Railowsky

Paco Moltó

Valencia

C / Grabador Esteve, 34

No sabía qué hacer con aquella cámara sofisticada que ganó en un prestigioso premio. Y la cambió por una de tipo submarino. Con ella podía meterse en el mar y fotografiar como pez en el agua. Nada de algas y trasfondos marinos, sino la más carnal fauna playera de los años 80. Hablamos de la Malvarrosa, de la playa Las Arenas. Y hablamos de Paco Moltó (Valencia, 1939), un fotógrafo acostumbrado al cuerpo a cuerpo que vio, en aquella cámara sumergible, la oportunidad de pescar estampas veraniegas sin más cebo que su tímido arrojo interior.

De eso hace ya tres décadas. Y otras dos han pasado desde la publicación de su libro Las Arenas, donde recoge todo ese material playero. ¿Todo? No. Railowsky ha recuperado para su exposición 34 imágenes inéditas. Imágenes en las que Paco Moltó se moja para traernos el salitre de aquellos años 80. Ya sea en la orilla o con el agua al cuello, Moltó dispara su cámara como los trileros mueven los cubiletes desafiando la pericia del ojo avizor. Y así, visto y no visto, va metiendo en el zurrón de su cámara hombres panzudos, señoras embutidas en bañador saco, jóvenes con la testosterona a flor de piel y muchachas a cuyas curvas el fotógrafo se acerca sigilosamente rápido.

Paco Moltó recuerda cómo una vez, tan lejos como Hawai, estuvo a punto de ahogarse tras ir nadando con su cámara al encuentro de unos surfers. Cuando le rescataron exhausto, aún tuvo fuerzas para fotografiar el salvavidas dibujado en la tabla del socorrista que le devolvía a la orilla. He ahí el espíritu de Paco Moltó. Se sumerge tanto en lo que hace que termina perdiendo la noción del tiempo y del espacio. Lo pierde para que el espectador lo gane, al encontrarse con unas imágenes frescas, espontáneas, puro documento vivo.

Las Arenas que Railowsky nos acerca, en pleno invierno ventoso, tiene ese aire de tiempo pasado que sigue soplando con fuerza. Y es que Paco Moltó se crece en las distancias cortas, de ahí el carácter intrascendente del tiempo lejano al que aluden sus imágenes. Están ahí, vivitas y coleando, como recién pescadas. Su objetivo no es posar con el mejor ejemplar, sino mostrar los diversos ejemplares que van cayendo en la trampa de su cámara. A veces la oculta bajo el agua, la hace emerger, dispara y vuelta al agua. En otras ocasiones, tan sólo tiene que esperar el momento en que la presa, atraída por el reflejo de su propia vanidad, cae absorta en sus redes.

Paco Moltó, a pesar de todo, no es un depredador. Necesita tanto de la gente que acude mansa a su objetivo que, una vez atrapada, él la suelta. Por eso las fotografías de Moltó, con todas sus imperfecciones, respiran. No es un artista que pretenda inmortalizar instantes o figuras altaneras, sino pasar de puntillas por los lugares para que el ritmo de la vida siga su curso natural. Si Paco Moltó se esconde tras el burladero de su cámara no es por cobardía, sino por temor a espantar ese gesto, esa postura, ese encuentro fugaz por el que él mismo daría la vida. Así le ocurrió en Hawai y así le viene pasando desde que en 1955 comenzara a fotografiar con una pequeña cámara Univex de su padre. De hecho, tal vez sea la cámara su mejor salvavidas. Con ella, desde luego, ha logrado salvar del olvido aquella inédita Las Arenas de los años 80.

Salva Torres

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