Santiago Rusiñol

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Santiago Rusiñol (1861-1931)
Líder del modernismo catalán
Adicción a la morfina

La morfina fue descubierta por el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Sertürner, quien, en 1804, aisló este compuesto del opio y lo llamó morphium en honor a Morfeo, el dios de los sueños en la mitología clásica. Señaló que dosis altas podían provocar efectos psiquiátricos y que el alivio del dolor proporcionado por este compuesto era diez veces más potente que el opio.

La morfina ganó popularidad rápidamente como analgésico. Una farmacia que evolucionó para convertirse en la compañía farmacéutica Merck inició la comercialización de la morfina en 1827, y su uso se expandió significativamente después de la invención de la jeringa hipodérmica a mediados del siglo XIX. La droga se produjo comercialmente y se utilizó como alternativa al opio y como terapia de sustitución en su adicción.

Sin muchas otras opciones disponibles para aliviar el dolor, los médicos solían recomendar la morfina para el dolor crónico. Sin embargo, las primeras indicaciones de que la morfina debía usarse con cautela se ignoraron en gran medida, a pesar de la rápida aparición de efectos adversos. Durante la guerra civil estadounidense (1861 a 1865), los soldados fueron tratados con morfina; algunos desarrollaron adicciones mientras que otros sufrieron sobredosis o incluso la muerte.

Sorprendentemente, la sociedad de la década de 1880 veía la adicción a la morfina como un problema moral, en lugar de un problema. Entre 1875 y 1900, el uso de la morfina entre la alta sociedad y las clases intelectuales llegó a ser tan común que se crearon clubs de morfina.

En Francia, donde su uso recreativo estaba muy extendido entre la alta sociedad, se convirtieron en una tendencia de moda los estuches firmados por famosos orfebres que contenían todo lo necesario para administrar la droga. Las damas de la alta sociedad escondían sus jeringas en sus manguitos, y a nadie le sorprendía que, durante las reuniones, los invitados salieran de la habitación para inyectarse su dosis.

En París, los adictos a la morfina más notorios se inyectaban en público. La adicción a la morfina llegó a ser tan aceptable que algunos adictos llevaban una aguja de oro inyectada permanentemente debajo de un vendaje.

‘Retrato de Santiago Rusiñol’ (1926). Ramón Casas. Museo Cau Ferrat, Sitges, Barcelona.

Uno de tantos adictos a la morfina de aquella época fue el pintor y escritor Santiago Rusiñol, uno de los líderes del modernismo catalán. Era el hijo mayor de una acaudalada familia burguesa catalana y debía heredar y dirigir el negocio familiar, pero en su lugar decidió dedicarse a la pintura y las artes. Entre 1889 y 1895, Rusiñol pasó largas temporadas en París, donde compartió alojamiento y experiencias con otros artistas: pintores como Zuloaga, Ramón Casas y Anglada Camarasa, y músicos como Eric Satie.

Los problemas del pintor con las drogas comenzaron a finales de 1889, poco después de haberse trasladado a París. Rusiñol sufrió una caída y un fuerte golpe en la región lumbar. Después de ser hospitalizado en lo que parecía una condición muy grave, no solo se recuperó, sino que, un par de días después, fue dado de alta del hospital. Sin saberlo en ese momento, uno de sus riñones había quedado muy afectado, y a partir de entonces Rusiñol sufriría periódicamente fuertes dolores que solo podía calmar con morfina.

Aunque Rusiñol es, probablemente, más conocido por su obra paisajística y, sobre todo, por sus jardines, al principio de su carrera incluyó con frecuencia la figura humana en sus obras. En 1894, Rusiñol pintó dos lienzos en los que hace alusión al estupefaciente que el mismo consumía, uno conocido como ‘La medalla o Antes de tomar el alcaloide’ y el otro como ‘La morfina’.

En el primero, se presenta a una mujer joven sentada en una cama, sosteniendo un objeto pequeño y brillante, probablemente utilizado para preparar la sustancia.

Morfina. Satiago Rusiñol
‘Antes de tomar el alcaloide’ (1894), de Santiago Rusiñol. Museo Cau Ferrat, Sitges (Barcelona).

En el segundo lienzo, la modelo parece haberse entregado por completo al tranquilo placer del opiáceo. La muchacha aparece lánguida, con el tirante del camisón derecho deslizándose de su hombro, lo que le confiere un cierto aire erótico.

Morfina. Satiago Rusiñol
‘The morphine’ (1894), de Santiago Rusiñol. Museo Cau Ferrat, Sitges (Barcelona).

