#MAKMAArte
‘Génesis’, de María Aranguren
Comisariado: Gertrud Gómez
Fundación Bancaja
Plaza de Tetuán 23, València
Hasta el 27 de octubre de 2024
Wassily Kandinsky, en su libro ‘De lo espiritual en el arte’, habla de sus composiciones artísticas –que dio literalmente nombre a una serie de sus obras– como “la expresión de su mundo interior” desarrollado “con paciencia” y en el que intervienen “la razón, la conciencia” y una suerte de “intención espiritual”, de ahí el título de su ensayo.
Y en otro momento dice: “Un cuadro debe ser como la música, debe transmitir emociones sin necesidad de palabras”, al tiempo que proclama: “Cada forma es un mundo y cada color, un estado de ánimo”. Todo ello viene a cuento, porque al hablar de la obra de María Aranguren esa necesidad de la composición y del color, hermanados por un ritmo asociado a la musicalidad, atraviesa todo su trabajo.
Basta acercarse a su exposición ‘Génesis’, que la Fundación Bancaja de València acoge hasta el 27 de octubre, para percibir esa “conquista del silencio interior”, aludida por Kandinsky con relación al arte mismo, que Aranguren no ha dejado de practicar a lo largo de las dos últimas décadas recogidas en la muestra comisariada por Gertrud Gómez.
¿Y qué es ‘Génesis’? «’Génesis’ es como una vuelta al origen, ese origen que tenemos todos los creadores. En esta exposición, que reúne obras de mis últimos 20 años, hay diferentes derivas, en las que vas encontrando tu identidad, tu naturaleza, tu genética, tu educación, tu cultura, qué aire respiras. Todo eso es para mí ‘Génesis’: contar esas idas y vueltas», comienza diciendo Aranguren.
Y añade. «Es como una espiral: vuelves a los mismos puntos, pero desde perspectivas distintas. Esa vuelta a casa es importante en mi trabajo y en el de muchos creadores. Y se da una especie de repetición tanto formal como conceptualmente; vuelves a temas que siempre retomas y bajo formas latentes que siempre están ahí. Me ha servido para reflexionar sobre mi propio trabajo».
A través de ese silencio interior, que lleva al diálogo con uno mismo, los trabajos expuestos en la Fundación Bancaja permiten que sea ahora el público quien haga suyo ese diálogo siguiendo las huellas dejadas por la propia artista.
Huellas que, en la parte formal, tienen que ver con esa repetición «del color, de la composición y de la investigación con los materiales (desde el más simple cartón a otros más complejos e industriales como el policarbonato celular), a los que siempre vuelvo», apunta Aranguren.
«Trabajo principalmente con la abstracción, que me lleva a unos mundos que formalmente guardan relación con la música, con su sensualidad. Hay una búsqueda de algo en la que a veces quedan residuos figurativos y a veces no, porque te desprendes completamente de ellos, aunque quede su resonancia», añade quien aconseja, a cuantos vengan a ver su exposición, «que se dejen llevar por los sentidos y luego por su curiosidad».
La abstracción con la que dice trabajar evoca de nuevo a Kandinsky, quien dijera: «La abstracción es liberación, es el camino hacia la pureza espiritual». Quitemos la pureza y dejémoslo, en el caso de María Aranguren, con la necesidad de alcanzar esa liberación a la que se llega tras dejar, sin abandonar del todo, la figuración como malla de seguridad perceptiva.
«No hay una lectura cronológica, sino que voy soltando ideas que el espectador puede percibir sin tener que seguir una línea concreta, ya que hay muchas mezclas en tiempos y en temáticas», para destacar a continuación otra de las derivas de su trabajo: «El orden y el azar también son dos conceptos que aparecen constantemente en mi obra».
El orden está marcado por esas líneas paralelas que ofrece el propio material del policarbonato, mientras que el azar surge al inyectar la pintura por sus cánulas dejando que sea el color quien se aventure por esa suerte de venas plásticas. «Yo venía de un mundo de pintura muy introspectivo, muy formal y a la vez muy espiritual, y, de repente, con el policarbonato encuentro ese orden intrínseco al propio material».
