#MAKMALibros
Entrevista con Manuel Hidalgo
‘¡Viva Rusia!’, de Rafael Azcona, Jorge Berlanga, Luis G. Berlanga y Manuel Hidalgo
Epílogo de Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo
Pepitas de Calabaza, 2022
A dos días del nacimiento de Luis García Berlanga (12 de junio), a modo de conmemoración de su centenario en 2021, se abrió la caja 1034 del Instituto Cervantes de Madrid donde se guardaba el legado del cineasta. Allí, sus nietos Fidel y Jorge desvelaron el guion de la que iba a ser la cuarta película de la saga de los Leguineche, tras ‘La escopeta nacional’ (1978), ‘Patrimonio nacional’ (1981) y ‘Nacional III’ (1982).
Un año después, la editorial Pepitas de Calabaza ha publicado dicho guion –escrito por Rafael Azcona, Jorge Berlanga, Luis G. Berlanga y Manuel Hidalgo-, con prólogo de este último y epílogo de Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo. Se trata de ‘¡Viva Rusia!’, el guion inédito de la postrera colaboración entre Berlanga y Azcona, completado con la intervención de Jorge Berlanga y Manuel Hidalgo, quien, al fin y a la postre, sería el encargado de pulirlo tras diversos encuentros con el propio cineasta.
“Su lectura servirá para que cinéfilos y estudiosos se hagan cumplido cargo de la personal crónica del tardofranquismo y de la Transición que Luis García Berlanga y Rafel Azcona iniciaron con ‘La escopeta nacional’”, asegura Hidalgo en su prólogo. Un Manuel Hidalgo con el que conversamos para desvelar algunos de los entresijos de ese guion escrito a ocho manos, que estuvo “a punto de ser una tetralogía” de la saga de los Leguineche y que, de hecho, “ahora ya lo es gracias a la publicación de ‘¡Viva Rusia!”, apostilla el escritor y periodista en dicho prólogo.
Lo hacemos en la terraza de una cafetería próxima a El Cultural, revista semanal de cultura y artes que ahora dirige, y donde Manuel Hidalgo va desgranando algunos de los pormenores del guion, ligados al perfil del propio Berlanga. Y lo hace con cierta delectación, como si, al tiempo que va recordando lo sucedido en torno a la escritura del guion, fuera descubriendo las aristas de un tiempo cargado de pasajes memorables.
‘¡Viva Rusia!’. Vaya título para publicar, justo en este momento, el libro del guion de la cuarta e inédita entrega de la saga de los Leguineche, ¿no?
Bueno, lo que hay que decir es que este momento, no era este momento. Es un guion de 1991. Esto llegó como ‘Nacional IV’ a mis manos. Y una de las primeras cosas que hice fue eliminar el título, y eso que entonces todavía no se había generalizado tanto esto de hacer varias películas en formato de serie. Me pareció un título perezoso y cuando entregué mi versión del guion ya figuraba ‘¡Viva Rusia!’.
Eran los tiempos en los que no había ordenador. El manuscrito está hecho a máquina Olivetti y entonces Berlanga, con lápiz, en la primera hoja, puso arriba ‘El rey de Rusia’, porque a su juicio era un título que podía estar bien. Le dije que a mí me gustaba más ‘¡Viva Rusia!’ porque sonaba a la Unión Soviética y eso le tenía que poner cachondo, además que apelaba al grito republicano. “Y luego a ti –le dije–, que has estado en la División Azul, te tiene que divertir ese lado privado”.
Y, por último, está la peripecia de los rusos que pasan por España diciendo que son unos supuestos descendientes de los Romanov, trayendo con ellos la monarquía, y con Alexis, el infante disparatado de esta familia, como el supuesto aspirante al trono. Fue entonces cuando Berlanga, tras escuchar todo eso, dijo: “Pues venga, ‘¡Viva Rusia!’”.
Más coincidencias sorprendentes: en el guion aparecen el heredero al trono de Rusia, el tal Alexis, junto a la condesa Anitchova y el barón Zhilinsky, que suena a [Volodímir] Zelensky, el actual presidente de Ucrania, en guerra con la Rusia de Putin.
Berlanga también tenía a veces esas dotes un poco anticipatorias, intuitivas, de hacer películas que luego tenían que ver con algo. Fíjate, por ejemplo, en ‘Todos a la cárcel’: pues ya se hablaba de aquellos casos corruptos del PSOE, que fue lo que hizo declinar a Felipe González entre 1992 y 1996. Esa película tenía que ver con aquella atmósfera de la corrupción y demás.
