#MAKMAArte | Mery Sales
‘Mucho más que un color’
Artista residente en la Casa de Velázquez
Ciudad Universitaria
Paul Guinard 3, Madrid
La artista Mery Sales, residente en la Casa de Velázquez gracias a una beca del Ayuntamiento de València, presentó el pasado 4 de mayo su primer libro de artista, ‘Croma’. En esta especie de ensayo visual, la artista vuelve legible la pintura y tangible la escritura para así reflexionar en torno a la herida, aquello profundo que nos define como seres humanos y nos vincula desde el afecto.
¿Cómo definirías tu obra?
De manera general, desde que empecé, mi obra podría ser una especie de narración visual. He intentado desarrollar ideas que a mí misma me han ido construyendo y han ido generando, a su vez, una forma de pensamiento poético a través de la imagen.
El propio hacer de la pintura, en su espacio y tiempo, genera significados muy compatibles y complementarios a otros lenguajes. El lenguaje visual, y lo que tiene de proceso la propia pintura, su bagaje, el cómo nosotros la hemos asimilado y cómo se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo…, todo eso me ha dado un campo desde dónde poder expresarme.
Si pensamos en mi trabajo actual, así, a grandes rasgos, trataría del color como materialización de la propia pintura y del rojo como el color de lo humano. El color rojo, en todo su espectro, nos distingue y nos iguala como seres humanos en el entorno, en la naturaleza, en el mundo…, este color representa la sangre que corre por las venas, que nos da temperatura y vida… Por eso para mí el rojo es el color de lo humano, porque genera vida, cercanía, calor e intensidad.
¿Utilizas, entonces, el color rojo de manera emocional?
Desde luego, emocional, pero sobre todo esencial. Si, en otras ocasiones, el rojo podía dramatizar la imagen para hablar, por ejemplo, de la violencia o de la ideologización en un contexto determinado, como en el cuadro ‘El saludo’ –cuando hablaba de la sociedad ideologizada de la Alemania prebélica, donde ya se estaba mascando lo que luego iba a suceder–, ahora lo utilizo para intensificar otro tipo de imágenes y hacerlas más presentes.
También, en este caso, el drama y la trama están íntimamente ligados. El rojo es el color de la herida, del dolor, del impacto, que puede ser violento, pero también del germen que produce muchas veces ese impacto y que genera pensamiento y vida. Entonces, digamos, que es drama y trama, y, en ese sentido, es el color de lo humano que nos hace sentir afecto y también sentirnos afectados; en ese aspecto, tiene que ver con lo emocional y lo más esencial. Digamos que es el color que nos compromete por lo que sentimos y por lo que sienten los demás.
Has comentado que a través de la pintura expresas un pensamiento, que la pintura también habla. ¿Consideras que el arte tiene una función social?
Sí, claro. Aunque no creo que tenga más capacidad social que otras actividades. Yo siento desde la pintura un compromiso íntimo, pero también un compromiso público que es social. Se trata de actuar con cierta madurez cuando surgen las preguntas: cómo somos, a quiénes nos dirigimos, desde dónde y de qué forma nos comportamos con aquello que hacemos.
Somos lo que somos por cómo actuamos. El rojo es ese color que te hace ver, y ser consciente; es una llamada de atención.
¿Cuál es el fundamento filosófico de tu obra?
Digamos que siempre estoy entre tres líneas de pensamiento: filosófico, político y social, desde lo poético. A través de María Zambrano entendí la relación entre pensamiento y poesía, que ella vincula muy bien en su razón poética. Ya lo estaban apuntando otros filósofos, pero ella lo desarrolla de manera más profunda y original.
Para mí, es muy importante destacar la capacidad de la poesía –del arte–, para dar ese chispazo de lucidez, ese golpe de atención, donde el pensamiento racional necesita mucho más tiempo y justificación.
En mi caso, la razón poética está muy cercana a una forma de ética, que es social y política. Y la política no necesariamente habla de una ideología ni de un partido. Es indispensable que sintamos ese compromiso como seres sociales, aunque nos incomode, aunque nos enfrente, aunque nos descoloque.
¿En qué consiste tu proceso artístico?
