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‘Un barbero en la guerra’, de María Herreros
Lumen, 2024
Todas las familias tienen su propio relato de la guerra civil española protagonizado por antepasados que la sufrieron directamente. Relatos orales o escritos, más o menos extensos y dramáticos, de vencedores y vencidos que configuran una inmensa constelación de microhistorias fundidas en la Historia con mayúscula.
A partir del diario de su abuelo materno, Domingo Evangelio, soldado del ejército republicano, la ilustradora valenciana María Herreros ha elaborado una novela ilustrada que es homenaje a una generación y sobre todo un alegato antibelicista: ‘Un barbero en la guerra’ (Lumen, 2024).
Porque más allá de las batallitas del abuelo, la guerra es una realidad en el presente de otros países y una amenaza latente que parece cada vez más posible en el futuro. Frente a la exaltación pueril de las hazañas bélicas, este libro describe con palabras e imágenes el horror de los conflictos armados sufridos en primera persona: muerte, violaciones, miedo y hambre.
El diario de Domingo, nacido en Víllora (Cuenca), en 1917, llegó a manos de su nieta hace una década, cuando ya hacía otros diez años de la defunción de su abuelo, y ha hecho falta todo este tiempo para que el proyecto se materializara. En 2010, la ilustradora entró en contacto con el Ministerio de Cultura para que este testimonio se integrara en los archivos nacionales, pero, al poco tiempo, la ley de Memoria Histórica fue derogada.
En el verano de 2019, Herreros participó en una residencia artística consistente en pintar un mural en un castillo de Pressigny-les-Pins (Francia), cuyas caballerizas acogieron a refugiados españoles, exiliados políticos y niños evacuados durante y tras la Guerra Civil. Inspirada por ese trasfondo histórico, representó en el mural a su abuelo entre palabras de su diario. Hace año y medio, gracias al interés de la editorial Lumen, pudo hacer realidad el proyecto que llevaba mucho tiempo gestando.
El diario se inicia en el verano de 1936, cuando Domingo Evangelio, barbero y labrador, hacía la mili en el Regimiento de Artillería nº 5 de València mientras esperaba un permiso para asistir, en agosto, a las fiestas de su pueblo y pedirle la mano a su novia Rosa. El estallido de la guerra frustró sus planes. Tenía 19 años.
Con sencillez y sin dramatismos, relata su odisea desde que fue acuartelado con sus compañeros hasta su partida hacia el frente de Teruel, en la Columna de Hierro, junto a carabineros y prisioneros excarcelados del Monasterio de San Miguel de los Reyes, y hasta el fin de la contienda.
¿Oíste hablar a tu abuelo, alguna vez, de sus experiencias en la Guerra Civil?
Nunca, apenas me contaba alguna anécdota. Era un hombre muy familiar, pero no hacía casi vida social. No iba de caza ni al bar del pueblo con los otros jubilados; pasaba los días con su perro y los animales del monte, a los que les echaba peladuras de frutas y verduras –sus alimentos preferidos–. Hasta que tuvo que venir a vivir con nosotros a la ciudad, mantuvo su actitud tranquila y silenciosa. Creo que trataba de protegernos de lo que había visto.
¿Cuándo llegó a tus manos su libreta? ¿Qué impresión te causó leerla?
Fue hace diez años, y él había muerto hacía otros diez. Me causo tanta impresión que la primera vez que empecé a leerlo no pude terminarlo, y lo dejé apartado durante meses. Mi abuelo tomaba muchas notas, aparte de tener muy buena memoria, y años después de la guerra pasó sus anotaciones a limpio en una libreta azul con páginas de líneas. Tenía una letra muy elaborada y elegante, y escribía de una manera muy formal y correcta, teniendo en cuenta que era un campesino y barbero sin acceso a la cultura.
En las cartas a mi abuela, se muestra mucho más emotivo, y le dedica palabras de amor muy bonitas, incluso escondía notas eróticas entre las líneas –tenían que pasar la censura–. Se ve en las cartas a un chaval de 19 años que solo quiere darse besos con su novia bajo la parra, que tiene su corazón más en la tierra y las cosechas que en las trincheras, y que se acuerda, constantemente, de lo que se está perdiendo. Se siente secuestrado… Y, realmente, lo está.
¿Has introducido algunas modificaciones en el texto original?
No hemos modificado prácticamente nada del diario; lo hemos tratado como el documento histórico que es. Su historia es la mirada de una persona humilde, de campo, que se ve arrastrada al campo de batalla. No hay épica ni grandes sentimientos honrosos sobre batallas. Muestra la guerra tal como es: una brecha violenta en la vida de todas las personas, que desean estar con su seres amados, no perder la vida en una cuneta.
¿Cómo fue surgiendo la estructura de la novela y qué parte te dio más trabajo?
Estructurar el contenido fue difícil. Encontré la manera de armar el relato en tres partes: el diario del frente, las cartas de amor a su novia y mis recuerdos como nieta. Creo que ha sido una manera muy bonita de recomponer la identidad de mi abuelo.
Aparte de brindarle un homenaje, ¿cuál es el objetivo de este proyecto?
Sanar. Colectivamente, el país sufrió un trauma, y los traumas se sanan hablando. Desde el privilegio de ser la tercera generación y no haber vivido la guerra, ya podemos trascender, incluso bandos (que no los responsables), puesto que enfrente tenían otros críos tan asustados como ellos. Mi abuelo escribió el diario sin culpas y sin rencores, y así he querido ilustrarlo yo.
¿Qué es lo que más echas en falta de él?
Su calma y su voz.
¿Qué crees que diría al verse retratado en tu libro?
Estaría muy orgulloso de tantas personas que me han dicho que escribía muy bien. Y supongo que muy satisfecho de que su nieta contara su historia.
¿Qué punto crees que marca este libro en tu trayectoria artística?
Con este libro he aprendido a echarme al barro, a no evitar los temas que me hacen sufrir. Que un artista debe ir a lo que más le cuesta. Siempre he tenido mucho respeto a las palabras, a expresarme con ellas, pero cada vez las disfruto más y no quiero privarme de nada por convenciones.
¿Cómo resumirías tu evolución profesional?
Cada vez tengo más cosas que decir y menos prejuicios sobre cómo decirlo. Voy sin plan. Nunca dejaré el retrato –creo que mi mayor habilidad es la empatía–, pero mis horizontes se están ampliando mucho y espero que, con ellos, las maneras de expresarme.
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