Michael Meert

#MAKMAArte
‘El pincel del cineasta’, de Michael Meert
Galería Espacio Segundo
Cuba 61, València

Estudió en la Academia de Cine y Televisión de Berlín, ampliando su formación de dirección y guion con el ilustre director polaco Krzysztof Kieslowski [‘La doble vida de Verónica’ o su trilogía ‘Azul’, ‘Blanco’, ‘Rojo’] y, aunque menos conocido en España, con el igualmente célebre Edvard Bernstein-Zebrowsky [‘A plena luz del día’, ‘Hospital of transfiguration’].

Con más de 25 películas de ficción y, principalmente, documentales para el Canal Arte y la televisión pública alemana WDR, como director, guionista e incluso productor, Michael Meert (Bonn, 1953) ha expuesto ahora en la galería Espacio Segundo –dirigida por Eva García Donate– una serie de pinturas y cuadernos de artista, tras haber fijado su residencia en València.

Lo hace iluminado por su propia pasión hacia la pintura, disciplina que, en realidad, ha practicado desde sus más tempranos tiempos cinematográficos y que, según sus mismas palabras, es el verdadero objeto de su devoción, junto a la música, protagonista de gran parte de su producción documental, con trabajos dedicados a Beethoven, Ravel, Pau Casals, Jordi Savall, Albéniz, Manuel de Falla, Paco de Lucía o Ketama.

Durante su infancia, escuchó tanta música en su casa natal que le fue fácil quedar prendado tanto del más clásico Beethoven como del duende flamenco. “Mi madre –que era de Bohemia, minoría alemana de Chequia– era, entre otras cosas, guitarrista y tenía en los años 60 un disco que se llamaba ‘Palos del flamenco’, donde te iban describiendo cada uno de esos palos para que los aprendieras. Todavía lo tengo”, recuerda.

Michael Meert, en un momento de la entrevista en la galería Espacio Segundo de València.

Y añade: “Pienso que el flamenco tiene una estructura armónica y rítmica única, y es una de las pocas músicas europeas que quedan verdaderamente auténticas, porque la música americana lo domina todo. En Alemania hay muchas escuelas de baile flamenco, porque es la antítesis de lo que era la educación estricta alemana, que es la herencia prusiana, y que ha cambiado totalmente en la actualidad”.

Lo dice en un perfecto español, que ha aprendido junto a su esposa, la valenciana Maite Serrano, y tras haberlo practicado mucho por esa inclinación temprana hacia el flamenco y todo lo relacionado con nuestra cultura, incluida la tauromaquia. Ahí está su documental ‘¡Torero!’, dedicado al diestro Luis Francisco Esplá.

“La tauromaquia me gusta y he perdido unos cuantos amigos por esto”, afirma sonriendo. “Además, tengo varios sobrinos que son veganos radicales, a los que les explico que el mundo taurino es muy especial. Hay que verlo sin esta ideología de izquierdas que lo asocia con el franquismo y no es así. Es una cultura única y el toro en sí es el último gran animal salvaje que tenemos en Europa. La corrida de toros no es un juego, no es diversión, sino un ritual muy arcaico, muy sangriento y cruel”, agrega.

Dice estar “muy feliz” de haber dejado atrás el trabajo cinematográfico, “que es un trabajo muy duro, muy racional y acompañado de muchos conflictos, por aquello del dinero”, mientras que la pintura la ha mantenido de formato pequeño, “porque es la alternativa total al cine; me da la espontaneidad y la libertad, siendo una mezcla entre lo predeterminado, que son los colores, los pigmentos, las tintas y los pinceles y plumas que uso, y el azar que surge de trabajar con el agua sobre el papel”.

Detalle de algunos de los cuadernos de Michael Meert, expuestos en Espacio Segundo.

De hecho, los trabajos presentados en Espacio Segundo son un compendio de lo que ha ido realizando desde aquel primer cuaderno de 1988. Al conjunto lo ha titulado ‘El pincel de cineasta’, porque, aunque proclama su pasión por la pintura, en detrimento de la “más aburrida ficción”, Meert reconoce que algo atraviesa por igual su labor cinematográfica y la pictórica.

“Las películas tienen mucho que ver con la música, porque ambas son tiempo. Hay una línea de tiempo en cada obra musical, porque vas de un punto del solfeo a otro. Y en el cine pasa lo mismo: vas de un plano a otro”, y pone como ejemplo a Víctor Erice, ya que, a su juicio, lo especial de su cine es el ritmo.

El pintor Antonio López, en un fotograma de ‘El sol del membrillo’, de Víctor Erice.

“Tiene un acercamiento al ritmo y al tiempo que no es nada habitual. Por eso causó tanta impresión su película documental ‘El sol del membrillo’ sobre el pintor Antonio López. Yo la he visto en un cine con 500 personas, en un ambiente de absoluto silencio”.