Cuando Berlanga y Azcona empiezan a escribir el guion de ‘¡Viva Rusia!’ había caído el Muro [de Berlín, 1989], pero no se había producido todavía el desmembramiento de la URSS. Berlanga tenía ese olfato. Entonces, teniendo este tema, para qué le íbamos a llamar ‘Nacional IV’. También pensé que ‘Nacional III’ había pinchado un poco en taquilla y, por tanto, no convenía seguir utilizando ese mismo nombre ya alicaído de la saga.
Cuando lees el libro, estás a su vez viendo a los personajes de Berlanga actuando con sus gestos.
Ese comentario no me puede gustar más. Hay que pensar que la versión de Azcona y Berlanga era para que Luis Escobar fuera protagonista, desarrollando más el personaje del marqués de Leguineche, que era el que había destacado más en las películas anteriores. Pero cuando Escobar se muere, Azcona –se puede decir con claridad– no quiere seguir ya con Berlanga, porque estaba cansado.
Entonces, con el paso de este guion por las manos de Jorge Berlanga y de su padre, al querer hacer la otra versión con el marqués ya muerto, se van a un guion de 160 páginas y se ven incapaces de acortarlo, porque Jorge tenía el mismo caos berlanguiano que su progenitor, y entonces me lo dan a mí.
Pero de fábrica –que es a lo que voy– venía ya con esas voces, porque la película estaba planteada para los mismos actores en los mismos personajes. Y el oficio que tenían ellos de oírlos, produce esa sensación de estar viéndolos cuando lees el libro. Yo lo que hice, con lo que añadí y lo que quité, fue no estropearlo. Además, yo mismo tengo también el oído para esos actores. A López Vázquez te lo puedo imitar y no lo hago porque me da vergüenza, pero en privado es una de mis imitaciones preferidas, junto a la que hago del doblador de Jerry Lewis en España.
Este guion es bonito de leer, porque sus seguidores se enteran de cómo acaba esta historia y luego, con la ayuda de este verismo que es el de las voces, es como si lo estuvieras viendo. Por eso valía la pena publicarlo, porque no es la cuarta película -ya que no se hizo-, pero sí la cuarta historia, que se puede seguir de una manera muy viva, muy sensual.
El Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA) denegó por dos veces, como señalas en el prólogo, las subvenciones del Ministerio de Cultura a las que aspiraba el proyecto de ‘¡Viva Rusia!’. ¿Cómo es eso posible teniendo en cuenta que hablamos de un director ya consagrado como Luis García Berlanga?
El Ministerio de Cultura argumenta, por dos veces, que se han de afinar las partes del dinero del presupuesto, al no estar bien presentadas, porque el guion lo puntuaron lo más alto. Pero hay otra explicación inevitablemente política. En la historia, sin estar citado con todos los nombres, se ve que Berlanga estaba pasando de la crítica al franquismo (‘La escopeta nacional’), a la Transición (‘Patrimonio nacional’), y a ese momento muerto del golpe de Estado (‘Nacional III’) –películas en las que no paraba de meterse con las derechas y los burgueses– a, de pronto, meterse con los socialistas en este guion. ¿No cayeron bien en el Ministerio? No lo sé, lo pregunto.
¿’¡Viva Rusia!’ podría llegar a convertirse en película?
Yo no sería partidario. Se podría hacer hoy mismo cambiando una serie de detalles, como que en vez de ir a Rusia porque va a caer el comunismo, pues van a Rusia porque va a caer Putin. Pero, ¿qué haces, una familia Leguineche distinta con otros actores? Sería otra película. Yo creo que hay que olvidarse. Los berlanguianos pienso que pueden imaginar la película sin tener que verla. Es más Berlanga el guion, que una película hecha por otro.
En todo caso, la corrección política actual también complicaría su realización, ¿no crees? Porque en el guion se dice, por ejemplo: “¿Pero esa es puta o no es puta?”, pregunta el barón. “La vida son matices, querido barón”, le contesta Luis José. O como, ante una manifestación de los ciegos, comenta Álvaro: “Hoy, los ciegos. Ayer, los paralíticos. Esta ciudad parece la piscina de Siloé”.
Esto plantea dos cuestiones: habría algún productor que diría de quitar cosas porque no quiere meterse en líos, y luego estaría el matiz de darnos cuenta que Berlanga era así, con su libertad política de repartir para todos los lados, lo cual se ha perdido. Este guion es también testimonio de la desinhibición, la audacia, la libertad y la desfachatez que había hace 30 años, y que la sátira está hecha para todo y para todos, algo que hoy se ha perdido. Las bromas entonces le caían a un cura, a un banquero, a un político, a un burgués, a gente del pueblo, a todo dios.