Aunque son piezas muy grandes, no pesan y las puede manejar a su antojo: «Son muy artesanales», precisa. «Yo trabajo la pintura, busco los pigmentos y produzco el color, que no es nada industrial. Lo inyecto o dejo que progrese por las cánulas, jugando el azar. También hay un intento de control, que nunca se da del todo, porque es todo muy artesano. Y esa parte me gusta mucho y la busco». El montaje también tiene ese punto artesanal: «Es muy preciso y muy simple», subraya.
Dice que se trata de planchas muy grandes que le sacan de un estado en el que había llegado ya a un límite, encontrando en ellos «como una liberación», permitiéndole, entrar «en un mundo muy creativo».
El más reciente («parece ‘Matrix’», revela su autora), está conformado, efectivamente, por una serie de líneas que se van desvaneciendo para dejar entrever un fondo aéreo que luego, en contraposición con otro de esa misma gama, «se vuelve más tierra, más naturaleza».
María Aranguren también pone el acento en los textos que, de manera sutil, aparecen en su obra. «Hay textos intencionados que encapsulo y otros que dejo un poco al azar. Algunos los encontré en una tienda del barrio chino que está detrás de la Estación del Norte, un bazar que llevaba una señora que no hablaba nada de castellano: evoco ese sitio, ese olor y, una vez en casa, elijo una serie de páginas de los libros con grafía china que sacaba de aquella tienda».
Afirma que hay cuadros «muy bonitos, pero en los que las frases que meto son de maltrato. Pero siempre de una forma muy sutil. En cualquier caso, me gusta ese contraste entre lo bonito del cuadro y lo duro del mensaje». Entre lo bello, que diría el filósofo Eugenio Trías, y lo siniestro.
Durante el recorrido por la exposición, Aranguren va ofreciendo detalles de algunas de sus obras. Por ejemplo, ‘Trasera rosa’: «Está muy poco intervenido. Incluso esa trasera rosa del título es por el color rosa del propio plástico protector con sus letras de almacenaje, a modo de guiño a Tàpies. Cómo reverbera la luz y se refleja es diferente a otros. Lo que contaba de investigar los materiales».
Luego se detiene para precisar que «’Marilú’ es la marca de galletas que tomaban mis hijos y la armonía de esta pieza lo da el color de la propia caja de galletas. Es muy alegre y recoge un momento vital de mi existencia». O ‘Díptico Su’, en el que «juego con palabras como sumisión, suyo, supresión, supuesto, porque a medida que juegas, descubres. Supurar y suspirar están más altas, porque están como fuera del juego».
Volviendo al origen de la conversación y del propio título expositivo, María Aranguren lleva desde 2018 haciendo la serie que llama ‘Génesis’ «porque está basada, precisamente, en el libro del ‘Génesis’. Estaba trabajando tanto con los policarbonatos que necesitaba de repente descansar a través de un texto como pretexto y pensé en varios libros hasta que, al final, me decanté por la Biblia porque es mi cultura, mi imaginario, que siempre está condicionado por el lugar donde naces».
Cuando habla de espiritualidad –y, con ello, regresamos de nuevo al origen, como si la propia conversación estuviera igualmente construida a base de idas y venidas–, lo hace, «simplemente, desde el punto de vista de Kandinsky, con sus geometrías, triángulos y círculos».
Y, por qué no, desde la mirada del mismo Tàpies, cuando dijo –en una entrevista en El Mundo– que su «querencia por el misticismo viene dada por la necesidad de inventar una técnica que modifique la conciencia que tenemos en la vida corriente y llevarla a un grado distinto». Misticismo y espiritualidad que confluyen, una vez más, en la obra de María Aranguren, cuyo ‘Génesis’ parece ilustrar el origen mismo de la vida y del talante creativo: «¡Hágase la luz!».
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