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Entrevista a Miguel Rellán
Por ‘La vida empieza hoy’, de Tonet Ferrer
En proceso de rodaje
Citar las películas en las que ha participado Miguel Rellán es como enumerar una constelación de estrellas, algunas más brillantes que otras, pero todas ellas fundamentales para entender la historia del cine español: ‘El crack’ (José Luis Garci); ‘Las bicicletas son para el verano’ (Jaime Chávarri); ‘Tasio’ (Montxo Armendáriz); ‘Tata mía’ (José Luis Borau), por la que ganó el Goya a la mejor interpretación masculina de reparto en 1986; ‘El viaje a ninguna parte’ (Fernando Fernán Gómez); ‘Amanece que no es poco’ (José Luis Cuerda); ‘¡Ay, Carmela!’ (Carlos Saura), o ‘Todos a la cárcel’ (Luis García Berlanga).
Películas que, junto a las obras de teatro y las series de televisión, han hecho de Miguel Rellán uno de esos actores de reparto que, en la gran constelación de las más rutilantes estrellas, confirman aquella máxima del poeta William Blake de que jamás se convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz. En el caso de Rellán, más que el rostro, diríase concentrada la luz en sus ojos atentos a la menor chispa que pudiera dar lugar al alumbramiento de un instante eternamente fugaz.
Luis García Berlanga le dijo en cierta ocasión a José Luis Cuerda que había logrado reunir en ‘Amanece que no es poco’ el mejor reparto de la historia del cine español. Lo decía quien precisamente tuvo la suerte -por él mismo manifestada- de haber podido trabajar con una de las mejores generaciones de los llamados actores de reparto. Generación a la que pertenece Rellán -partícipe en la mencionada película-, quien recientemente estuvo en Valéncia por el rodaje de ‘La vida empieza hoy’, de Tonet Ferrer.
Empecemos por ahí, ¿cómo surgió este proyecto y cuál es tu papel en la película de un director, digámoslo así, novel, lo cual implica, en apariencia, cierto riesgo?
Miguel Rellán (MR): Hay una entrevista a Orson Welles en la que le preguntan: “¿Es verdad que usted contrata para sus películas a amigos suyos que no están capacitados para hacer ciertas cosas?” Y él respondió: “Efectivamente, es verdad”. “¿Y lo volvería a hacer?”, insistió el entrevistador. “Por supuesto, porque la amistad es mucho más importante que el arte”.
Por eso, cuando Tonet me dijo que iba a hacer una película y que quería contar conmigo, sin mirar le dije que sí y que no hacía falta que me contara nada del argumento. Como sabía que no me iba a poner de monja, pues hala…
Entonces interviene el director, a instancias del propio actor, para que la explique.
Tonet Ferrer (TF): La película habla de temas universales. Habla de superación, de amor, de frustración, de la necesidad de hablar, de ponerle una mirilla al corazón, de no callarnos lo que sentimos. Y lo hacemos a través de la música con el fin de hacer ese click, ese viaje, porque mediante las canciones y la música contamos lo que no podemos expresar con palabras.
MR: El protagonista es un músico y yo soy su padre.
TF: La película es la adaptación de la obra de teatro -Premio Max del Público 2021-, la cual nace hace tres años, cuando falleció mi madre y fue como un ejercicio de sanación. De alguna manera, crear unos personajes y volcar mi dolor en ellos fue como descargarme, quitarme un peso de encima. La película tiene esa misma esencia, solo que con otro lenguaje”.
¿La vida empieza siempre hoy para un actor ya curtido en tantísimos rodajes y ensayos?
MR: La vida debería empezar siempre hoy. Hay que recurrir a los sabios y decir que se debería vivir, en primer lugar, como si se fuera a ser inmortal. Hay gente de mi generación que me saca de quicio. ¿Tú vas al gimnasio? Yo ya no. ¿Tú sales de noche? Yo ya no. ¡Ah, que vas al teatro! Yo ya no. Pues muérete, macho, con tanto yo ya no. Entonces, hay que vivir como si se fuera a ser inmortal, que la muerte te pille viviendo, porque hay gente que está muerta en vida, no cuando tiene 80 años, sino que conozco gente así con 42. Con la edad, obviamente, te salen más goteras, pero si tienes treinta y tantos y te da un ictus, pues la hemos jodido, claro, pero hablamos bajo unas condiciones de salud, sea la edad que sea.
Y la pandemia, ¿nos ha hecho mejores, como se ha querido transmitir, a mi juicio, de forma un tanto ingenua?