Berlanga, en ‘El último autrohúngaro’, el libro de conversaciones con el propio Berlanga que escribiste con Juan Hernández Les, reconoce ser un anarquista de derechas. Tan contradictorio como la vida misma, ¿no?
Berlanga era un hombre conservador por un lado y anarquista por otro. No era conservador y tampoco religioso; de orden en lo político, seguramente sí, pero a la vez deseoso de meter un desorden en lo burgués, en lo convencional. No le hacen gracia los burgueses de manual, pero tampoco le haría gracia si le dicen que vienen los de Izquierda Unida a gobernar el país.
Este batiburrillo es propio de un hombre que no se para a pensar si esos impulsos son contradictorios o no, mientras que, si nos fijamos, las ideologías tienen un germen totalitario, en el sentido de totalizador. Sus adeptos quieren que haya una coherencia en todo, hasta en la forma de vestir. Berlanga, en este sentido, era un libertario, ¿lo cual es un relativismo? Es lo que temen las ideologías, porque es la descomposición de un corpus total.
Personalidad sin duda contradictoria, como, por otro lado, lo es su manera de encuadrar a los personajes en sus películas, que parecen querer salirse de un marco tan constreñido, al tiempo que se les arreglan para moverse a sus anchas estando todos perfectamente ubicados.
El prodigio de estos planos secuencia es que están muy ensayados y medidos. Ahí se vería una nueva contradicción. En un plano secuencia –para el espectador que lo ve por primera vez–, asombra la virguería con la que un aparente desorden está tan logrado. Es un caos recogido y de ahí surge la contradicción. Todo parece muy improvisado y, a la vez, está hecho con unos movimientos milimétricamente ensayados. Parece un síntoma de gran vitalidad y, al mismo tiempo, sometido a las reglas más férreas.
Hablando de ‘¡Bienvenido, Míster Marshall!’, concluyes tu artículo en la revista que MAKMA le dedicó a Berlanga, con motivo del centenario de su nacimiento, diciendo que los sueños incumplidos de los habitantes de Villar del Río, al quedar precisamente insatisfechos, permiten seguir soñándolos. ¿Cuáles serían ahora esos sueños incumplidos?
Los sueños son de dos clases: o conseguir algo que palía y satisface una necesidad –soñar con tener otra casa, porque la que tengo es pequeña–, o bien aquellos otros que añaden un ideal, una fabulación de lo óptimo. En ‘¡Bienvenido Míster Marshall’!, aquellas gentes de pueblo, en una España de posguerra, que vinieran los americanos –como si fueran los Reyes Magos– a darles una ayuda para mejorar, era un sueño que respondía a una necesidad. Ahora, en cambio, es un momento muy difícil, porque se ha producido una variación en las mentes de las personas, ya que hay un sentido de la justicia, de los derechos, que en parte anula esos primeros sueños.
De manera que yo no tengo que soñar nada, sino que tengo derecho a conseguirlo, y posiblemente es normal que sea así. Pero entonces nos queda lo otro, lo que está fuera de lo justo, y yo esto otro, ahora, no lo veo: ese tipo de sueño que es gratuito, que no se me debe. El derecho y la justicia no se sueñan, se piden, se exigen. Yo no veo, por el contrario, ingredientes del idealismo frente al materialismo de lo justo. El sueño ha de tener, en definitiva, algo de religioso, de mágico.
Ese “Tengo miedo, L.”, con el que cierra su filmografía en ‘París Tombuctú’, ha sido objeto de diversas interpretaciones. Su hijo José Luis lo relaciona con el miedo que decía tener su padre de que la crispación política actual nos situara en un mismo escenario pre Guerra Civil.
Yo cuando vi la película, a mí me pareció que se refería más al miedo metafísico. Berlanga se veía mayor y contaba la historia de un personaje que hacía un viaje incierto a ninguna parte y, por tanto, tenía que ver con un sentimiento de vejez, de miedo a la muerte.
Berlanga era un hipocondriaco, tenía miedo a la muerte y no era religioso, aunque podía tener angustia religiosa no resuelta al sentirse inseguro. Yo no creo que uno ponga solo tengo miedo –y ahí contradigo a mi amigo José Luis–, si se refiere a un miedo por el país y en una película, además, como esa. Su miedo era más profundo, vital, por el fin de su vida.
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