¿No es país para jóvenes?
Hace unos días entrevisté a un joven pintor mexicano, José Antonio Ochoa, el reciente ganador del premio de pintura de la Fundación Mainel. Repasando su trayectoria, me contaba con naturalidad cómo sus años de formación le llevaron de México a Chicago, luego a Sevilla y finalmente a Valencia. Ese detalle no me llamó la atención durante la conversación. Y precisamente por eso, testimonia algo de lo que tal vez no somos siempre conscientes, en el medio local: la capacidad de atracción que ejerce nuestra escena artística -y como parte de ella, la pictórica- entre creativos jóvenes. Seguro que, si nos preguntasen por la trayectoria vital de los artistas valencianos en el presente, tal vez muchos contestaríamos que lo normal entre jóvenes creadores es irse. Y sería parte de la verdad.
Pero uno es historiador (del arte), cosa que ya no tiene remedio. Si te acostumbras a intentar mirar con un poco de perspectiva, surgen otros contextos, otros elementos de referencia. Empezando por las administraciones públicas, es ya lugar común tomar la apertura del IVAM en 1989 como el gran proyecto activador de la cultura artística valenciana contemporánea. Más allá de los altibajos en su historia, lo tiene todo para seguir siendo el referente esencial de la escena artística valenciana, por colección, por exposiciones, y por actividades. Desde fechas mucho más recientes, el Consorcio de Museos aspira a consolidarse como un actor atento a intereses y perfiles mucho más diversos, a proponer enfoques innovadores de gestión, y a vertebrar el territorio superando la tradicional focalización en la capital autonómica.
El siguiente elemento a considerar es, sin lugar a dudas, una Facultad de Bellas Artes de la UPV que ha tenido un desarrollo extraordinario en las últimas décadas. Bien dotada en cuanto a capital humano y a medios materiales, actúa como polo de atracción en la formación de -entre otros perfiles artísticos- pintores, dentro de una gran variedad de prácticas, de estilos y tendencias. Me cuesta valorarla como otra cosa que una historia de éxito: con sombras y luces, como todas, pero con neto predominio de las segundas, sobre todo si se compara con muchas de sus homólogas nacionales.
El coleccionismo privado siempre había estado ahí, pero ahora se está institucionalizando y va ganando visibilidad pública. Bombas Gens es el caso paradigmático, aunque ni mucho menos el único. Ahí están la Colección Martínez Guerricabeitia, o la Fundación Chirivella Soriano, o las múltiples iniciativas artísticas de DKV. Para cuando abra sede en 2020, las expectativas sobre la Fundación Hortensia Herrero son muy altas; lógicamente, tanto como el perfil de la familia Roig. Ninguna de estas colecciones se limita a un ámbito valenciano, pero tampoco se entendería que no contribuyesen a cultivarlo, incluyendo a los jóvenes.
Ya que hablamos de cultivar, las becas formativas para artistas también son importantes, incluso en tiempos de globalización y vuelos de bajo coste. Las becas Alfons Roig dan una dignísima continuidad a la labor ya centenaria de la Diputación de Valencia, en este campo. La colaboración del Ayuntamiento de Valencia con la Casa de Velázquez es un reciente añadido en este campo.
Y después de la formación, los premios para jóvenes. El concepto no está exento de dificultades, de las tensiones implícitas en diferenciar pintores jóvenes respecto a ¿emergentes? ¿media carrera? ¿precarios permanentes? La variedad de premios y enfoques refleja las soluciones propuestas, tanto desde la Administración como desde la sociedad civil. Hay dónde elegir: la Real Academia de San Carlos, el Senyera, el de la Fundación Mainel, el Mardel, la Bienal Comenge…
No quiero dejar de mencionar la continua vitalidad del arte público y el arte urbano, tan activos en nuestro entorno cercano. Intentar encajonar esa escena dentro de las coordenadas pictóricas, que son el marco de este texto, equivaldría a deformarla. Pero tampoco puede negarse que existen conexiones.
