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‘Mamacruz’, de Patricia Ortega
Guion: Patricia Ortega, José F. Ortuño
Con Kiti Mánver, Pepe Quero, Inés Benítez, Silvia Acosta, Loles Gutiérrez, Mari Paz Sayago, María José Mariscal, Paula Díaz
España, 84 min. 2023
“Por tanto, considerad los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría”, reza la Biblia en Colosenses 3:5. No es de extrañar que Cruz (Kiti Mánver), una anciana devota de sus creencias religiosas, emprenda un viaje tan complejo como liberador tras despertar sus deseos sexuales.
Tampoco es insólito que en ese camino de autoconocimiento y desprendimiento la protagonista de la última película de Patricia Ortega se enfrente a la vergüenza, a los complejos y a una sociedad que opaca y menosprecia los sentimientos y anhelos de la tercera edad. ‘Mamacruz’ ofrece un valiente -que no por ello irracional- relato en el que, desgraciadamente, las buenas intenciones y las grandes interpretaciones no son suficientes para brillar.
Ortega desea mostrar un filme cercano y natural, y quién mejor que Kiti Mánver para cimentar esa realidad. Con una actuación soberbia, la actriz toma las riendas del metraje y, sin duda, se acerca a futuros, diversos y merecidos premios.
Mánver despliega un abanico casi infinito de matices interpretativos y regala al público una experiencia inmersiva y empática, capaz de salvar un largometraje repleto de puestas en escena repetitivas y forzadas que habrían lanzado ‘Mamacruz’ al cajón de las cintas olvidadas.
Por desgracia, una obra no se eleva tan solo por su historia (por muy conciliadora y social que sea) ni por el buen hacer de sus intérpretes. En el cine importa tanto el qué como el cómo.
Mike Hodges nos regaló allá por 1971 uno de los mejores títulos de cine negro de la historia de Gran Bretaña y, por qué no decirlo, del mapa global. En ‘Asesino implacable’, Michael Caine recorría las calles de Newcastle con una tensión punzante y un misterio exponencial de la mano de su director.
Para esa sensación de crudeza y desasosiego, Hodges jugaba con maestría con el enfoque/desenfoque, ocultando para intrigar y mostrando súbitamente para impactar. Sin embargo, de poco vale esa herramienta si lo que oculta y muestra es una nieta paseando sin pena ni gloria por la casa de sus abuelos o una insípida conversación de sobremesa.
En su lugar se origina un objeto redundante y repetitivo hasta la extenuación. ‘La, la, la’, de Massiel, posee en su interior más de 50 ‘las’. Si Ortega hubiera estado a los mandos de su composición, la cantante quizá siguiera a día de hoy cantando en Londres desde aquel lejano 1968.
La directora se obceca con este método de forma obsesiva. Bien es cierto que esta fórmula funciona en ocasiones, con imágenes religiosas espiando los secretos más impuros, pero ese efecto se pierde en sí mismo gracias a su reiteración incansable e incongruente.
Lejos de configurar una marca de agua personal (véanse, por ejemplo, las simetrías en el cine de Anderson), la progenitora de ‘Mamacruz’ apabulla con su incansable uso del enfoque/desenfoque y trastabilla al espectador que, con impaciencia y frustración, tan solo intenta disfrutar de la historia.
Irónicamente, Patricia Ortega se lo impide. Y se lo impide. Y se lo impide. Y se lo impide. Y se lo impide. Y se lo impide. Y se lo impide.
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