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‘Monstruo’, de Hirokazu Kore-eda
Reparto: Soya Kurokawa, Hiragi Hinata, Sakura Ando, Eita, Mitsuki Takahata, Akihiro Kakuta
Guion: Yuji Sakamoto
Japón, 2023, 126’
Hay quien ha querido advertir en la prolija carrera del director japonés Hirokazu Kore-eda (prácticamente, una película al año desde que entramos en el -ya no tan- joven milenio) ciertas señales de agotamiento. Y puede que títulos recientes como ‘Después de la tormenta’, ‘El tercer asesinato’ o ‘Broker’, siendopelículas apreciables, no se encuentren entre lo más excelente de su obra.
Pero esa impresión queda amortiguada si ampliamos nuestra mirada y echamos un vistazo a trabajos realizados en los lados de la distribución para salas, como es la exquisita ‘Makanai: La cocinera de las maiko’, la serie de nueve episodios que Kore-eda presentó este año para la cadena Netflix y que, incomprensiblemente, ha pasado desapercibida para una gran parte del público. En esta “remontada” podemos añadir ‘Monstruo’, su última producción.
‘Monstruo’ cuenta una historia. O varias historias. O varias historias que giran alrededor de un hecho central. O quizá sea mejor referirnos a varias historias enlazadas entre sí por un conflicto común. Una de esas historias, la primera que nos presenta la película, nos relata una porción de la vida de Saori, una madre viuda que cuida de su único hijo, Minato.
Últimamente, el comportamiento de Minato es un poco extraño, lo que despierta las suspicacias de Saori que, tras varias averiguaciones, descubre que su hijo está siendo acosado por un profesor del colegio. Saori acude a la dirección del centro para que tome cartas en el asunto y arregle la situación, pero solo recibe disculpas.
Comienza, así, una dura guerra contra la institución para que reconozca y pongan remedio al acoso que está sufriendo el niño. Pero esto es solo el principio. O quizá sería más correcto hablar de un mero punto de vista sobre unos sucesos cuyas causas y consecuencias afectarán de distinta manera a todos los implicados.
Como apunta las notas de producción de esta película, esta es la segunda ocasión que Kore-eda realiza una película sobre la base de un guion ajeno. Desde ‘Maborosi’, su primer trabajo largo de ficción, el autor de ‘De tal padre tal hijo’ no había vuelto a rodar con un texto que no saliera de su pluma. Sin embargo, y a pesar de algunas diferencias que comentaremos, la impronta de Kore-eda marca el resultado definitivo. No en vano, y según relata el propio cineasta, la colaboración con Yuji Sakamoto, autor del libreto original, ha sido muy estrecha.
De su cine permanece, sobre todo, el elemento de la familia como nudo de la narración. En ‘Monstruo’ todos los dramas surgen dentro de algún tipo de familia. Distintas familias. A veces, es una familia que vive con el recuerdo de lo que fue, como es el caso de Saori y Minato. En otras aparece como posible proyecto, caso de Hori, el profesor. Unas veces la familia está en descomposición, como en el caso de Eri, el mejor amigo de Minato, o se ahoga con el peso del pasado como en el caso de Fushimi, la directora del colegio.
La familia retoma aquí protagonismo como punto de partida, origen, conflicto y, según qué casos, redención. En ‘Montruo’, Kore-eda y Sakamoto componen, así, un amplio y complejo collage en el que, sobre esa base, abarcan prácticamente todas las etapas de la vida: desde la infancia, pasando por la edad adulta y terminando en la vejez. Sin embargo, y esta quizá sea una de las aportaciones de Sakamoto al cine de Kore-eda, aquí el individuo, a pesar de esa vida en familia, se encuentra aislado en sus problemas y aflicciones.
Podríamos decir que estamos ante el Kore-eda más íntimo e introspectivo, como demuestra la frecuencia con la que el director japonés muestra a sus personajes meditando, bien mirando por una ventana, asomados a la barandilla de un balcón o a la baranda de un río. ‘Monstruo’ es una pieza coral, en la que no hay un único protagonista y los conflictos no atañen solo a la supervivencia del grupo (familiar), sino a cada sujeto y, si bien al final cada uno de ellos se apoyará en el de al lado para resolverlos (o no), se trata de experiencias particulares.
Si bien el tratamiento de los personajes y los aspectos de puesta en escena, los espacios y la luz nos ponen ante el cine del Kore-eda, estamos ante un Kore-eda menos complaciente o conciliador con sus espectadores. Un Kore-eda más oscuro o gris. Esta mirada se hace efectiva, por ejemplo, en el tratamiento del humor que, si bien no desaparece del todo, se aborda con mucha mayor mesura que en otras ocasiones.
Los personajes de ‘Monstruo’ están atormentados y sus dramas se cocinan en el interior de ellos mismos. El problema de Saori no es solo ayudar a su hijo en este trance que está pasando, sino cómo afrontar o reconstruir lo que queda de su proyecto de familia tras la pérdida de su marido, asumiendo nuevos roles como miembro proveedor y protector (de alimentos, un hogar).