Por supuesto, esta panorámica -que no tiene ninguna pretensión de exhaustividad- estaría incompleta sin los retos de mejora. Muy especialmente, hay toda una serie de retos en cuanto a la escasa demanda de artes visuales en la sociedad valenciana. Los datos de mera asistencia a actividades artísticas hablan por sí solos. Sigue habiendo un desequilibrio entre la amplia oferta disponible y la demanda real. La compra de arte sigue siendo vista como algo fuera del alcance de las clases medias. En los casos en que sí hay voluntad de comprar, además, esa demanda se cubre mayoritariamente en ferias y foros internacionales. Todo esto se traduce a que los trabajadores del sector luchen seriamente por la mera supervivencia laboral, en un contexto caracterizado por la precariedad, según informes varios vienen refrendando.
Como consecuencia pero también como causa de lo anterior, tenemos un escenario de medios de comunicación culturales muy fragmentado e inestable. Esta problemática no es específica del ámbito valenciano, sino que forma parte de una situación general nacional. No faltan iniciativas de calidad; falta escala. Ojalá los recién recuperados medios de titularidad autonómica sirvieran para mostrar que información, entretenimiento y cultura pueden coexistir de maneras creativas. Queda mucho por aprender, en este campo, pero la propia MAKMA es un ejemplo estimulante.
Otro reto radica precisamente en la gran proliferación de iniciativas. Pensemos en la escena local de festivales, pocas semanas después de Russafart. A la vez, no lo neguemos, muchas iniciativas adolecen de inestabilidad y falta de continuidad. Por introducir aquí un actor tan esencial como son las galerías, la crisis financiera se llevó por delante profesionales que ya parecían consolidados en nuestra escena; pero no se trata sólo de la crisis, es algo más amplio. Algún día habrá que escribir la historia de tantas galerías que abren y desaparecen antes de dos años, la de los premios que dejaron de convocarse tras pocas ediciones, la de ferias de arte o salas públicas de exposiciones que cierran tras décadas de actividad…
Dándole la vuelta a la moneda, no es menos reseñable el mérito y el esfuerzo detrás de las iniciativas que sí se mantienen en pie. Al principio cité un ejemplo, que conozco de primera mano, las 21 ediciones del premio de pintura Mainel para pintores menores de 35 años; por él han pasado muchísimos nombres que hoy ya vemos consolidados dentro del panorama expositivo. El mérito nunca corresponde a una sola institución, sino que suele explicarse por la colaboración de otros actores; en este caso, la generosa participación de los jurados es un punto esencial.
En cuanto a los propios artistas, la disparidad de situaciones entre ellos es tan grande que dificulta un diagnóstico compartido. Poco en común tienen nuestros nombres más internacionales y tantos jóvenes que empiezan a enviar sus dossiers al terminar la carrera. La dureza de la profesionalización artística es extrema. Desde el asociacionismo profesional, AVVAC ha jugado un papel relevante de organización y denuncia durante muchos años. Sus actuales problemas institucionales hacen visible la fragilidad de la estructura, el escaso atractivo del esfuerzo colectivo, que sin embargo sigue siendo imprescindible.
Mucho de todo esto resulta evidente al leer las entrevistas a artistas que vertebran Espais d’Art, la estupenda exposición todavía visitable en Bancaja. La propia sede de esa exposición es emblema del amargo devenir de un actor económico y social tan importante como fue la principal caja de ahorros valenciana. Los damnificados en ese proceso fueron muchísimos; uno de ellos, poco visibilizado, fueron los propios artistas valencianos. El actual equipo gestor sigue planteando exposiciones útiles en este sentido, cosa también digna de agradecimiento, pese a una limitación radical de medios, en comparación con los años dorados. Por contraste, el Caixaforum será sin lugar a dudas un foco de enriquecimiento cultural para Valencia, pero está por ver si se prestará una atención grande a la escena local. No parece ser parte de su modelo institucional, ni tampoco tendría por qué serlo, pero el nicho y la necesidad existen.
Tantos logros y tantos retos no deberían hacernos perder de vista el resultado de toda esta escena, aquí apenas bosquejada. Y no es otro que una galaxia -no se busquen aquí metáforas futbolísticas, por favor- de abundantes e interesantes pintores valencianos jóvenes. Por supuesto, no es sencillo definir su valencianidad, más allá de la circunstancia biográfica de formarse o estar activos, más o menos establemente, en Valencia. Pero, aprendiendo de nuestra historia, estaría bien que les valorásemos aquí antes de que obtengan fuera el reconocimiento que merecen.
Jorge Sebastián Lozano
Universitat de València
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