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‘Maixabel’, de Icíar Bollaín
Intérpretes: Blanca Portillo, Luis Tosar, Urko Olazabal, María Jesús Hoyos, Tamara Canosa, Mikel Bustamante, María Cerezuela
115′, España | Kowalski Films, Feel good Media, ETB, Movistar+, RTVE, 2021
14 nominaciones a los Premios Goya 2022, que se celebran en el Palau de les Arts de València el sábado 12 de febrero
Primero, los hechos. El exgobernador civil de Guipúzcoa y político socialista, Juan María Jáuregui, es asesinado en julio de 2000 en una cafetería de Tolosa por los etarras miembros del comando Buruntza, Ibon Etxezarreta, Luis Carrasco y Patxi Makazaga. Once años más tarde, su viuda Maixabel Lasa establece contacto con uno de los asesinos, a petición de quien ha decidido, estando en prisión, romper lazos con la banda terrorista: será Carrasco, a quien luego seguirá Etxezarreta, tras un periodo de intensas dudas; las que sobraron en la perpetración del acto criminal.
Icíar Bollaín, después de que el periodista Jon Sistiaga los reuniera en el primer episodio del documental ‘ETA: el final del silencio’, traza el relato de los hechos para ir contando ese proceso de acercamiento de los asesinos arrepentidos con la viuda del político vasco. Lo hace con sumo cuidado, sabedora del material sensible con el que trabaja, logrando una película que viene a redundar en lo ya mostrado con mayor crudeza por Sistiaga, incrementando en su caso la emotividad del producto fílmico.
Los buenos sentimientos que atesora Maixabel, papel que encarna Blanca Portillo, acercándose cara a cara, y a contracorriente, con quienes mataron a su marido, se superponen con los de Carrasco primero y Etxezarreta después, igualmente dolidos en el presente por las consecuencias letales de su pasada acción terrorista. Acción que perpetraron tras quedar abducidos por los discursos guerrilleros de izquierda que en aquella época proliferaban por Europa y Latinoamérica.
Se lo dice el propio Ibon Etxezarreta (Luis Tosar) a Maixabel, en la secuencia casi final del encuentro entre ambos, cuando esta le pregunta por las causas que le llevaron a ingresar en ETA (Euskadi Ta Askatasuna–Euskadi y Libertad), enumerando aquel los diversos grupos guerrilleros que entonces animaban a emprender la lucha armada por unos bellos ideales. La nobleza de los mismos, en tanto caracterizados por el combate contra la opresión del Estado, del empresario burgués y de las fuerzas del orden público, justificaban el inflamado ataque contra todos ellos. Revolución o muerte, tal era el lema que encendía aquellos corazones de jóvenes como Etxezarreta.
Aquella violencia, luego rechazada por algunos (pocos) de aquellos intrépidos revolucionarios de leyenda, está en el núcleo de ‘Maixabel’. Lo está a modo de reflexión acerca de sus efectos letales, que, si bien en la película de Bollaín se declina en clave de perdón de la víctima hacia su verdugo, en el caso del documental de Sistiaga adquiere la dignidad del réprobo que asume su condena de por vida. Etxezarreta, al contrario que en la ficción, no busca el perdón de Maixabel, por mucho que esta se lo conceda, porque siente que aquella acción criminal no tiene más vuelta atrás que la de perseguirle durante el resto de sus días.
“Fuera del colectivo hace frío, Ibon”, le recuerda uno de sus compañeros en la cárcel, para que desista de pensar en el abandono de ETA, rechazando aquella violencia ahora injustificable. El calor del grupo, cuya temperatura crece a medida que los discursos integradores, en forma de encendidas proclamas libertarias, ascienden igualmente de tono, es otro de los factores que dan carta de naturaleza al terrorismo, ya sea etarra o de cualquier otro signo. Una vez dentro, ese calor se vuelve frío, para quien decide abandonarlo, y llama imperecedera para quien lo necesita como salvavidas, una vez desactivado el sentido de tan magna causa.
Habrá quien todavía se sorprenda de que aquello haya ocurrido; de que alguien como Juan Mari Jáuregui fuera asesinado por varios de los suyos, siendo vasco por los cuatro costados. Pero bastaría repasar la historia para darse cuenta de que el enemigo, primero en las filas contrarias, termina engrosando las propias. ¡Cuantos comunistas, al hilo del marxismo leninismo preconizado por los simpatizantes y militantes de ETA, no han sido asesinados por los de su propio bando al considerar que no eran suficientemente bolcheviques!
‘Maixabel’, con 14 nominaciones a los Premios Goya 2022, cuya gala tendrá lugar el sábado 12 de febrero en el Palau de les Arts de València, es menos cruda y más emotiva que el documental de Sistiaga. Los buenos sentimientos que destilan tanto la víctima (Maixabel Lasa en calidad de viuda del asesinado Juan Mari Jáuregui) como sus verdugos (Ibon Etxezarreta y Luis Carrasco) dejan el regusto amargo de la excepción pacífica, en el contexto todavía incólume de las razones que propiciaron tamaña violencia.
La música (colofón imaginario de la película), que amansa las fieras, también suele ser protagonista en las celebraciones de quienes insisten en la lucha revolucionaria, de momento aparcada. Si la violencia, como apunta Sigmund Freud, anida en todos los sujetos, siendo esta pulsión de muerte el mayor peligro para la civilización, bien haríamos en escuchar lo que late subterráneamente en ‘Maixabel’, por encima de sus bondades fílmicas.
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