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‘Fronteras de barro. Cerámica Contemporánea Internacional de Alarcón’
Karen Gunderman, Catherine Schmid-Maybach, Rafaela Pareja, Roberta Ferreira, Cameron Crawford, Christopher Davis-Benavides, Alejandro Fernández Espejel y Xavier Monsalvatje
MOA de Alarcón
Capitán Julio Poveda 21, Alarcón, Cuenca
Hasta el 19 de agosto de 2023
‘Fronteras de barro’, tal es el título de la exposición en el MOA de Alarcón, que reúne a los artistas Karen Gunderman, Catherine Schmid-Maybach, Rafaela Pareja, Roberta Ferreira, Cameron Crawford, Christopher Davis-Benavides, Alejandro Fernández Espejel y Xavier Monsalvatje. Unas fronteras que bien podrían deberse a lo que dice el proverbio mexicano: “Todos los hombres estamos hechos del mismo barro, pero no del mismo molde”.
De manera que, siendo el barro de la tierra -la materia orgánica-, lo que vendría a unir la obra de los ocho artistas concitados en Galería MOA Arte Contemporáneo de Alarcón, son los diferentes moldes o formas de encarar sus respectivos trabajos lo que constituye el atractivo de tan poliédrica muestra, convenientemente subtitulada ‘Cerámica Contemporánea Internacional en Alarcón’.
Por otro lado, la mayoría de los artistas que cuelgan sus piezas en esta muestra tiene una relación especial con Alarcón. Xavier Monsalvatje colgó sus obras hace ya años en una exposición individual en la Galería MOA y ha participado en varias colectivas. Sus visitas han sido constantes y ha dejado muestra de sus trabajos en algunas puertas y fachadas del pueblo.
Karen Gunderman, Catherine Schmid-Maybach, Cameron Crawford, Christopher Davis-Benavides y Rafaela Pareja han recorrido también sus calles y han conocido de cerca las actividades culturales que se han programado allí durante la última década.
La idea de hacer de Alarcón un lugar donde la cerámica contemporánea sea referente y punto de encuentro entre creadores internacionales nace de esta sinergia de vínculos y afectos.
Xavier Monsalvatje, en el catálogo de la exposición ‘American Clay. Cuatro visiones de cerámica contemporánea norteamericana’, que acogió la localidad de Navarrete en La Rioja reuniendo entonces a cuatro de los artistas aquí representados (Crawford, Davis-Benavides, Gunderman y Schmid-Maybach), aludió a George E. Ohr (1857-1918), el llamado “profeta de la arcilla”.
Nacido en Biloxi (Misisipi, Estados Unidos), este ceramista de largos bigotes hizo de la arcilla, que recogía por el fangoso río Tchoutacabouffa de su localidad natal, la razón de ser de su obra y vida. Cada pieza engendrada con esa arcilla especial la denominó sus “bebés de barro”. Bebés que eran creaciones tan arraigadas a la tierra como lo pueden ser los propios hijos, igualmente asociados a la madre naturaleza.
Es así que sus cerámicas retorcidas, salvajes y tan sutiles como insospechadamente delgadas, le valieron el calificativo de “el Picasso de la cerámica artística”, adelantándose tanto a su tiempo que no fue hasta muchos años después de su muerte que cobraría relevancia su vasta producción. “Los alfareros dicen que el fuego agrega detalles diabólicos a su trabajo”, apunta Bruce Watson en el artículo a él dedicado bajo el título de ‘El alfarero loco de Biloxi’.
“Bebés de barro”, pues, como creaciones ligadas a la tierra, que, al pasar por el fuego del horno, adquieren formas diabólicas por extrañas. El cantante Silvio Rodríguez, en ‘Solo el amor’, ya evoca el cariño por la arcilla “que va en tus manos; debes amar su arena hasta la locura”, para terminar: “Solo el amor alumbra lo que perdura, solo el amor convierte en milagro el barro”.
Ese amor apasionado por el barro –rayano en la locura de George E. Ohr– es el que atraviesa la obra de los ocho artistas que se dan cita en el MOA. Un barro del que todos estamos hechos –tal y como reveló en su cuento Isabel Allende– para mostrar esa mezcla de obstinación por la vida en irremediable pulso con la muerte: “Ella se hundió lentamente, una flor en el barro”.
En este sentido, viene que ni pintada la cita de Tennessee Williams utilizada por Catherine Schmid-Maybach a la hora de introducir su trabajo: “Arrebatar lo eterno a lo desesperadamente efímero constituye el gran truco de magia de la existencia humana”. De nuevo, la fragilidad humana, nacida de ese barro primordial, se erige como la gran causa del empeño creativo por hacer perdurar lo que se escurre entre los dedos.
Por eso no es extraño ese trabajo en capas al que alude Schmid-Maybach: “Me permite moverme entre realidades distintas: estar en el espacio liminal”. Un espacio fronterizo -al que alude el título expositivo- donde concurren, una vez más, la loca pasión y la más firme determinación por preservar la vida allí donde tiende a su desaparición. “Al yuxtaponer imágenes -dice la artista- sobre fragmentos de cerámica puedo investigar y representar visualmente diferentes aspectos de mis ideas”.
