#MAKMAMúsica
Montse Cortés
Teatre Talia
Caballeros, 31, València
Martes 23 de marzo de 2021
Mientras el público compartía palmas y mecheros, la voz de Montse Cortés (Barcelona, 1963), descendiente de granadinos emigrados, se abría paso entre los remolinos de humo y gritos de los tablaos flamencos. Creció en el barrio de La Mina de Sant Adrià de Besòs, aunque lo propio es decir que lo hizo sobre el escenario: puso un pie con 14 años y se bajó de él hecha mujer. Primero en el Tablao Cordobés, en las Ramblas, y luego en el de El Carmen.
«Tenía catorce y diez días», recuerda la cantaora. «Ahí lo aprendí todo. Desde los secretos del cante a saber estar en escena. Fue una escuela muy importante. Hoy se puede aprender también a través de YouTube y a otra velocidad, pero en los tablaos se coge la mejor experiencia que se puede tener. Allí es donde ibas a intentar copiar cantes y perseguir a los cantaores para cogerles las frases, si no a la primera, a la segunda, y si no a la tercera».
Su timbre, profundo y un poco nasal, y su personalidad llamaron la atención del entorno del bailaor Antonio Canales cuando este era un figurón en lo más alto de su carrera.
Por aquel entonces, el sevillano sacaba del cante la descarga eléctrica con la que hacía moverse a los personajes que interpretaba. Una especie de trance. Oyó a Montse Cortés y la incluyó en plantilla. Esa oportunidad permitió a la catalana comprender el oficio desde atrás, es decir, cantando para el baile; el punto de partida de muchas carreras de éxito. Por nombrar solo unos cuantos, así empezaron José Mercé, José Valencia, Terremoto o Fosforito.
Con la espalda pegada a la pared y con visión a la puerta despejada, a la manera de los jugadores de timba que toman precauciones, Montse Cortés supo adaptarse a los aires que traía cada década nueva. En los noventa, fue dejando ese espacio del fondo poco iluminado por los focos, el segundo plano, y se encontró con un público rendido a su figura. Acompañó a El Viejín, grabó dos discos que se vendieron bien, Alabanza (2000), y Rosa Blanca (2004). Juan Habichuela, Tomatito y Paco de Lucía la llamaron también a filas y engastó su voz en temas de Alejandro Sanz y Andrés Calamaro, entre otros muchos.
En 2014 publicó ‘Flamencas en la sombra’ (2014), un disco de homenaje a mujeres como María Peña, Isabelita de Jerez, La Serneta, Paca Aguilera, Tina de las Grecas o Aurora Losada, que fueron creadoras de estilos particulares que no solían llegar a la calle. Esos momentos de juerga donde se producía la magia tenían lugar en ambientes familiares.
El próximo 23 de marzo, Montse Cortés reaparecerá en el Teatre Talía de València para repasar algunos de los temas de los trabajos ya mencionados y uno del que va ofreciendo retales a través de sus redes sociales y define como «diferente». «Más por la producción que por cómo canto. Tiene un sabor más actual. Para descubrirlo, lo mejor es escucharlo», tienta. «Hemos hecho un espectáculo mixto. Un concierto para el público entendido y para el no tan entendido; una primera parte más ortodoxa y otra más rítmica, más ligera».
Entre disco y disco sueles tener unos reposos importantes. ¿Se debe más a la incapacidad de cerrar un trabajo si no te suena perfecto o a algo tan prosaico como una pereza irresistible?
Antes era un poco vaga, pero ahora ya no. He descubierto que me gusta mucho aprender y lo intento hacer de seguido.
No eres del club de los que consideran el trabajo un disparate, como Javier Krahe.
No, no. Pero tengo que escuchar a este hombre.
¿Sentiste vértigo cuando Antonio Canales te llevó para su gira?
Bastante, claro. Yo hasta entonces solo había trabajado en el ámbito barcelonés y alguna cosa fuera, en Francia, pero poco. Cuando canto para el baile me siento muy libre, porque no soy yo la que pone la cara. Te puedes permitir incluso arriesgar más. Lo pasé peor cuando grababa sola, sobre todo con el primer disco. Ahí ya no tenía a nadie que me tapara ni a quien pudiera echarle la culpa. A veces me daban incluso taquicardias. Cantar para otro es liberador. Con el protagonismo llegan los miedos.
¿Y con Paco?
Ese vértigo ha convivido muchísimo tiempo. He tenido la suerte de estar al lado de gente muy buena, la mejor.
En ‘Mujeres en la sombra’ te pegas mucho al carácter de la cantaora original para hacer las versiones y cada tocaor (Josemi Carmona, Tomatito, Morao…) ha dejado su marca impresa en los arreglos. ¿Con cuál de las mujeres a las que el disco rinde homenaje te hubieses metido en el estudio?
Fue como un pequeño homenaje a gente muy buena que en mi opinión no habían tenido el reconocimiento que merecían. Si tuviese que elegir, diría María Bala. Me encanta.
Fue uno de los descartes, ¿no? Estaba previsto que María Soto Monge participara en la grabación.
Es cierto, pero no fue posible. Con Rosalía de Triana también me hubiese gustado mucho.
Se habla mucho de los maestros, pero se los contrata poco.
Si te fijas, en los ciclos y festivales siempre están los mismos nombres. ¿Cómo va a tener cabida nadie más? La última palabra la tienen los organizadores.
¿Te has parecido en algún momento a las mujeres a quienes cantas en tu disco? Si tu carrera, por ejemplo, se ha podido ver afectada por la maternidad…
Tener un bebé es complicado si eres artista, aunque yo no paré mucho por ninguno de mis partos. Donde lo veo ahora con perspectiva es entre mis dos primeros discos, por ejemplo, que pasaron muchos años. Aun así, aunque no pierdas mucha marcha, el parón se nota.
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