Miocardio. Marina Salas. Vito Sanz. José Manuel Carrasco

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‘Miocardio’, de José Manuel Carrasco
Con Marina Salas, Vito Sanz, Pilar Bergés y Luis Callejo, entre otros
Produce: Malvalanda
75’, España, 2024
Estreno: viernes 24 de enero de 2025

“Y a pesar de todo
me pregunto:
¿Qué no di?”
(‘Ya nada volverá a ser como antes’, El Canto del Loco)

En la desolada tierra que resta después de una ruptura sentimental solo florecen las hipótesis. Dolorosas. Inevitables. ¿Y si nunca se hubiera mentido en…? ¿Y si aquella vez era la verdadera porque quizás…? ¿Y si tan solo hacía falta un poco más de…? Y si, y si, y si.

Estas conjeturas intentan –en vano– acunar las almas inquietas de los amantes y ofrecer dentro de un marco teórico, casi fantasmal, universos pretéritos y ficticios en los que se posee una segunda oportunidad.

En el interior de estas amargas coyunturas novelescas, la perspectiva de aquellos problemas ineludibles –dueños y señores de la causa de la separación– se transforma drásticamente. Su condición de invencibles armas destructoras del amor simplemente se desvanece. Surge así una relativización que, lejos de otorgar sosiego, hiere con su sencillez. Descubrir, quizá tarde, las posibles soluciones del pasado conlleva a un mortificado presente.

Miocardio. José Manuel Carrasco

‘Miocardio’, largometraje dirigido por José Manuel Carrasco, ubica las hipótesis sentimentales de una expareja en su eje central. Actúa como una suerte de demiurgo capaz de moldear el tiempo a su antojo. Sus poderes divinos o cinematográficos –a la postre, son lo mismo– le permiten volver al ayer de sus protagonistas, una y otra vez, en pos de remediarlo.

Pablo (Vito Sanz) se halla en una fuerte crisis existencial donde intentará poner fin a su vida. Una llamada de una antigua novia (Marina Salas) proponiendo un reencuentro evitará el trágico desenlace. En esa reunión aparecerán los errores, las mentiras, el dolor o los reproches innecesarios. Es aquí donde la obra ejerce su clemencia rebobinando el día. “Probad de nuevo –parece decirles–. No es tan difícil”.

Sin embargo, las buenas intenciones de ‘Miocardio’ no son las únicas claves para juzgarla positivamente. Su benevolencia para con sus personajes se articula, a su vez, con unas formas que reflejan las emociones mutables de Pablo y Ana.

En su primer intento, ambos están tensos y nerviosos. La cámara los persigue temblorosa, inquieta. Es incapaz de permanecer en el mismo lugar más de unos pocos segundos. Está incómoda. Como ellos, como los espectadores. No tardarán en comenzar una fuerte discusión. Los planos contraplanos se sucederán uno tras otro. Apenas comparten espacio juntos. Apenas se tocan. Están enfrentados. Incomunicados. Separados.

A medida que las tentativas se suceden, los desaciertos disminuyen. Comienzan a escucharse. Ya no discuten, ahora están hablando. Se comunican. Y las imágenes se vuelven amables, se relajan junto a ellos. Dejan de temblar y se asientan. Los paneos son suaves, casi cariñosos. Planos detalle muestran su cercanía. Se dan la mano. La cámara se detiene a su alrededor, fijándose en los detalles. Un vaso de agua, una maceta, un cuadro. Todo eso ha estado ahí siempre, invisible a los ojos de unas personas cegadas por el daño.

‘Miocardio’ es consciente de que las hipótesis son solo eso: suposiciones. Juega a ayudar a Pablo y Ana desde el cariño. Y es por ese cariño que la película no les deja hundirse en los recuerdos ni les ata al pasado de forma permanente. Las lecciones que han aprendido en su particular Día de la Marmota no deben usarse en exprimir un tiempo que ya no volverá. Esas enseñanzas tienen que aplicarlas en el presente. Al fin y al cabo, es lo único que importa.

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