Con la contracción de los dedos de su mano derecha, con los que se quiere agarrar a las sábanas, y la expresión en su rostro, que refleja un estado de éxtasis, expresando al mismo tiempo alivio y placer, el pintor nos muestra algunos los efectos de la morfina.

La modelo de ambos cuadros parece ser Stéfanie Nantas, a quien Rusiñol pintó durante su tercer y último viaje a París en varias ocasiones, siempre de forma anónima, excepto en una pieza que el autor tituló ‘Rêverie (La senyoreta Nantas)’, y que el artista conservó para su colección privada.

‘Rêverie (La senyoreta Nantas)’ (1894), de Santiago Rusiñol. Museo Cau Ferrat, Sitges (Barcelona).

A su regreso a España, en 1895, Rusiñol estaba atrapado por la morfina, y no hizo ningún esfuerzo por disimularlo. A principios de 1896, el dolor aumentó y Rusiñol comenzó a inyectarse con mayor frecuencia. Los efectos de la morfina se sentían en la actividad y el comportamiento del pintor, y su estado de ánimo oscilaba entre la euforia y la postración.

Aquel verano, Rusiñol pasó unos días en Montserrat y luego los médicos, que atribuían los dolores un padecimiento de artritis, le recomendaron tomar las aguas termales de La Garriga, un pequeño pueblo cerca de Barcelona que se había convertido en un popular lugar de veraneo para los industrialistas y la clase acomodada de Cataluña a principios del siglo XX.

Allí escribió una carta a su amigo, el crítico de arte Raimon Casellas, en la que le confesaba que le había sido imposible prescindir de la morfina porque el dolor se había vuelto insoportable. Hacia finales de 1896, lo que hasta entonces había sido un remedio se convirtió, progresivamente, en una nueva enfermedad, la adicción a la morfina, mucho más peligrosa que el dolor que se pretendía mitigar.

Durante los dos años siguientes, Rusiñol experimentó su particular catábasis de la mano de la morfina, mientras se aceleraba el proceso de necrosis renal. Las devastadoras consecuencias de la morfina estaban haciendo mella en el artista, que, finalmente, por consejo de su médico y con el apoyo de su esposa, decidió acudir al Sanatorio del doctor Paul Sollier cerca de París, en Boulogne-sur-Seine, para someterse a un tratamiento.

Sin embargo, a pesar del estricto régimen impuesto, Rusiñol no pudo superar su adicción. Ni siquiera cuando el Dr. Pagés decidió extirparle el riñón necrótico, una operación que puso fin al intenso dolor que le había llevado a tomar morfina, Rusiñol fue capaz de superar su dependencia de la morfina.

Rusiñol recibió numerosos premios nacionales e internacionales, entre ellos mención de honor en la Exposición Universal de París (1889) y en la Exposición Internacional de Berlín (1891); medallas en la Exposición Internacional de Chicago (1893) y en la Exposición Internacional de Barcelona (1929), por citar algunos. Se convirtió en miembro de la Société Nationale des Beaux-Arts de París, primero como associé (1892) y más tarde en calidad de sociétaire (1908), y fue nombrado Caballero de la Legión de Honor de Francia en 1917.

Rusiñol también fue un escritor reconocido (sobre todo en lengua catalana) y la morfina fue un tema tratado directa o indirectamente en algunas de sus obras. En la irónica obra teatral ‘El malalt crònic’ (‘El enfermo crónico’), publicada en 1898, un enfermo es abandonado en un establecimiento de aguas termales que, paradójicamente, no sirve para curar su enfermedad.

En su relato ‘La casa del silenci’ (1901), aunque en tono literario, Rusiñol parece relatar su estancia en Boulogne-sur-Seine para tratar su adicción a la morfina. Más tarde, en 1905, Rusiñol publicó otro relato titulado ‘El morfiníac’, en el que el protagonista es un escritor que busca en la morfina la inspiración que le falta.

‘L’última recepta’ (1893), de Santiago Rusiñol. Museo Cau Ferrat, Sitges (Barcelona).

Para terminar este relato sobre Rusiñol y la morfina, nos gustaría presentar al lector otra de sus pinturas, titulada ‘La última receta’ (1892), en la que podemos ver a un médico recetando, tal vez, algún tratamiento con morfina para aliviar el dolor de un paciente terminal acostado en una cama al fondo de la habitación. Una figura femenina al lado de la cama, con las manos sobre la cabeza, aumenta el drama y la desesperación de la situación.

En suma, podemos ver en la obra pictórica y literaria de Santiago Rusiñol i Prats la influencia de su adicción a la medicación que tanto tiempo usó para aliviar sus dolores crónicos.

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