Travesía litoral, de Julio Anaya
Plastic Murs
C / Dénia, 45. Valencia
Hasta el 8 de febrero de 2020
Dice que volvía locos a sus profesores de la carrera, durante los siete años que la cursó, porque cada semana les llevaba un proyecto, después de mezclar la pintura y el óleo con diferentes barnices y practicar con los nuevos lenguajes plásticos. “A mí me gusta toda la pintura, la contemporánea, las vanguardias, pero utilizo la del siglo XIX porque su figuración es la que entiende todo el público. Son obras de arte y no se cuestionan. Las utilizo como gancho para que se acerquen a mi trabajo”, explica Julio Anaya Cabanding que, en apenas un año, ha suscitado la publicación de más de 40 artículos en todo el mundo sobre su obra. “Una locura absoluta”, reconoce.
“Mi trabajo, por las características que tiene, es muy impactante visualmente, y hay una confrontación de cosas que lo hacen atractivo. Y luego está el tema ese romántico del chico que pinta obras de arte en lugares abandonados”, avanza el artista malagueño que exhibe en Plastic Murs una obra, por enmendar la frase popular, con trampa y cartón. La trampa, en el mejor sentido de la palabra, que consiste en pintar cuadros, en este caso, de clásicos valencianos como Joaquín Sorolla, Ignacio Pinazo, Antonio Muñoz Degrain, Enrique Simonet o Bernardo Ferrándiz, no sobre lienzo o tela, sino sobre un humilde cartón.
“Contrapongo la estética, la idea de la belleza que tenemos asociado al cuadro, la figuración, lo verosímil, las imágenes bucólicas, con la estética de calle y los lugares en los que intervengo, que normalmente son inhóspitos, abandonados, de absoluta decadencia, y donde el paso del tiempo se hace evidente. El cartón se convierte así en una manifestación de esos lugares”, explica Anaya. Cartones que recogen el deterioro de esos espacios y que el artista, después de un proceso de desinfección y tratamiento, convierte en insospechado soporte de su trabajo. “Los coleccionistas que me compran la obra, si vieran ese trozo de cartón en su cocina lo tirarían corriendo a la basura, les repugnaría y, sin embargo, pintando, enmascarando el cartón, de tal manera que represente un cuadro, pues les parece maravilloso”.
Julio Anaya, cuando Vicente Torres, responsable de Plastic Murs, le propuso exponer en Valencia, quiso vincular ambas ciudades: la suya propia y la del destino que le aguardaba. Desechó una primera opción: “Le pedí a Vicente que me hiciera fotografías de obras de artistas valencianos para, a partir de ahí, construir algo”. Pero aquello no le convenció y decidió buscar a esos artistas en las propias instituciones culturales de Málaga. Entonces se dio cuenta que artistas como Muñoz Degrain, Simonet o Ferrándiz habían viajado en su día de Valencia a Málaga, incluso asentándose y creando escuela. De manera que cerró el círculo reuniendo a esos artistas en Málaga para traerlos a Valencia. De ahí esa ‘Travesía litoral’ que da título a la exposición.
“Mi trabajo tiene esas dos lecturas: la primera es que es muy impactante, pero detrás de todo eso hay un trabajo intelectual muy grande”, señala Anaya, que dice encantarle Sorolla. “Es un artista que entendía la pintura de una manera especial. La gente dice que era un privilegiado y yo creo que era un currante, capaz de pintar 20 piezas al día, y que tenía una habilidad extraordinaria. Para mí Sorolla es Velázquez con una paleta cromática. Contemplas su obra y ves cómo ha construido el cuadro, la pincelada y hasta la velocidad con la que pintaba”.
También dice gustarle el trampantojo, “porque cuestiona la imagen”. Más allá de que sea una simulación o una ilusión, a él le resulta “inquietante, porque de forma ilusoria ocupa el espacio del espectador”. Y añade: “Si la perspectiva nace en el Renacimiento, con esa capacidad para introducirte dentro del cuadro, el trampantojo es todo lo contrario: no viaja hacia atrás, sino que se abalanza sobre el espectador”. Interesado en la pos verdad y en la duda sobre la imagen, Anaya considera que en una sociedad construida sobre el paradigma de la imagen digital, la idea del trampantojo vendría a colocar al espectador en ese engaño, a través de la simulación, de forma que “le obliga a pensar acerca de lo que está viendo”.
Julio Anaya saca virtualmente la obra del museo y la reproduce en lugares donde queda expuesta a la climatología, a la posibilidad de que la destruyan e incluso de que nadie la vea. En este sentido, asegura que tiene disputas con los grafiteros, “porque represento casi todo lo opuesto a lo que representan ellos. Hay gente que no me puede ni ver”. Sus intervenciones callejeras, que pueden verse en Instagram y por las que ha ido adquiriendo asombrosa notoriedad, son tan grandes que suele emplear una semana en su realización. “Cada vez que voy a casa y vuelvo al día siguiente, el camino hacia la obra es de absoluta incertidumbre porque no sé si la voy a encontrar intacta o se la han cargado. Y al día siguiente el mismo sufrimiento, que está ahí cada vez que empiezo una obra en la calle”.
Su ‘Travesía litoral’ es un viaje de Málaga a Valencia y viceversa, en la que Anaya demuestra una habilidad especial para que case el academicismo de los grandes clásicos de la pintura valenciana, con el arte de la calle. Arte, a su vez, del reciclaje, puesto que el cartón, como aquellas alfombras mágicas de las narraciones fantásticas, se transforma por obra y gracia del artista malagueño en soporte de engaños que maravillan.
Salva Torres
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