El problema de Hori pasa por cómo recomponer una vida que se desmonta de un día para otro, o el de Fushimi el de afrontar un sentimiento de culpa por algo que hizo en su reciente pasado. Si bien el escenario sigue siendo esa familia nuclear, aquí Kore-eda y Sakamoto apuntan a ese sujeto que, ahora, debe responderse: ¿quién soy yo? El conflicto obliga a los personajes a mirarse ante un espejo que les muestra otro rostro que, hasta ese momento, les había pasado desapercibido.
Es, precisamente, en cómo aborda la construcción de los personajes donde vemos más claramente la mano del director japonés. En ese sentido, estamos ante el Kore-eda más refinado. Entre otras cuestiones, ‘Monstruo’ aborda asuntos muy complejos, como es el bullying en la infancia.
Pero lo hace, como siempre en su cine, sin estridencias, dejando que el espectador entre poco a poco en el conflicto, permeando la intimidad de cada uno de esos personajes, logrando hacerlos cercanos desde las primeras secuencias. Saori, Minato, Hori, Fushimi son personas corrientes, con problemas duros, pero mundanos, en escenarios corrientes.
Ni Kore-eda ni Sakamoto necesitan poner a sus personajes en ninguna situación extravagante que eleve el tono del drama, les basta con seguir las pistas que lanza su propuesta para que capte nuestro interés y despierte nuestra sensibilidad.
En este sentido, conviene destacar, al menos, dos elementos. El primero es una dirección de actores llena de discretos detalles, si bien más contenida que en otras propuestas del director, lo que ayuda a perfilar ese tono sombrío del que hablábamos, ese desasosiego que imprime a toda la cinta. La otra es una cámara que, en esta ocasión, parece querer mantenerse a una cierta distancia de los sujetos, como si Kore-eda, consciente de la calidad del material que tiene entre manos, no quisiera estropearlo con subrayados innecesarios.
Esa separación entre la cámara y el actor, refuerza, curiosamente, esa impresión de intimidad y soledad. En una de los momentos más dramáticos de la cinta, Saori y Hori están buscando a Minato, que ha desaparecido. Los dos están dentro del coche de ella. Fuera, cae una lluvia torrencial. Kore-eda rueda esta escena desde el asiento trasero del coche, de espaldas a los personajes, de forma que no les vemos los rostros. Los espectadores somos una presencia ausente en la escena, un sujeto que mira, que sufre, pero que no puede intervenir.
Esa distancia con los hechos, no impide, sin embargo, que Kore-eda no deje un espacio para una mirada poética, como demuestran las últimas escenas de la película. Pero aquí, lo poético, lo fantástico, ¿lo religioso?, incluso, surge de manera espontánea del propio escenario de la trama, sin imponerse a la narración, como una escapatoria natural, liberadora, aunque, según se mire, amarga.
Y en el centro de esta cotidianeidad dramática o dramatizada se encuentra un guion dividido por capítulos, pero que, en el fondo, tiene una estructura elíptica. La estrategia está doblemente justificada. De un lado, eso permite a los autores clarificar la compleja singularidad de los personajes. Sakamoto plantea un suceso concreto en el centro del conflicto. Para resolverlo, sin embargo, no solo se centra en su desarrollo, sino que lo aborda desde el punto de vista y la experiencia de cada uno de los personajes comprometidos por esa cuestión.
Cada uno de ellos funciona, así, como una nueva capa dramática que viene a sumarse, a completar, el primer planteamiento, de forma que, a cada paso, vemos esos hechos desde una nueva perspectiva, haciendo cambiar nuestro juicio. De esta forma, una impresión inicial, pasa a mutar según vamos entendiendo las motivaciones y conflictos a los que se enfrentan cada uno de los personajes, volviendo nuestra mirada sobre ellos mucho más comprensiva, más humana.
Y es que de eso va precisamente ‘Monster’ y es por eso mismo que, no partiendo de una idea propia, nos encontramos ante una película de Kore-eda. Cabe señalar que el autor de cintas como ‘Hana’, ‘Still walking’ e, incluso, ‘Air Doll’ es un cineasta esencialmente moral. Kore-eda asume un planteamiento en el que sitúa a sus personajes y les pregunta (nos pregunta): ¿cómo responderías a esta situación?
En ‘Monster’ el tándem Kore-eda y Sakamoto nos enfrenta a la construcción de la verdad como motor de las relaciones humanas. ¿Qué sabemos realmente de los otros? ‘Monster’ presenta una idea muy sencilla y difícil a la vez: la verdad depende de nuestros prejuicios, de aquello que creemos saber.
Pero basta un giro de los acontecimientos, una nueva información, vestirnos por un momento con la piel de la realidad del otro, para darnos cuenta de que, en realidad, no sabemos gran cosa. ‘Monster’ nos brinda la oportunidad de plantearnos estas cuestiones para comprender que, a pesar de las dificultades a las que nos enfrentamos, encontraremos la salida si, antes de emitir un juicio, somos capaces entender que, más allá de nuestra propia experiencia, hay otras vidas, y que estas también tienen sus motivos o razones y que, antes de emitir el veredicto, conviene explorarlas.
Ahí está el camino hacia nuestra salvación. Salgamos de nuestro capullo individual y tratemos, incluso en las situaciones más difíciles, de acercarnos al otro. Perdonarlo es perdonarnos a nosotros mismos. Otra lección de vida de uno de los grandes maestros del cine contemporáneo.
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