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‘Sybaritism. The art of pleasure’, de Malva Soler Antoni
Con Diego García, Hanna-Charlotte Blumroth y Kathryn Syddal
28′, documental, 2023
Cuando cae la noche, las ciudades y las personas se transforman, los límites se difuminan y el yo se disuelve. La escena del clubbing ofrece un espacio donde experimentar de manera más intensa esta disolución del individuo, que se funde con la música, los cuerpos y las luces de colores. ‘‘No pressure, no commitment, no responsabilities. Being out of control. No, no, no, better said, lose self-control’’, narra la feelmaker Malva Soler en su documental ‘Sybaritism. The art of plaesure’, un acercamiento al impacto del clubbing berlinés en los cuerpos que lo habitan.
‘Sybaritism’ recoge el testimonio de tres personas (cuatro, incluyendo a Malva) con distintos acercamientos a la escena nocturna. La cineasta, formada en Producción Documental en la University of the West of England de Bristol, reivindica la experiencia del placer y su desestigmatización.
La noche, en tensión con las ordenanzas morales, nos ofrece una experiencia del yo y de lo colectivo misteriosamente nutritiva. Hay quien encuentra un espacio de libertad, hay quien consigue reforzar su salud mental y hay quien descubre una fuente de placer libre de juicios. Cualquier experiencia es válida mientras venga del cuidado (mutuo).
Por este motivo, por defender los cuidados, Malva Soler inicia este proyecto. Para que exista una escena segura hace falta concienciar a las personas, ofrecer información clara, transparente y sin prejuicios.
Este proyecto «pretende fomentar el pensamiento crítico y el sentimiento de comunidad, además de abordar los conflictos y las violencias que pueden producirse en la escena y en la sociedad que le rodea», explica su directora. Malva es miembro del colectivo Sot a Terra, un colectivo cultural feminista que trabaja en torno a cuestiones de género, consumo de drogas y espacios más seguros en el movimiento Free Party.
‘Sybaritism’ es un proyecto completamente autofinanciado que lanzará próximamente una campaña de crowfunding para poder continuar con la investigación. Actualmente, junto a la visualización del documental, Malva Soler ofrece workshops acerca de la reducción de riesgos y la gestión de placeres con perspectiva de género. Próximamente, se podrá disfrutar del documental en Bristol, València, Lanzarote, Berlín y, posiblemente, en Bilbao.
¿Qué es lo que te llevó de Bristol a Berlín para grabar este documental?
Lo que me atraía no era Berlín, sino su historia. Quería hablar del clubbing, porque siempre he tenido una relación muy fuerte con ese ambiente, y durante el proceso de investigación vi que todos los artículos hablaban de la escena berlinesa. Actualmente, Berlín es la única ciudad que acepta culturalmente los clubs, que los considera parte de la cultura.
En ‘Sybaritism’ muestras distintos acercamientos al mundo del clubbing, como puede ser a través del arte, de la libertad sexual o desde una visión más social, pero en todas las miradas el centro es el mismo: el placer. ¿Por qué crees que el placer se desata particularmente en estos espacios?
Porque te permiten experimentar cierto tipo de libertad y llegar a otros estados de conciencia. El club no es el único espacio donde esto sucede, pero ahí dentro he conseguido conectar conmigo y con el resto sin necesidad de contacto. Ahí entra la gestión de placeres como la sexualidad y el uso de drogas. La gente puede llegar a hacerlo de manera sana, sin sentir culpa.
El documental se desarrolla en Berlín. Se describe su escena nocturna como un espacio sex positive seguro para las identidades queer. Inevitablemente, pensaba en la escena española y, la verdad, no recuerdo haberme sentido segura en ninguna discoteca. Incluso en aquellas que se presentan como alternativas, tanto yo como mis amigas hemos sufrido acoso. ¿Es realmente más segura la noche en Berlín?
Yo siempre digo que espacio seguro no hay en ningún sitio. El documental habla de espacios seguros en cuanto a la identidad y la expresión, pero no significa que no haya acoso. La realidad pura y dura es que en todas partes hay amenazas, pero, concretamente, la escena de Berlín sí que es muy diferente.
