntado cómo podría pintarse esa metáfora de realidades fronterizas, de eternas dualidades que dan vueltas como derviches en constante oposición y al mismo tiempo en íntima afinidad.

Lo que sabemos y nunca podremos saber, la luz y la oscuridad dentro de un mismo paquete, en una sola estampa, como esas islas de arenas blancas rodeadas de una amenazante marea azul. O como esta playa de A Costa da Morte, bella y desierta, que pinté una vez queriendo expresar esa idea.

‘Costa da morte’, obra de Iñaki Torres.