Pintar para mi no es solo pintar. Pintar es encontrar esos lugares intermedios entre elementos inesperados, muchas veces dispares, desde donde puedo contar algo, entre lo que descubro, vivo y pienso. Ahí empiezan a generarse esos chispazos en mi cabeza que me obligan a buscar cómo contarlo.
En mi caso, la pintura no solamente está en los cuadros, sino en la relación entre unos cuadros con otros. También, en la relación entre lo que ocurre en el cuadro y fuera del cuadro.
Muchas veces, lo importante está fuera y, entonces, el cuadro me sirve de excusa para llevar la atención más allá de lo que se ve. Y también los cuadros vinculan unas exposiciones con otras: cada exposición tiene un hilo argumental que luego se enlaza con el resto de las exposiciones que voy haciendo.
El mono rojo es una constante en tu obra. ¿Por qué lo elegiste?
Antes, los artistas se retrataban con un pedazo de tela roja en la cabeza; ese trapo no era un adorno, era lo que los distinguía como pintores. El mono es justo la tela roja que llevo atada a la cintura que me define como pintora en una serie de autorretratos, ante el lienzo blanco, en un espacio vacío.
Para mí, el espacio vacío es un lugar oscuro que representa todo eso que no sabemos, pero nos afecta, y que muchas veces tiene que ver con nuestra herencia. Es un dilema que tenemos que desentrañar. Y el lienzo en blanco es una invitación…, representa eso que podemos hacer.
Tanto el mono rojo como los demás elementos simbólicos aparecen de manera reiterada en la serie ‘48 Parias conscientes’, –título inspirado a partir de un concepto prestado de la filósofa Hannah Arendt–. Esta serie en proceso va conmigo, la he traído a la Casa de Velázquez, como parte del proyecto.
Ese mono que llevan puesto los retratados es mi propio traje de pintar que se va manchando conforme voy pintando a las personas que para mí verdaderamente importan. Gente que da un paso atrás para poder tener un pensamiento crítico e independiente.
Un paso atrás al privilegio, previo al paso atrás a un sistema injusto. En el fondo, cada retrato a su modo representa una forma digna de rebeldía muy poco valorada. Para mí, estas personas son ejemplares porque tienen un saber esencial que generalmente pasa desapercibido y que no aparece nunca en los libros de historia ni en las enciclopedias; ese es el saber al que quiero dar visibilidad.
En ese sentido, siempre hablo de lo mismo, como en las series ‘Cuadros con secreto’ o ‘Sombras de cadmio’. Ya entonces hablaba sobre todo eso que está fuera de foco, pero necesitamos.
Por aquella época descubrí a María Zambrano y sus escritos sobre lo invisible, eso que nos visita si nuestra escucha es receptiva. Después apareció Simone Weil, y su necesidad de prestar atención más allá de lo que aparece delante de nuestros ojos. Eso requiere un esfuerzo lento y profundo de conciencia, supone cerrar los ojos para poder ver.
El mono rojo representa la pintura y la materia, también la piel con la que trabajo; es en sí mismo como un autorretrato y el germen de los cuadros actuales. En anteriores ocasiones, pinté cuadros con flores magnificadas, como un símbolo de la fuerza de la fragilidad en `Son, Seres, Fuera de campo´. Cuando estaba a punto de venir, y ya me habían dado la beca, tenía otro de estos cuadros a medias y lo terminé aquí con una última veladura rojiza que, de golpe, llenó de intensidad la imagen, las flores tomaron carácter humano. Este cuadro lo titulé `Parias´.
Estos tonos rojizos aparecen en otra pieza titulada ‘Nous’. La primera obra que pinté en este espacio. Los 48 tonos del rojo que empleo en mis cuadros componen la idea: En ella el color aparece descompuesto en 48 cuadrados iguales donde, desde la diferencia, en su saturación, temperatura y luminosidad, se descubren semejantes en su diversidad, de este modo se descubren plurales, y cada tono se percibe en relación con los demás, solos no significan.
Es muy importante entender que el color en sí mismo no es nada, solo significa en relación con los otros. La composición habla al mismo tiempo del color y también de la trama, como tejido que se extiende o se abre como una flor o como una mancha, en este caso una mancha roja, compuesta de 48 tonos, –aunque nunca serán 48 porque, si nos fijamos, vemos uno cuadrado blanco que existe invisible y alejado del resto.