MR: Una frase atribuida a Winston Churchill se puede aplicar a la pandemia: “El dinero no cambia a las personas, las descubre”. Bueno, pues la pandemia no ha cambiado a la gente, las ha descubierto. Estoy hablando de familiares que de pronto manifestaban una incapacidad para estar solos. No hablo de alguien que vive en un sótano oscuro y húmedo, sino en un ático luminoso. De manera que, si no sabe estar solo, algún agujero cerebral tiene. Hubo quien me dijo: “Miguel, ¿pero tú puedes vivir sin bares?” Pues naturalmente, sin bares y sin muchas otras cosas. Vamos, que hay gente con muchas carencias y la pandemia no los ha cambiado, los ha descubierto.
¿Eres un actor de los que se mete en el personaje y, una vez terminado el rodaje, se desprende de él, o, como los actores del método, necesitas llevártelo a todas partes, vivir con él?
MR: Cada maestrillo tiene su librillo. Ahora bien, ¡qué método! Eso para los anglosajones que no tienen imaginación, decía [Marcello] Mastroiani. Lo que es verdad es que en el Mediterráneo somos expresivos [pone voz de señora andaluza contando algo, porque vivió nueve años en Sevilla]. Otra cosa es cuando tienes que expresar emociones que no son tuyas habitualmente, como ir llorando por ahí o dando ostias. Lo del método también es una especie de mito. Cuando llevas mucho tiempo, cada uno tiene su técnica.
Decía José Sacristán que a él le habían pagado por jugar. ¿Actuar es un juego?
MR: Paul Newman se levantaba por la mañana y decía: “Soy transmisor de cultura, porque, no sé, voy a hacer ‘El zoo de cristal’, de Tennesee Williams, y otro día, en cambio, pienso que me van a pagar un dineral simplemente por jugar como cuando éramos niños. Esto es un oficio muy raro”. Pero, claro, tienes que jugar en serio; jugar a creértelo.
¿Los actores tenéis el privilegio de vivir muchas vidas?
MR: No vivimos muchas vidas, fingimos que las vivimos. Esto es una especie de gran farsa. En el teatro yo salgo a fingir que soy un personaje y tú, que eres el espectador, finges que te lo crees. Y se produce ese momento maravilloso en el que te lo crees, y si yo empiezo a llorar tú te emocionas. Es maravilloso ese juego que se convierte en verdad. Pero no se viven muchas vidas, entre otras cosas porque tienes que estar pendiente de multitud de detalles mientras ruedas. Hay mucho cuento, lo que pasa es que queda muy bien eso de decir que te ha costado mucho desprenderte de un personaje, que te lo llevas contigo a casa. Eso es mentira, no te llevas nada a casa y si te llevas algo a casa vete al psiquiatra, macho.
¿Ser actor o director de cine en España es como ser torero en Japón, según afirmó en cierta ocasión Pedro Almodóvar?
TF: Yo creo que es un oficio que tiene para la gente mucha más purpurina de la que luego tiene en realidad. Hay amigos a los que les apasiona preguntarme cosas sobre el cine, pero luego no saben que nos levantamos a las seis y media de la mañana, y que trabajamos hasta las siete de la tarde, mientras que ellos estudian y luego tienen el fin de semana y desconectan. Esto es un trabajo de obrero, de pico y pala.
MR: Yo no sé por qué tiene esa aureola el actor y no la tiene, por ejemplo, el músico cuyo oficio es mucho más complicado.
TF: Quizás porque el actor tiene una visibilidad mayor, desde el momento en que al meterte ahí dentro [señala al televisor] formas parte de la vida de muchísimas familias.
¿Ha tenido alguna vez la pesadilla de Fernando Fernán Gómez de rodar o salir al escenario y sentir la angustia de que se le olvidaba el texto?
MR: Eso les pasa a todos los actores. Es una pesadilla espantosa.
TF: ¿Pero tú te has llegado a preguntar por qué te dedicas a esto?
MR: Pues no. En primer lugar, yo soy tranquilo. Hay compañeros que el día del estreno tienen diarreas, se ponen nerviosos; yo, nunca. Tienes la responsabilidad ante toda esa gente que viene por ti al teatro, pero no son nervios, sino la inseguridad de pensar si vas a dar todas las notas. En ‘Novecento’ [monólogo de Alessandro Baricco, dirigido por Raúl Fuentes], alguna vez sí he llegado a pensar, pero quién me manda estar aquí. Y es justo en ese momento horroroso en el que se oye la voz que dice, “señoras, señores, la representación va a comenzar”, a la que sigue el murmullo que va bajando en el patio de butacas. Después se te pasa, pero en ese momento dices eso de quién me manda estar aquí.
