Marco

#MAKMAAudiovisual
‘Marco’, de Aitor Arregi y Jon Garaño
Con Eduard Fernández, Nathalie Poza y Daniela Brown, entre otros
Irusoin, Moriarti Produkzioak, Atresmedia Cine, BTeam Pictures, ETB, La verdad inventada, Movistar Plus+, ICAA
101′, España, 2024

“Los hombres ya no saben si lo son, pero lo quieren creer”
(‘En algún lugar’, Duncan Dhu)

Un brazo se alarga sujetando una claqueta. Se puede leer lo que hay en ella: ‘Marco’.

–Toma uno.

¡Clack!

El brazo y la claqueta desaparecen y dejan ver lo que hay detrás. Una película. O lo que es lo mismo, un reflejo artificial de lo auténtico, una proyección segmentada y alterada de la realidad. Una idea. Una mentira. Comienza, así, un largometraje sobre la vida de un farsante. La obra confiesa que ella misma no es otra cosa que, precisamente, otra farsa.

‘Marco’, de Aitor Arregi y Jon Garaño, posee una percepción de su propia naturaleza engañosa y de cuánto hay de verídico dentro de sus imágenes. Se construye un biopic sobre Enric Marco Battle, sindicalista español cuya biografía falseada acerca de su supervivencia al holocausto nazi supuso un revuelo mediático.

No obstante, y pese al trabajo de documentación, a la caracterización de sus personajes y al uso de imágenes reales de televisión, ‘Marco’ no quiere actuar como fragmento auténtico, sino como puro teatro. Un juego de máscaras.

Eduard Fernández, en un fotograma de ‘Marco’, de Aitor Arregi y Jon Garaño.

La creación de este territorio autoconsciente (y paradójicamente sincero) del engaño, lleva a que Jon Garaño y Aitor Arregi (‘La trinchera infinita’, ‘Cristóbal Balenciaga’) confeccionen en ‘Marco’ un dispositivo formal enigmático que, a su vez, marida con la historia de falacias que se desea contar.

Los directores se valen de la metáfora del doble para inyectar en el film una sensación de incertidumbre. Espejos, reflejos y sombras ejercerán de vía visual para introducir este efecto tanto en los espectadores como en el propio Enric.

La silueta de Marco (Eduard Fernández) se halla sentada, mientras todo su reinado está al filo del derrumbe. Perpendicularmente a la misma, su reflejo se proyecta en la mesa, creando una sombra duplicada. La cámara realiza un paneo sobre su eje y se invierten las posiciones. No se puede discernir dónde acaba el verdadero Marco y dónde empieza su invención.

Nathalie Poza y Eduard Fernández, en un fotograma de ‘Marco’.

Mantener sus embustes a lo largo de varias décadas afectan a la mente de Marco Battle. Le es complicado diferenciar en sí mismo qué es verdad y qué no lo es. Se ha convertido en su propio usurpador.

Pero ‘Marco’ no olvida su idiosincrasia. Cuando el entramado del protagonista comienza a caer, el largometraje no incide en una atmósfera de interrogantes, sino que actúa como soplón formal. Traiciona a Marco al avisar de su condición de no real.

Laura (Nathalie Poza) sufre en silencio dentro de su cocina. Sus dudas sobre la vida de su marido Enric crecen. Quizá no sea quien dice ser. Una atmósfera lúgubre la rodea. Sin embargo, tanto ella como el espacio que habita están claramente enfocados: el papel de la pared, los muebles…

Entonces, aparece Marco. Y todo se desenfoca. El papel de la pared ya no es el mismo, ni los muebles. No ha entrado sólo Marco en la cocina. También sus mentiras y una cámara franca que delata sus secretos con un juego focal.

Marco camina con su realidad alterada y la cámara se difumina. Juntos se pierden entre la gente. Él, con sus mentiras apuntaladas a su alrededor, incapaz de escapar de su policía formal. Ella, insaciable, denuncia al malhechor que habita en su interior corrupto.