Jean Cocteau. El gran ilusionista, de Pilar Pedraza
Editorial Shangrila
La escritora Pilar Pedraza disfrutaba y hacía disfrutar a sus alumnos de Historia del arte cada vez que abordaba en sus clases de Vanguardia la figura de Jean Cocteau. “Siempre me han fascinado su ligereza y su profundidad”, dice. “Es como un estanque de aguas transparentes en el que se pueden coger peces de un exotismo deslumbrante y al mismo tiempo objetos cotidianos como una bota vieja. Y de vez en cuando pasa un ángel o se atraviesa un espejo y va uno a parar a la Zona, la región que separa el mundo de los vivos del Hades. Nunca te aburres con Cocteau”.
También tiene este autor mucho que aportar a las nuevas generaciones de cinéfilos. “Su vigencia es total debido a la modernidad no estrictamente epocal de su cine”, afirma Pedraza. “A los cinéfilos más jóvenes puede interesarles la originalidad de sus películas, siempre marginales con respecto a la moda y a la industria, siempre autorales. Sus mejores títulos son La sangre de un poeta, La Bella y la Bestia, Orfeo, Los padres terribles y El testamento de Orfeo. Entre las dirigidas por otros cineastas sobre textos suyos destacan: Los niños terribles (Jean-Pierre Melville), Las damas del Bois de Boulogne (Robert Bresson ) o Tomás el Impostor (Georges Franju ), todas ellas obras maestras”.
Por todos esos motivos no lo dudó un instante cuando la prestigiosa editorial santanderina Shangrila, especializada en temas de cine, le propuso enriquecer la escasez de estudios originales en español sobre cineastas europeos. Eligió a su adorado creador parisino y así nació ‘Jean Cocteau. El gran ilusionista’, que presentará en la próxima Feria del Libro en el Retiro de Madrid. “He disfrutado mucho con este trabajo al que he podido dedicarme a fondo tras mi jubilación como catedrática después de más de 30 años en la docencia”, dice Pedraza. “No he querido hacer una monografía académica, sino acercarme al creador y sus obras y hacer compartir su originalidad, su anarquía y su incómoda libertad de heterodoxo no iconoclasta”.
Con un prólogo de Luis Pérez Ochando, su “compañero de fatigas intelectuales”, el libro se divide en dos partes. Una dedicada a la biografía y otra a sus películas con el complemento de los habituales instrumentos críticos. “Para documentarme he visto innumerables veces la cinematografía de Cocteau, incluidas películas y cortometrajes desaparecidos del mercado que me han proporcionado mis amigos, he leído en francés sus obras de teatro, novelas, poesía y ensayo, y he utilizado gran cantidad de bibliografía francesa y anglosajona. Escribir este libro me ha costado una pequeña fortuna, pero el objeto lo merece”.
Jean Maurice Eugène Cocteau nació en Maisons-Laffite, cerca de París, el 5 de julio de 1889, en el seno de una familia acomodada de la burguesía. Su padre se suicidó cuando tenía nueve años y quedó al cargo de su bella y glamurosa madre. Fue mal estudiante y precoz en su vida mundana con amantes famosas como la actriz Madelaine Carlier. Refinado, enfermizo, polifacético, opiómano y creador inagotable, fue el principal protagonista de su vida y de sus filmes. Además de escribir, tarea que solía ejecutar tumbado, pintaba, dirigía películas y hasta se dedicó a la cerámica. “El hilo que enhebra todas esas facetas es la poesía”, apunta Pedraza. “Cocteau se definía como un poeta de la poesía, del cine, del teatro…No se limitaba a narrar o poner en escena, sino que transfiguraba la realidad y la convertía en algo profundamente poético, con visos angélicos y gran transparencia, utilizando procedimientos como el intervalo entre dos mundos, tanto en cine como en teatro y otras artes”.
Sobre todo era un trabajador infatigable, a pesar de sus achaques. “No podía vivir sin trabajar, aunque tuviera que hacerlo en malas condiciones, como durante el rodaje de La Bella y la Bestia, cuando sufrió de ántrax y de una dolorosa infección dental, y a menudo tenía que abandonar el rodaje para acudir a curas en el hospital. Sufrió además varias curas de desintoxicación de opio a lo largo de su vida, una de ellas sufragada por Coco Chanel. Pero en plena desintoxicación escribía, y durante uno de esos lances compuso en pocas semanas la novela Los niños terribles”.
Su vida sexual también fue atípica, pues entabló romances con mujeres y luego tuvo un par de relaciones estables con sendos actores, Jean Marais y Édouard Dermit. “Amó libremente a quien le gustaba, aunque es innegable que su homosexualidad prevaleció a lo largo de su vida. En su juventud tuvo un sonado romance con una actriz famosa y otro con una aristócrata rusa de la familia de los Romanov, pero las parejas que marcaron su vida fueron Jean Marais, su salvador en momentos de dificultades con la droga y Dermit, al que adoptó como hijo y fue heredero de sus bienes, materiales y de derechos. También fue introducido por Cocteau en el cine, en películas tan importantes como Los niños terribles, Orfeo y El Testamento de Orfeo”, concluye Pedraza.
Bel Carrasco
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