Luego pinté este otro cuadro titulado ‘Croma’. Un díptico simétrico donde aparece representada la herida como una hendidura en el propio tejido. La diferencia entre uno y otro cuadro es la falta del color saturado en uno de los dos, que hace que sientas desde la presencia, su ausencia.
En otros cuadros aparece la tela como un órgano que late, o como un cuerpo que muestra sus heridas, hendiduras y cicatrices. Hace tiempo entendí que tenía que pintar el mono como ese ‘Latido’ que habla de mi experiencia como pintora, al verme frente al cuadro queriendo pintar a pesar de las dificultades. Aquel cuadro hablaba de lo que ha significado para mi ser mujer pintora.
Cuando me doy cuenta de que eso lo tengo que pintar, ya me libero a mi misma en el propio cuadro; mientras tenga esa pulsión de pintar, ya no necesito aparecer más veces, ya aparezco en los cuadros que pinto de forma legítima. El propio mono da forma a los siguientes cuadros en presencia y mancha, en mancha de manchas; y, a su vez, la tela aparece como un mundo común donde convive el amor y el conflicto. Las manchas representan un mundo difícil y herido, pero por eso mismo, lleno de vida.
Los parias son los que le dan sentido a toda la idea, son verdadera presencia que importa más allá de mí. Hay un cuadro muy grande de mi última exposición que se llama ‘Piel con piel’ y que habla del tacto, también de la necesidad de un trato más humano.
De ahí sale lo que estoy desarrollando aquí. El último cuadro que he pintado, ‘Tanto y más’, a partir de uno de los ensayos visuales de ‘Croma’, muestra lo importante que es el espacio que se crea entre dos elementos aparentemente opuestos: por un lado, la mancha, lo sucio, lo gastado y el pliegue destensado, y, la otra parte, la transparencia a partir de la imagen en acetato de estas flores invisibles; bellas aunque dañadas, que subsisten en la intemperie.
Sin embargo, al estar unidos en el cuadro estos dos elementos, se produce una sensación de extrañeza y armonía de forma inexplicable, hasta descubrir que lo que verdaderamente ilumina a estas flores es precisamente ese espacio intermedio que deja ver las manchas entre las imágenes superpuestas.
La relación entre esos dos elementos, lo que sería por un lado el sufrimiento y por otro el amor; la bondad y la dificultad; entre esos espacios complejos, existe ese lugar indefinido que quiero seguir explorando. Porque, en realidad, en ese espacio encontramos la esperanza, un lugar para la contingencia, un umbral de posibilidad.
Igualmente, en el título de este cuadro –’Tanto y más’– hay un guiño a Goya –uno de los artistas que más he necesitado ver aquí, en Madrid–. Poder visitar el Museo del Prado y, en concreto, las pinturas negras, y poder recorrer algunos otros espacios madrileños donde me he encontrado otros cuadros suyos que no conocía, me ha hecho ver cómo poder hablar de la condición humana, desde la mirada pictórica.
Él tiene un cuadro que se llama precisamente ‘Tanto y más’, que habla de la guerra, del dolor y del conflicto desde el desánimo. Yo necesito hablar de lo mismo desde el otro lado. Mi ‘Tanto y más’ nos cuestiona y también nos convoca a que hagamos algo, porque está en nuestra mano ser capaces de imaginar que el mundo no se acaba en lo que estamos viviendo. Arendt, por ejemplo, decía que no hemos venido para morir, sino para comenzar algo nuevo, y creo que, en momentos de crisis, es muy importante rescatar estas ideas.
Has hecho tu tesis doctoral sobre Gerhard Richter. ¿En qué medida ha influido esta investigación en tu obra?
Gerhard Richter es muy importante para mi y aquel trabajo intenso me dio solidez. En él descubrí que no solo me interesaba su manera de entender la pintura; desde un aspecto más amplio, me interesaba su mirada como artista.
A partir de aquella investigación vi posible desarrollar un compromiso ético desde la estética, sin renunciar a la duda como herramienta de pensamiento. Había por encima de todo una voluntad de contar algo desde la pintura y de que la pintura significara algo más que trabajar la imagen. Richter sintió la necesidad de dejar un testimonio del momento que le había tocado vivir.
