‘La última paloma’, de Men Marías
Editorial Planeta, 2021
¿Todavía quedan historias que contar? ¿Es posible superar a ‘El Quijote’, ‘Madame Bovary’, ‘Crimen y castigo’ o las tragedias de Shakespeare? La riqueza de la historia de la literatura sacia a los lectores más voraces, pero actúa como un lastre para los narradores de hoy, que sienten que ya está todo contado.
Quizá esa sensación explica en parte el auge de la autoficción, en la que el narrador renuncia a la trama para convertirse en la cámara que graba la historia. La sempiterna crisis de la novela da otra vuelta de tuerca en estos tiempos contradictorios marcados por lo audiovisual, pero que generan una producción novelística sin precedentes.
En ese oxímoron, los autores se afanan en buscar ese planeta desconocido donde plantar su bandera. Y algunos lo encuentran. Como la joven abogada granadina Mer Marías, que descubrió en el pasado de la base americana de Rota (Cádiz) un rico filón de historias que plasma en ‘La última paloma‘ (Planeta, 2021). Un crudo relato noir que ahonda en el dolor –en el físico, más que en el psicológico–, en una visión enfermiza del sexo, el fanatismo y la venganza.
Contada en dos tiempos –los años cincuenta y la actualidad–, Marías presenta un personaje potente, Patria Santiago, sargento de la Guardia Civil y campeona de los pesos gallo, con una traumática infancia que intenta superar mediante automutilaciones. Mutilaciones mucho más agresivas sufren las dos jóvenes víctimas que investigan antiguos crímenes. Las dos aparecen con los pechos tajados, la vagina cosida y unas alas de plumas de paloma en la espalda.
«Las protagonistas se valen del dolor físico para paliar la irrealidad que sienten con respecto a sus propias personas», explica Marías. «El dolor físico es cierto, no cabe la interpretación en él. A Patria y a las dos víctimas las hace ser conscientes de su propia existencia: entienden con el cuerpo, no con la mente. La mayor parte de los personajes de esta novela son niños con aspecto de adultos, están marcados y detenidos de una manera u otra en la infancia, y se ven obligados a relacionarse con el mundo con las herramientas emocionales de alguien que aún no ha conseguido madurar».
Mer Marías escribe desde tierna edad, tiene varias historias en el cajón, y el ejercicio de la abogacía no frenó su pasión literaria, que se plasma en la soltura narrativa que muestra en ‘La última paloma’. En ella describe con precisas pinceladas el ambiente que reinaba en Rota a mediados del pasado siglo. El contraste entre la american way of life y la realidad gris de esos años en España.
El título inicial, ‘El país de las rodillas’, aludía a la distinta largura de las faldas de españolas y americanas, pero la editorial prefirió cambiarlo. En el libro describe lugares emblemáticos de la ciudad andaluza, como la casa Mongoli, con su leyenda sobre la fantasmal Tarara, el bar Mala Madre, la Parroquia de la O, el Castillo de Luna…
«Me interesó la Rota de los cincuenta porque de esa época se conocía muy poco», explica Marías. «Encontré un documental sobre Triana, el rock, y poca cosa más. Así que me presenté en la ciudad y para mi asombro muchas personas me hablaron con ganas y sin tapujos de esos tiempos, tanto en positivo como en negativo».
Una anomalía social, un peculiar choque de culturas, un injerto USA en la Andalucía profunda. Cada cierto tiempo arribaban allí miles de hombres jóvenes y en plena forma tras pasar meses encerrados en buques y submarinos, con los bolsillos llenos y muchas ganas de diversión.
Aparecieron decenas de bares –seis cervezas por un dólar y generosas propinas–, prostitución, trapicheos, contrabando. Una revolución social y económica que marcó a los roteños y generó curiosos híbridos, desde matrimonios mixtos de gaditanas con marines, a la forma de hablar de estas, mezcla del cerrado acento andaluz con el inglés americano.
«En esos primeros años desaparecieron muchas chicas y nadie se preocupó del tema. Solo existía la Policía municipal y la de la propia base dedicada a los americanos. Por otra parte, el impacto económico fue tremendo: electrodomésticos, productos nunca vistos, drogas, el primer autocine y el primer restaurante chino de España».
La base se construyó sobre terrenos expropiados de la huerta, y las actividades económicas tradicionales se transformaron. Irrumpió una nueva música, nuevos alimentos, nuevas costumbres y una mentalidad abierta que chocaba con la de los lugareños. Los americanos eran Reyes Magos que regalaban chicles, juguetes, pegatinas, lápices con goma, juegos de mesa como ‘Humpy Dumpy’, peonzas, caramelos M&M… Esta colisión propicia el horror que late en el núcleo de la historia de Marías, cuyos coletazos alcanzan nuestro tiempo.
Men Marías se toma muy en serio a sus personajes y, cuando les hace sufrir (y en este relato sufren mucho) tiene que dejar de escribir, en ocasiones, y distanciarse. «Quieres a tus personajes, pero a veces hay que hacerles daño. Los escritores llevamos dentro cementerios donde podemos ir a rezar», concluye la escritora granadina.
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