La primera vez que fui a un club, me desnudé porque tenía calor y no me sentí como me podría haber sentido en València. En Berlín, insisten mucho en que los clubs sean espacios seguros. Hay una diferencia brutal y creo que es por la educación que ha habido dentro de los clubs. Aun así, sigue sin tenerse lo suficientemente en cuenta la reducción de riesgos con perspectiva de género.
¿Cómo afecta la cultura del ocio nocturno a la ciudad?
El impacto que tiene el club a nivel sociopolítico en Berlín es brutal. Hay gente que en su trabajo les dejan librar los lunes, por ejemplo. Berlín gira hacia una sociedad más progresista donde se acepta la desnudez, la sexualidad y otros estados de conciencia. Yo creo que hay un impacto positivo.
Por eso me interesa, también, hacer esta investigación en ciudades como Ramallah (Palestina), para ver el impacto que puede tener una escena club importada por las diásporas de países con políticas y culturas muy distintas. Soy consciente de que disfrutamos de esto desde una posición privilegiada.
En relación al consumo de drogas, la idea que transmite ‘Sybaritism’ es que te ayudan a potenciar ciertos aspectos de tu persona, como la socialización, la conexión con la música, con los cuerpos. Se dice que te ‘‘empoderan’’. Es una visión un tanto comprometida. ¿No crees que hay una romantización del consumo de drogas que puede ser peligrosa?
Mi filosofía es que la óptica del miedo es peligrosa. Tampoco hay que romantizar, pero es importante que se vea el uso de drogas sin miedo, porque el miedo produce más riesgo. El problema está en que no nos dan información, hay mucha estigmatización y todo lo relacionado con las drogas se tinta de negativo, cuando está probado que un uso recreativo y seguro de las drogas puede ser beneficioso. Las personas que aparecen en el documental romantizan la escena, pero porque necesitan reivindicar que eso es una parte de su vida.
Al inicio del documental, en esa descripción poética y sinestésica de la experiencia del clubbing, mencionas un par de veces la idea de perder el autocontrol. ¿Cuáles son los placeres de este abandono del yo?
La pérdida del autocontrol es como el éxtasis, es la pérdida del ego. Estamos rodeados de estructuras morales y éticas, y yo siempre he sido una persona muy autoexigente. Cuando pierdo el autocontrol, entro en conexión con mi cuerpo y soy yo misma por un tiempo de mi vida.
En el monólogo final, mencionas esa realidad tan frágil que se crea y se deshace en una noche, pero que nos muestra una cara de nosotros mismos desconocida, como si fuese la cara oculta de la Luna. ¿Dónde queda esa realidad cuando sale el Sol? ¿Qué hacemos con ella?
Es algo cíclico. El club tiene distintos impactos al día siguiente y tiene que ver con cómo nos sentimos en ese momento. Cuando llegué a Bristol, conseguir conectar y comunicarme con la gente era un gusto, pero pasado el tiempo, cuando ya estaba más asentada, empecé a sentirme más frustrada, como que no estaba donde debería estar.
He tenido viajes muy clarificadores que han cambiado mi vida y, otras veces, la experiencia ha sido tan intensa que luego venía el bajón. Sobre ese cambio de realidad también intento reflexionar en el documental. El club no es solo el momento que estás dentro, sino lo que te llevas.
Es un docu que no quería que se quedase en un disco duro; el mayor impacto que quiero es a través de combinar las proyecciones con worhshops para la reducción de riesgos y la gestión de placeres. Todo esto sucede, pero antes de este proyecto yo no sabía lo que me sucedía. Hay mucho activimos a nivel europeo.
Soy parte de Sota Terra, un colectivo que trabaja en el ambiente freeparty, que es todo a nivel comunitario, pero ves que hay mucha red que quiere trabajar en esto, en el uso de drogas, violencias, perspectiva de género y queremos que estos sea seguro. A nivel sociopolítico, tienen un impacto muy significativo. En todas las revoluciones siempre ha habido esa parte más hedonista. Yo soy crítica, no del hedonismo, pero sí que me gusta politizar esa parte. Esto sucede por algo. Hagámoslo seguro.
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