#MAKMAMúsica
Entrevista | María Terremoto
Auditori de Torrent
Vicent Pallardó 25, València
23 de octubre de 2022
María Fernández Benítez (1999) se crio entre los flamenquísimos barrios de Santiago y la Asunción. Hija de Fernando Fernández Pantoja, Fernando Terremoto; nieta de Fernando Fernández Monge, Terremoto de Jerez, un maestro en la forma de acometer las seguiriyas con denominación de origen desde la segunda mitad del siglo pasado; y sobrina de María Fernández Monge, María Soleá, la última exponente de esta saga ha provocado temblores en la afición desde Japón, donde pasó actuando tres meses, a Estados Unidos. Y, claro, en España, donde las sacudidas han dejado corta la escala de Richter.
En lugar de aprovechar la leyenda de su ilustre linaje, sintiéndose obligada a mantener un sello familiar por complicidades y nostalgias, María ‘Terremoto’ ha emprendido una carrera alejada del desarme que supone tratar de calcar lo que en su día fue glorioso. La suya es una trayectoria que transcurre paralela a la de su padre: muy al principio, ambos remolonearon para convertir el cante en su oficio y al arrancarse lo hicieron bajo la atenta mirada de quienes expiden permisos de circulación en el gremio.
En ‘Molde roto’, el libro de entrevistas de Arcadi Espada y el librero Antonio España a lo mejor de la banda sonora flamenca se dice de su abuelo (lo dice el guitarrista Manuel Morao) que “no sirvió más que para cantar; no sabía leer, no sabía más que escribir…”. Solo cantar. Quien supo volver del futuro para dejar su huella no tuvo, sin embargo, dotes adivinatorias. De sus hijos contaba: “Cuando uno canta se ve enseguida y yo no se lo veo a ninguno. Para ser uno más, bah”. Afirmaba cantar por su mujer, por los hijos y por el propio cante. Tal cual lo hace la última Terremoto: por puro amor al arte.
A la edad a la que la gente se suele sacar el carné de conducir tú sacaste un disco. ¿Cuándo notaste que ya no eras promesa, sino carne del flamenco, un seguro en el género?
Ahora es cuando me estoy dando cuenta de todo eso. Ahora mismo. Antes era más niña y siempre he tenido una responsabilidad y un respeto al arte, al flamenco, pero cuando vas cumpliendo años te das cuenta de qué significa. Mi mejor momento es este.
¿En una atmósfera tan densamente flamenca, con nombres escritos en pan de oro en la historia del cante, uno se da cuenta de cuándo quiere seguir con la tarea de los ancestros o esa corriente es tan poderosa que te dejas llevar sin saberlo?
Creo que no hay forma de darte cuenta de todo eso. Fluye. Mi sueño era ser cantaora, pero no había tenido ninguna pretensión. La verdad, no le encuentro explicación. A mi padre le pasó igual que a mí, no esperaba dedicarse a cantar, su padre murió muy joven, y él empezó una carrera de mucha importancia.
¿Habrías seguido con los estudios de auxiliar de administrativo sin esa escuela?
No lo sé. Puede que sí hubiera seguido estudiando, me faltaba muy poco para terminar, solo unos meses. Lo que tengo muy claro es que la música estaría muy presente en mi vida. No me hubiese importado cantar en cualquier sitio. Aunque tuviese otro trabajo y otra vida el vínculo con el flamenco seguiría existiendo porque siempre ha estado presente en mi casa. Nací en una familia muy flamenca. Pero lo mismo con la música en general, me llena mucho y no hubiese perdido ese contacto.
¿Cómo se tomaron en casa que quisieras dedicarte al flamenco? ¿Hubo sorpresa, algún resoplido por haber elegido ese camino?
Al principio intenté compaginarlo todo, pero se me hizo imposible. El trabajo fue a más y decidimos seguir adelante con esta carrera. Desde pequeña he sido siempre de tomar mis propias decisiones, lo que he hecho ha sido por convicción, y cuando tiré por el cante la familia me apoyó.
Formas parte de una saga ancestral, pero tus gustos son del todo contemporáneos. Dices que tú ídolo es Beyoncé.
Mi familia no es nada rancia. De hecho, como gitana me gustaría que todos nosotros, nuestro pueblo, diera más pasos adelante y siguiera integrándose en la sociedad. Ante todo, lo que soy es joven, del siglo XXI, he nacido en el seno de una familia gitana y todos comprendemos que estamos en 2022 y que el mundo ha evolucionado mucho. Y todo lo que tiene dentro el mundo debe llevar ese mismo ritmo.
Al principio, tu padre tenía un estilo muy parecido al de tu abuelo, para cantar y para hablar. ¿Has tenido sensaciones parecidas?
He sufrido las mismas comparaciones. Siento admiración por muchos artistas que no tienen nada que ver con el flamenco, la música es mi mayor afición. Una afición que se ha descontrolado y ahora tengo que desarrollarla, hacerla cada vez mejor y profesional. Al cantar algo diferente al flamenco siempre hay alguien que habla y trata de recordarme de dónde vengo.
No me hace ninguna falta porque lo sé mejor que nadie. Las comparaciones y lo cerrado es un defecto que le veo a nuestro gremio. Una persona tiene que sentirse a gusto con lo que hace y ser consciente de dónde viene. Si tengo ganas de expresar otros sentimientos, como por ejemplo con la música negra, ¿por qué no voy a poder? Pues siempre hay alguien que te repasa tus propios orígenes.
¿Cómo de importante es la crítica para ti? ¿La ves como una opinión (más o menos fundada), o como un golpe de espuela, un intento de centrarte en el camino?
Cada vez tengo más claro que todo es política, conveniencia… Mi mejor crítico es el público y ver cómo reacciona. Eso es lo que me quedo y lo que me llevo cuando bajo del escenario. Antes prestaba demasiada atención a la crítica negativa, porque la buena, como es normal, a todos nos encanta. Me afectaba mucho, pero con los años me quedo con el mejor juez, que es el público.
La crítica ya ha valorado alguna de tus actuaciones como cuando la Paquera fue a Sevilla y hasta los pájaros dejaban de cantar hasta que la jerezana acabara el concierto, por respeto.
Es muy exagerado decir eso, pero me gusta.
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