Mona Hatoum
Comisario: José Miguel Cortés
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 16 de abril al 12 de septiembre de 2021
El mundo, allí donde la sociedad del bienestar ha progresado para configurar lugares aparentemente confortables para quienes los habitan, diríase caracterizado por cierto espejismo: reflejo de una realidad que muestra su cara más amable. De manera que el cosmos, de ahí el término cosmética, comparece como un espacio ordenado y limpio, que vendría a ocultar su lado más sombrío, inquietante y sucio. La artista libanesa de origen palestino Mona Hatoum se ha propuesto, a lo largo de su dilatada trayectoria, desmaquillar ese semblante afable, para que afrontemos lo que se halla al otro lado de ese espejismo imaginario.
Lo hace utilizando elementos a veces domésticos, a los que dota de un imprevisto uso con la simple alteración de su escala o función, y a veces urbanísticos o topográficos, para mostrar vestigios de ciudades violentadas o el planeta mismo alumbrando la Tierra como si estuviera a punto de estallar. Todo ello, mediante piezas de gran belleza plástica, que irradian por igual el atractivo de esa cara amable del espejismo, junto a su rostro más siniestro, sin solución de continuidad.
José Miguel Cortés, comisario de la exposición que el IVAM dedica a Mona Hatoum, se refirió precisamente a eso amable y amenazante, que el psicoanalista Sigmund Freud halló en el interior del propio universo familiar, para describir la obra de Hatoum. Freud aludió a la incertidumbre que provocan determinados objetos o figuras, hasta el punto de generar dudas acerca de lo animado o inanimado de ciertas formas vivientes, extrañamente metamorfoseadas.
La propia artista, que no pudo estar presencialmente en el IVAM por culpa de la pandemia que nos asola, expresó por videoconferencia esa dialéctica de “atracción y repulsión” que concita su trabajo, poniendo algunos ejemplos. Así, se refirió a ‘Map (Clear)’, una pieza compuesta por una extensión de canicas transparentes que, sobre el suelo, dibujan un mapamundi tan seductor como peligroso, por lo inestable de su pavimento acristalado. “Las canicas están sueltas y el espacio resulta precario y con fronteras inestables”, señaló.
A esa “precariedad” volvió poco después, para resaltar la situación que padecemos por la irrupción de la covid-19, “pandemia que ha hecho más presente esa amenaza que está bajo la superficie”. En ‘Hot Spot’, Hatoum se hace eco del igualmente amenazado planeta, mediante un globo terráqueo en acero inoxidable que parece hervir por dentro al hallarse atravesado por unas “venas” de neón rojo, perfilando sus arterias inflamadas ese globo a punto de estallar. De nuevo, la belleza capturando nuestra mirada que, poco a poco, se va abismando en ese interior flamígero, trasunto del “cambio climático”.
Diversas pastillas de jabón elaborado con aceite de Jerusalén configuran la pieza ‘Present Tense’, mediante la cual dibuja un mapa fragmentado de los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993. ‘Impenetrable’, creada con varillas de alambre de espino suspendidas desde el techo, adquiere forma de cubo de tres metros de lado que, pese a la levedad de su estructura colgante, transmite la pesadez angustiosa de los malos recuerdos. Y si de ahí nos pasamos a sus objetos domésticos, como el sofá cama ‘Daybed’ o el biombo ‘Paravent’, a modo de ralladores de pan ampliados, observamos la misma ambivalencia entre lo bello y lo siniestro; lo familiar y lo extraño.
Mona Hatoum, antes de desembocar en estas piezas escultóricas e instalaciones, realizó durante un tiempo diversas performances en las que tomaba su propio cuerpo como recipiente artístico, vehiculando a su través el dolor que le producía lo inmundo del mundo. En ‘Bajo asedio’, por ejemplo, se pasaba horas desnuda y cubierta de arcilla en un tanque que iba ensuciando con el roce de su cuerpo. En ‘Roadworks’, caminaba descalza durante una hora arrastrando tras de sí el par de botas que llevaba atadas a sus tobillos. “Yo misma me exponía”, recordó Hatoum.
“Llegó un momento en que decidí dejar de hacerlo, invitando al público a que accediera a esa experiencia, sintiendo en sus propias carnes los efectos del entorno”, subrayó. “Pasé de mi cuerpo al cuerpo del espectador”, añadió. Esa experiencia carnal es la que sigue reproduciendo ahora en las piezas que muestra en el IVAM, obras de sus dos últimas décadas. De ahí que Cortés subrayara la “coherencia y honestidad” de su trabajo, al tiempo que destacaba esa evolución en estos términos: “Ha cambiado de formas y materiales, pero hay una misma columna vertebral que los unifica”.
Nuria Enguita, directora del IVAM, aludió igualmente al cuerpo “vulnerable” y “frágil” recogido en su producción, la cual “afecta a nuestra mirada y a todo nuestro cuerpo”. También se refirió al carácter “afirmativo” de su trabajo, que luego precisó: “Esa afirmación se resume en la idea de que hay que seguir trabajando”, a pesar de los pesares, que Enguita sintetizó así: “Hay que seguir viviendo en un planeta herido”.
Esa herida, que la artista cauteriza a base de humor negro, atraviesa el conjunto de su obra, toda ella caracterizada por lo que Cortés denominó la “fragilidad e inestabilidad de la existencia”. “Es una metáfora de los tiempos que vivimos”, agregó. “Alejada de las dicotomías”, según expresó el comisario, Hatoum se vale, no obstante, de ellas, para generar esa tensión que aflora en todo su trabajo. Tensión entre lo doméstico y lo que, de pronto, no se deja domesticar, emergiendo cierto lado salvaje. Y tensión entre la realidad estable, ordenada y aseada del mundo, y el caos que se adivina en sus inquietantes piezas e instalaciones.
Mona Hatoum, fruto de su propia experiencia migratoria (Jerusalén, Beirut, Londres), ha traducido al lenguaje plástico esa mezcla de empatía y antipatía, de masoquismo y sadismo, que provoca toda identidad fragmentaria. Como diría Alberto Caeiro, por medio de Fernando Pessoa, “si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es, sino porque la amo, y la amo por eso”. Hatoum ama y siente el escozor de lo que ama, reflejando en su obra el anverso del espejismo en que vivimos o vivíamos instalados. “Vivimos sin darnos cuenta de nuestra precariedad, como si fuéramos inmortales”, concluyó Hatoum.
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