Retomando su pintura, vinculada con ese ritmo y cierto misterio inherente al propio acto creativo [“La música empieza donde acaba el lenguaje”, subrayó el escritor ETA Hoffman], Meert recuerda cómo su madre, cuando él tenía cinco años, les ponía cada domingo la ‘Pastoral’ [‘Sinfonía n.º 6’] de Beethoven y les contaba una historia, razón por la que ha crecido amando la música.

Entonces, ¿en estas obras de ‘El pincel del cineasta’ se refleja el cineasta que fuiste junto con el artista plástico que nunca has dejado de ser?

“Sí. Yo he hecho varias películas sin argumento. Incluso he llegado a ganar un premio por una película considerada videoarte, cuando yo lo que hice fue un documental. De hecho, mis documentales, al igual que mi obra pictórica, poseen un aspecto irracional y de un uso muy particular del tiempo. He hecho cinco o seis para la televisión, para el canal Arte y la WDR alemana, que no tienen una sola palabra. Me hubiera gustado que los productores me hubieran dado más libertad”.

Dos de las obras de Michael Meert, en la exposición ‘El pincel del cineasta’, en la galería Espacio Segundo.

Libertad que dice encontrar sobradamente practicando la pintura, de nuevo ligada a la música. “Se dice que la música es el único arte que no pasa por la racionalidad. Y en cierto modo, ahora que lo pienso, lo que hago en estas acuarelas y estos cuadernitos es intentar precisamente eso: que se disfruten sin necesidad de entenderlos. De ahí que no me guste cuando la gente me pregunta acerca de lo que he querido decir en mi obra. A ver, no me molesta, pero tengo problemas para responder, porque, en el fondo, no lo puedo explicar”, subraya.

Michael Meert también estudió dramaturgia en Polonia, descubriendo, a través de esa escuela polaca, que el documental era un género narrativo igual que el de ficción, “pero mucho más difícil porque trabajas con la realidad y tienes una responsabilidad frente a lo que filmas; sometes la realidad a tu visión, claramente”.

‘Las tres muertes de Teófilo del Valle’, de Manuel de Juan Navarro, documental presentado en DocsValència bajo la supervisión de Michael Meert.

Y pone como ejemplo su participación en ‘Las tres muertes de Teófilo del Valle’, de Manuel de Juan Navarro, documental presentado en la última edición del Festival DocsValència, y el que se encargó de supervisar la narración, “forzarles –al director y a su hijo– para que hicieran la mejor narración posible a través de tres actos, que al principio pueden pasar desapercibidos, pero que luego se ven”. “Las leyes narrativas en el documental, insisto, son muy semejantes a las de la ficción. Y hoy en día, como vemos tantos productos mediáticos, hay que ser muy espabilado”, resalta.

Siendo el documental una ficción más, y no el género destinado a captar únicamente la más cruda realidad, Meert puntualiza: “La propaganda está por todas partes. ¿Cuál es el género del documental más conocido? Pues la publicidad, porque te enseñan un coche, te dan información sobre él (las ruedas, el volante, la carrocería, el motor…) y con toda esa información se crea el documental que está en la base. Pero luego viene la propaganda, es decir, cómo lo hago para que tú creas que este coche es lo mejor de lo mejor”.

Los cuadernos pequeños de artista presentados en la muestra ‘El pincel del cineasta’ no los ve como algo comercial: “No soy un pintor académico, sino que soy un artista visual que ha hecho su camino realizando películas, en las que he usado también muchísimos elementos de los que se pueden ver aquí”.

Eva García Donate y Michael Meert, en la galería Espacio Segundo.

“Me gusta que las melodías bonitas me cuenten cosas terribles”, sostiene el cantante Tom Waits. ¿En tu obra huyes de esa visión más oscura de la realidad?

«Ahora, de mayor, me he vuelto mucho más melódico y acepto la importancia de la belleza. Hay una línea de la vanguardia del arte que es muy destructiva. De joven, me gustaban esas acciones, del tipo de las que llevaba a cabo Otto Muehl, porque en los años 60 y 70 había que destrozarlo todo, de una manera también productiva, en el sentido de abrir la sociedad quebrando los roles sociales imperantes”.

Y concluye con algo que descubrió en la novela ‘Doktor Faustus’, de Thomas Mann. “En música supe, a través de ese libro, que Bach de joven fue andando hasta Lubeck para encontrarse con el organista [Dietrich] Buxtehude, manteniendo una conversación en la que, según Mann, aquel le dijo a Bach que le iba a revelar el secreto de la música: ‘Permítete incluir belleza en tu obra’. No sé si es un proceso ligado a la juventud y a la búsqueda de lo revolucionario, que cuando llegas a mayor se conjuga con la búsqueda de algo más agradable, pero lo cierto es que me permito ahora –y lo veo también en la pintura asiática– cierta sencillez asociada a la belleza”.

Michael Meert
Michael Meert, con uno de sus cuadernos, en la galería Espacio Segundo.