Él es alemán, nace en Dresden, una de las ciudades alemanas más hermosas, derruidas en tiempo de guerra. En su familia hay tanto víctimas como verdugos y estos asuntos aparecen reiteradamente en su obra.
Por otra parte, en su juventud, necesita cruza el muro y escapa de su ciudad, su familia y su formación académica para desaprenderlo todo y aprender de nuevo, desarrollándose definitivamente como pintor con mayor independencia. Richter vive en un espacio convulso de destrucción y de reconstrucción continua. En mi tesis defiendo su pintura como un testimonio poético necesario de nuestra historia reciente.
Eso me hace entender que la pintura puede ser una herramienta no solo útil en lo personal, sino imprescindible para construir la memoria colectiva y, en ese aspecto, yo –a mi manera y salvando todas las distancias posibles- intento que mi pintura también lo sea a partir de la herencia recibida. En mi caso, además me posiciono como mujer para contar desde el presente y de otra manera, y me permito también revisar su legado y asumir temas que él ya había tratado, desde una mirada distinta, en cierto modo, emancipadora.
¿Dirías, entonces, que tu obra tiene una perspectiva de género?
En mi caso, más que hablar de temas feministas explícitos, mantengo una perspectiva, sí, podría hablar de una mirada de género. Desde luego, me siento feminista, y me esfuerzo por revisarme constantemente, y creo que ese sentir está no solo en muchos de los contenidos de mis cuadros, sino en la forma de hacerlos y en el planteamiento de mi trabajo. Tratando de que aparezcan en algunos cuadros, aquellos rasgos de mi propia biografía que evidencian lo que ha supuesto haberme tenido que enfrentar a más dificultades e inconvenientes, por el hecho de ser mujer.
También, tomo la palabra muchas veces y hablo a menudo del trato diferente que he sufrido como profesional, muy distinto al de mis colegas. Y también, desde mi forma de hacer, muestro una pintura que se manifiesta de otra manera, trata otros temas y expresa, también, lo que significa resistir en un mundo de hombres, muchas veces hostil. He aprendido mucho, gracias a la presencia de muchas otras mujeres que han luchado antes y han sido ejemplo implicándose en el mundo desde formas poco habituales.
Por mi parte, he tenido la posibilidad de hacerme consciente a tiempo y trabajar desde ese lugar marginal con mayor seguridad, a pesar de todo. Indudablemente con más dudas, porque las mujeres de mi generación no hemos tenido acceso fácil a los referentes ni nos han llegado de forma clara. Muchas como yo hemos ido buceando lentamente aprendiendo a discriminar, profundizando sobre como construirnos, al final, una voz propia.
En ese sentido, las tres filósofas, para mí, esenciales, lo son por su pensamiento y por su actitud, como mujeres en un mundo masculino. Ellas trabajaron desde la marginalidad y yo me siento así; siento que también trabajo en cierto modo desde el margen, y no solo resisto desde ese lugar, sino que lo reivindico.
Me ha permitido salir varias veces de la estructura patriarcal a la que me veía obligada a pertenecer para salir adelante, y he descubierto desde fuera que falta mucho todavía pero que no estamos solas, e intento hacer un hueco que sirva a otras mujeres y, también, a hombres feministas que se sienten también obligados a cambiar. Yo solo entiendo la sociedad del presente que avanza hacia un futuro más feminista, no la concibo de otra manera; y creo que solo es posible si la transformamos conjuntamente.
En mi trabajo intento rescatar referencias que nos alumbran desde una mirada con nombre femenino. Reivindico la fuerza de la fragilidad, como decía antes, pintando flores que no estarán nunca en jardines o en jarrones; hablo de otro tipo de representación, de esa flor rebelde y marginal, pero libre, que reivindica su presencia, y yo la magnifico en los cuadros.
Apuesto también por un comportamiento crítico, pero no competitivo, solidario y empático, y retrato personas que representan en un sentido amplio, el fuera de campo o `mundo paria´, evidenciando la injusticia en un mundo tremendamente desigual, que solo piensa en los beneficios propios y no atiende a las consecuencias comunes.
En otros cuadros expreso la fuerza del color, su potencia y su vigor, en formatos grandes y composiciones arriesgadas. Busco sorprender y sorprenderme a mi misma con mi propio trabajo en títulos, temas y maneras, aunque a veces no sea fácil de asimilar en su conjunto. Pienso que el riesgo es necesario en mi trabajo, y, quizá, también, puede que sea este rasgo parte de una tendencia insumisa, en cierto modo feminista.