¿La diferencia entre el teatro y el cine es que en el teatro es más importante la voz, la buena declamación, mientras en el cine prima la imagen y, por tanto, el cuerpo y la fotogenia?
MR: El cine es el arte del director. Mi trabajo lo terminan en la moviola. Y tengo mucha experiencia en eso: secuencias enteras que desaparecen. Recuerdo una con Victoria Abril, en la que nos pasamos dos noches metidos en un riachuelo pasando frío y luego llegas y te dicen que la han suprimido porque cortaba el ritmo de la película. ¡Anda, iros a la mierda! En el escenario, en cambio, mando yo; ahí toda la responsabilidad es mía.
Por otro lado, he de decir que me parece bien, porque, como afirmaba [Rafael] Azcona, “yo cuando entrego el guion ya no es mío, que hagan lo que quieran”. El guion, como la propia palabra dice, es una guía para que el director haga otra cosa a partir de eso. Unas veces me gustará el resultado y otras no.
¿Por qué necesitamos el cine o el teatro que son ficciones, es decir, espacios habitados por el engaño?
MR: Necesitamos que nos cuenten historias continuamente. ¿Por qué? Ese es ya otro asunto. Unas veces para distraernos de la vida oscura que llevamos y otras, porque es una manera de intentar comprendernos a través de la ficción. La diferencia es hacerlo con arte o no. ‘Hamlet’ es un culebrón -o ‘Ricardo III’ y ‘Romeo y Julieta’-, pero no tiene nada que ver con esos otros culebrones de la televisión. No sé quién decía que del argumento de “chico encuentra chica” puede salir una mierda o ‘Casablanca’, depende de cómo lo cuentes.
Se te recuerda sobremanera por ‘Amanece que no es poco’, de José Luis Cuerda. ¿Qué piensas ahora de tamaño dislate de película?
MR: El público es el que ha hecho que se me reconozca más por ‘Amanece que no es poco’. Es el público, porque, cosas de las paradojas del arte en general, cuando se estrenó la película tuvo muy malas críticas; no fue nadie. Y 25 años después es mítica: que me expliquen por qué. En el rodaje, Saza [José Sazatornil] decía: “Nos echan de España, esto es ‘Inocente, inocente’: ¿a ti te han pagado, Miguel?” Yo me he enterado de actrices que no quisieron hacerla. Pero es que Cervantes no sabía que estaba escribiendo el Quijote, ¿eh? Y ‘Casablanca’ no sabían cómo terminarla. Es un misterio. Woody Allen decía que si se supiera dónde está el éxito en el cine o en el teatro lo harían los bancos.
Había una frase publicitaria de una película de Basilio Martín Patino, que a mí me gustaba mucho y que decía: ¿A qué va la gente al cine? A pasar el rato. ¿De qué rato me habla usted? ¿Y usted de qué gente? Televisión Española acaba decir que no a la película de Víctor Erice y acaba de decir que sí a Santiago Segura. No hay más preguntas, señoría. Este es el país que tenemos.
¿El cine en la gran pantalla está condenado a terminar siendo consumido en las pantallitas de un móvil o de un ordenador?
TF: Yo creo que, lamentablemente, el mundo lo gobiernan las pantallas, y se consume mucho más contenido en este móvil de lo que tendría que ser. Yo disfruto más en una pantalla grande que verlo en una Tablet o en la televisión.
MR: Lo cual demuestra la estupidez de la gente, porque para qué cuidas un plano maravilloso, con un color fantástico, si después no vas a ver nada. Como la gente que oye música en un móvil con un sonido indecente. No sé quién le dijo a un director que sus series no estaban hechas para un público medio y respondió: “Pues que se joda el público medio y que aprenda”.
La serie que protagonizas ahora en Movistar con Antonio Resines se titula ‘Sentimos las molestias’. ¿De qué os disculpáis?
MR: Pues de que empezamos a ser mayores y te quejas del dolor del lumbago, del colesterol… por ahí va el asunto. También, de la no aceptación del paso del tiempo. Berlanga y, salvando las distancias, Billy Wilder hacían películas en las que te reías y te preguntabas: ¿De qué carajo me estaré riendo; maldita la gracia que tiene esto? Dónde está, por ejemplo, la gracia de ‘El apartamento’, y dónde está en ‘La escopeta nacional’ o en ‘El verdugo’. Es una habilidad maravillosa transformar lo que no tiene gracia en motivo de risa. Y un misterio.
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