Otro tanto cabe decir de la obra de Karen Gunderman, que dice seguir las huellas que encuentra en la naturaleza para, a través de su energía, intentar comprender nuestro entorno. Las observaciones recopiladas en forma gráfica por científicos y naturalistas le permiten a Gunderman reflejar “el innato impulso del ser humano por asimilar lo desconocido o lo recién descubierto”.
El ideal del poeta Arthur Rimbaud, “eterno pensamiento invencible, ese dios que se agita en la camal arcilla”, que “subirá, subirá, y arderá en su cabeza”, gravita en el trabajo de Gunderman a modo de “fluctuaciones de la interacción humana con las complejidades de la naturaleza”, conformando “el telar de mi obra a través del tiempo”, concluirá la artista.
Con la arcilla “como materia primigenia y elemental” de su proceso creativo, Rafaela Pareja se define como una “buscadora” que, a partir de los accidentes de la propia materia, explora “la adición de diferentes materiales a la porcelana y su comportamiento durante la cocción”.
El agua, la tierra y el fuego aparecen de nuevo como “imprescindibles” en su obra. Una obra que huye de la sujeción a su función ordinaria para encaminarse por aquellos senderos borgianos que se bifurcan. Un universo infinito que a Pareja le gusta explorar mediante la escultura, la instalación artística, la performance y la producción audiovisual con base en la cerámica.
Roberta Ferreira dice sentir la dualidad que supone haber nacido en la Plata (Argentina), pero crecido en Barcelona, donde actualmente vive. Dualidad o frontera ligada al barro del título expositivo, porque, como subraya la propia artista, le apasiona trabajar con la tierra.
“Una de las cosas que más me fascinan de la arcilla es su capacidad de transformación y cómo esta transformación puede ser un espejo de tus intenciones, emociones y sentimientos”. Un espejo, como el de Alicia en su País de las Maravillas, por donde Ferreira se introduce para mostrar los múltiples reflejos de una existencia telúrica poblada de formas magmáticas.
A Cameron Crawford el descubrimiento del potencial observado en la técnica del esgrafiado le impulsó a la creación de una obra que conjuga texturas, colores y formas, para revelar un paisaje narrativo donde prima cierta crítica social. Una crítica en torno al consumo desorbitado vinculado con la obsesión por la tecnología.
Las imágenes surgidas en sus piezas de alfarería se basan -dice- “en mi interés por ahondar en nuestra realidad social contemporánea, incluidos los problemas medioambientales, aunque sin limitarme a este último aspecto”. Al atravesar, mediante su técnica sgrafitto, la capa de vidriado hasta la superficie interior, logra revelar el inconsciente material e imaginario de las ideas que Crawford pretende transmitir.
También Christopher Davis-Benavides ha pasado su vida entre dos culturas: Perú y Estados Unidos. En esa frontera, su trabajo visual explora las tensiones de dos mundos divergentes a través de lo arquitectónico, el estatuario de la figura humana y el recipiente cerámico.
Tensiones que conforman la base de su obra y que le tienen -como él mismo dice- “boxeando con la sombra de mi trabajo hasta que pueda encontrar una claridad y resolución”. Ese proceso de “flujo y reflujo de ideas” es lo que a Davis-Benavides dice mantenerle vivo como artista, reproduciendo el conflicto a través de la hibridación del héroe español y las estatuas de santos, ligado a la historia de los propios recipientes de arcilla.
Decía el arquitecto Antoni Gaudí que la recta era del hombre y la curva de Dios. De esta curva se hace cargo Alejandro Fernández Espejel en su obra, porque, a su juicio, “cada curva en el camino nos presenta oportunidades para crecer, explorar y descubrir nuevas perspectivas”. Curvas, por tanto, enigmáticas, misteriosas, que obligan a pensar en ese Dios ilógico a partir de la más estricta racionalidad.
“Utilizo el torno como herramienta para modelar el barro y dar forma a mis obras, imitando los movimientos giratorios y la precisión mecánica presente en las ruedas”. En definitiva -dirá el artista-, “mis piezas inspiradas en los giros de las ruedas mecánicas, invocan al espectador a emprender un viaje visual y emocional a través de caminos y vías en curva”.
Y qué decir de Xavier Monsalvatje, artista y, a su vez, comisario de ‘Fronteras de barro’ junto a Marisa Giménez. Pues que en sus proyectos utiliza la cerámica como soporte -al igual que la escultura, el dibujo, el collage o la obra gráfica- para dar cuenta de sus inquietudes sociales centradas tan pronto en el patrimonio industrial o el territorio cartografiado, como en los abusos del poder o la ciudad como objeto de especulación.
El historiador romano Tácito aseguraba que para quienes ambicionan el poder no existía “una vía media entre la cumbre y el precipicio”. Monsalvatje se hace eco de ambos extremos para configurar en su obra las criaturas que son aplastadas por las ruedas del poder, al tiempo que refleja las cumbres de tamaña pulsión humana. Su obra diríase poseída por ese amor que convierte en milagro la arcilla -algo que atraviesa la producción de los ocho artistas representados en ‘Fronteras de barro’-, y que él suscita entregándose, como George E. Ohr, al fuego loco de la creación.
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