¿Crees que la obra debería hablar por sí sola o son los artistas quienes deben acercar la obra a través de un discurso verbal al público?
Creo que la obra, por supuesto, habla por sí misma una vez terminada. Pero, a la vez, creo que hay una necesaria presencia de la voz que acompaña a la obra de quien la ha pensado primero, y creo que esa voz no se puede anular. Probablemente, no es la única voz que tenga algo que decir en los cuadros, pero creo que es importante que se considere. Creo que cada artista debe saber hablar de su trabajo para dejar una primera voz, una voz que se ha de reconocer.
A mí misma me ha servido mucho estudiar los diarios y las autobiografías de artistas de mis obras favoritas para entenderlas mejor. De hecho, empecé mi tesis estudiando los diarios de Gerhard Richter y aprendí mucho, sobre todo de sus contradicciones, sus dudas, sus cambios, sus incoherencias.
Hago un esfuerzo muy grande por hablar de mi trabajo, cada vez con más empeño y menos vergüenza; porque luego, cuando la obra sale a la luz y se abre a nuevos significados, es difícil saber interpretarla si no hay reflexión anterior. Para poder incorporar otros criterios en los siguientes trabajos es necesario saber cual es el punto de partida. En mi caso, es muy importante ir hacia adelante y hacia atrás, constantemente, no solo con los cuadros sino también con lo escrito sobre ellos.
Richter tiene una frase muy conocida que habla desde otro lugar de lo mismo “No decir, tan solo mostrar”. Creo que, en su caso, es una actitud un poco esquiva y defensiva, frente a ciertos artistas, aparentemente más comprometidos. Yo prefiero decir, aunque me equivoque, antes de que otros digan y malinterpreten lo que muestro.
Creo que es muy importante hacernos comprender y, en ese aspecto, yo me identifico más en la actitud de Hannah Arendt, que hizo un esfuerzo muy grande por hacerse comprender y por aceptar que el pensamiento no es conocimiento, no es una línea recta, ni necesita pilares ni barandillas, que el pensamiento tiene alteraciones, recorre varias sendas, que puede retroceder y puede avanzar a saltos sin tener evidencias, y que no debe mantenerse fiel a una única línea trazada, sin la posibilidad de poder equivocarse.
¿Cuáles son tus referentes?
Ya he hablado de mis tres filósofas a las que dediqué tres exposiciones. Aunque existan muchas más que me inspiran, en ellas habitan elementos comunes de los que yo intento contagiarme. Las tres eran poetas, eran filósofas –desde una posición independiente–, y las tres se comprometieron desde el exilio y sin red. Yo intento ver cómo eso se puede traducir desde mi pintura y mi experiencia.
¿Referentes filosóficos actuales? Pues, desde luego, Marina Garcés es una de las filósofas en las que más me apoyo para entender la idea de red y mundo común. Mi trabajo ahora, en la Casa de Velázquez, se llama ‘Otra vida en red’ y trata la idea de red como color, como decía, pero también como tejido, como tejido común en el mundo al que pertenecemos.
Por otro lado, sigo a Josep María Esquirol y su filosofía de la proximidad, sus tres últimos libros me han influido mucho. De lo último que ha escrito, sobre todo ‘Humano, más humano’, frente a la idea más nietzscheana del ‘Humano, demasiado humano’. Digamos que Esquirol habla más de profundizar en valores que tienen que ver con una humanización, es decir, mayor capacidad de ser afectivo y sentirse afectado por lo que ocurre. El desarrolla la idea de la herida, como el centro del alma que nos da sentido.
En cuanto a referentes artísticos bebo de muchas fuentes, no solo de la pintura, podría darte muchas referencias de cine, fotografía etc, pero no me voy a extender más.
¿Cómo son esas otras redes vitales de tu proyecto de residencia en la Casa de Velázquez?
‘Otra vida en red’ habla de la importancia de hacer visible y consciente el valor de lo humano. El rojo es el color que lo define y, como decía, también es la trama, el tejido que lo alberga. La tela es la pintura y también es el filtro que nos ayuda a ver y vernos, para profundizar en lo que somos frente a esa otra red que nos define también como sociedad, que son las redes sociales en este mundo interconectado.
Yo hablo de otro tipo de red social, la red de apoyo, sobre todo siendo conscientes de que siendo vulnerables somos co-dependientes, pero, al mismo tiempo, tenemos que aprender a emanciparnos de un tipo de estructura que nos relaciona pero que produce desigualdad y violencia, más ahora, donde estamos, y a partir de las experiencias recientes que hemos vivido. Para mí, esta necesidad se ha hecho más urgente, la necesidad de hablar de estos temas, de hablar del conflicto desde el afecto, de ser afectivo y sentirnos afectados por lo que pasa para saber poner límites.
Estoy desarrollando una serie de cuadros que hablan de la mancha y de lo que representa lo desgastado, y de las huellas del propio esfuerzo de trabajar por aquello que nos mueve y nos conmueve; también doy presencia a esas manchas que nunca aparecen en el cuadro. Son las manchas que aparecen en mi mono de trabajo, las huellas del proceso creativo, como ya he comentado. Esas manchas se han convertido en protagonistas, igual que la tela, pero la tela, en este caso, no es una tela tensada, sino es una tela de pliegues, recovecos y hendiduras. También es la tela que nos sostiene, nos cubre y nos protege.
Hay una referencia a un filósofo francés que descubrí hace poco: Maurice Merleau Ponty. Él habla de la pintura desde el sentido del tacto, y a mí me parece muy importante porque desde el tacto habla del trato. Hay una frase que me sostiene que dice: “La mirada envuelve, pero no oculta, velando, revela”. Para mí, esto ha constituido el germen de muchos de los trabajos que se han generado aquí, en la Casa de Velázquez: entre otras cosas, el libro ‘Croma’.
Trabajo la mancha, trabajo la tela, el color, y trabajo, también, el cambio de escala: hago grande lo pequeño, lo insignificante, para darle valor. También trabajo el fragmento y los márgenes. Es muy importante hablar de los márgenes, y, como puede adivinarse, de `los marginales´, de los invisibles, y también del espacio que hay entre los límites: entre tu límite y mi límite hay un espacio común y en ese espacio es donde nos tenemos que entender, tenemos esa necesidad y esa obligación.
Hay otra referencia que me gustaría rescatar: Judith Butler y su idea de ‘la fuerza de la no violencia’. Mi trabajo también habla de eso. Muchas veces se interpreta el color rojo, como decía antes, como el color de la violencia. En mi pintura más reciente, hablo justo de lo contrario, de un pacifismo militante, como actitud militante. Una especie de pintura activista que reivindica una forma de resistencia no violenta.
Para terminar, ¿cómo está siendo tu experiencia en la Casa de Velázquez?
Vivir este año en Madrid en La Casa de Velázquez, durante un curso entero, es una suerte inmensa, sobre todo después del tiempo de confinamiento y de haber expuesto dos veces el año pasado, con las restricciones obligadas. La casa te permite tener un espacio abierto e íntimo a la vez, donde poder pensar, experimentar y trabajar y, al mismo tiempo, donde tu trabajo se reconoce y goza de mayor eco y visibilidad. Además, la ciudad ofrece exposiciones y otras propuestas artísticas tremendamente interesantes que dilatan la experiencia.
Simplemente el hecho de poder trabajar en un entorno diferente, salir del lugar donde habitualmente te mueves ya es un estímulo para no relajarte y aprender. Por otra parte, disfrutas de un período donde nadie cuestiona tu trabajo artístico y recibes un beneficio por ello, eso te da cierto sosiego interior que, muchas veces, es difícil de conseguir.
Gracias al apoyo mediante el convenio entre el Ayuntamiento de València y la institución francesa, tengo unas condiciones de trabajo y de vida que son excepcionales para cualquier artista: un lugar donde trabajar, un tiempo largo donde desarrollar ideas –no solo pintar–, y la oportunidad extraordinaria de compartir experiencias singulares con artistas y residentes de otros lugares que quedarán en la memoria y se van a extender en el espacio y en el tiempo, como la próxima exposición itinerante que se inaugurará el próximo día 10 de junio y que viajará a Francia en el 2023, entre otros proyectos futuros.