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‘Escala uno es a mil’
Nuria Rodríguez
Textos del catálogo: Álvaro de los Ángeles y Nuria Rodríguez
Shiras Galería
Vilaragut 3, València
Del 26 de enero al 22 de marzo de 2024
¿Qué es la realidad, la “cosa para mí” de la que habló el filósofo Inmanuel Kant? ¿Una “cosa para mí” que aprehendo utilizando las herramientas que me ofrece el lenguaje? Frente a ello está, siguiendo a Kant, la “cosa en sí”, es decir, aquello que escapa al entendimiento poniéndolo contra las cuerdas del ring donde se establece el combate por la inteligibilidad del mundo.
Nuria Rodríguez sostiene ese mismo combate en Shiras Galería en su exposición ‘Escala uno es a mil’. Y lo hace manteniendo algo que, podríamos decir, se ha convertido en una de sus máximas: que toda exposición es una expedición. “Sí, porque para que haya esa catalogación del mundo ha de haber un viaje y tienen que pasar cosas”.
Y las cosas que pasan, en la muestra que presenta en el espacio de Sara Joudi en Valencia, tienen que ver con la pintura, “porque yo podría contar todo esto con otras técnicas y otros lenguajes, que a veces lo he hecho en otras exposiciones, pero en esta ocasión he querido centrarme en lo pictórico, tratando de ver las cosas que pasan cuando pintas y tomando decisiones como, por ejemplo, no cubrir toda la superficie del cuadro dejando los estratos”.
De manera que, frente a lo real del mundo, de su ignoto territorio, vamos levantando actas que nos lo hagan comprensible. A ello, la artista lo ha denominado “expedición cromática”, porque, según cuenta, lo que ha hecho “ha sido interrogar la forma que tenemos los seres humanos para recolectar, clasificar, ordenar, nombrar y establecer pautas generales que nos ayudan a conectarlo todo”.
Para ello se ha basado en tres libros con los que poder realizar todas sus series pictóricas, a través de cuatro itinerarios especulativos. “Empiezo con la nomenclatura del color de [Abraham Gottlob] Werner, que fue maestro de [Alexander von] Humboldt y era un geólogo que intentó preguntarse y clasificar los minerales a partir de sus características físicas”.
Luego vendría el artista escocés Patrick Syme, “que lo que hizo después fue ampliar esa clasificación de 49 colores a partir de los minerales de Werner, introduciendo vegetales y animales. Es, en el fondo, la interpretación subjetiva de alguien que trata de pensar cuál sería esa traducción de un color generalista a ese otro más arbitrario, porque no todo el mundo ve el mismo azul, ni las mismas púrpuras”.
A todo esto, nos encontramos con el filósofo y novelista [Johann Wolfgang von] Goethe, quien introduce en su ‘Tratado de los colores’ la sombra y la subjetividad a la hora de percibir la luz, frente a esa otra luz más cartesiana propia de la ‘Filosofía de las luces’ y de la razón que pretende abarcarlo todo.
“En el fondo, se trata de recuperar la intuición como un modo de inteligencia y la forma tan subjetiva y personal de percibir el color. Aunque tratamos de buscar generalidades, en el fondo no dejan de ser particularidades”, señala Rodríguez. Y añade: “Humboldt lo dice y Goethe también: cuando tú vas a un lugar, la percepción acerca de lo que vas recorriendo hace que lo veas de otra manera. Esto es lo que presento al inicio de la exposición”.
Se refiere a dos piezas de mediano formato en las que plantea algo parecido a lo que son “las secciones de las montañas, de las rocas, sus estratos, tratando ya de buscar esa nomenclatura del color, pero sin una base; era una especulación muy intuitiva”.
Después, al encontrarse con la nomenclatura del color de Werner, el tratado de los colores de Goethe y la teoría de Newton, le hizo plantearse su representación, “siempre con la idea de que fueran láminas de carácter científico. Así, cada cuadro es una lámina científica que cuenta el resultado de una batalla personal o de una expedición”. “Aquí solo se ve el final del recorrido en todas las obras, pero hay un proyecto de investigación siempre detrás”, subraya.
Con esa idea que da título al conjunto expositivo, ‘Escala uno es a mil’ pretende ser «una interrogación sobre cómo representamos y generamos láminas científicas, en este caso, que pueden ser o no arbitrarias, aunque tratan de responder a cuestiones científicas”.
El novelista Michel Houellebecq aborda desde otro prisma, pero en una dirección aproximada, lo que él llama ‘El mapa y el territorio’, título de su quinto trabajo. El mapa sería la “cosa para mí”, ya que al representar el espacio nos orientamos en él. Mientras que el territorio sería la “cosa en sí”, puesto que al pisarlo introducimos la experiencia, muchas veces no tan agradable, de quien sufre o padece las inclemencias que el mapa excluye.
Nuria Rodríguez se acuerda entonces del ensayo ‘Dioses y mendigos’, de José María Bermúdez de Castro, en el que el autor plantea la idea “de que cuando la especie humana ha soñado o proyectado algo hacia el futuro ha emulado a dios, pero luego, sin embargo, cuando tocamos tierra establecemos pautas más pragmáticas, más de supervivencia”.
Al privilegiar la práctica pictórica en esta representación del mundo a través de láminas científicas, lo que hace la artista es precisamente poner en diálogo el mapa y el territorio: la catalogación y su quiebra. “A veces pienso que el cuadro cuando mejor se ve es de lateral, para ver todas sus capas y cómo va todo creciendo, al tiempo que tomas decisiones sobre cómo yuxtapones colores, cómo juntas los bordes e incluso cómo se crea cierto trampantojo, para que la gente se plantee si está pintado o es un collage; un modo de engañar a la percepción”.
“Quiero suscitar en quien ve las obras cierta idea de equívoco; generar una confusión, porque, en el fondo, muchos de los preceptos que la especie humana, a lo largo de la historia, ha tratado que fueran como verdades absolutas, luego las hemos contradicho”, añade Rodríguez.
En la mayoría de las obras expuestas, se produce como un combate entre las gamas cromáticas de orden y de composición equilibrada, y los gestos y trazos que, de algún modo, “parecen estar contándote las horas y la escala del tiempo en el que he estado trabajando”, advierte la artista.
En el cuadro en el que aparece representada Diana cazadora, “a partir de una obra de [Peter Paul] Rubens que está en los almacenes del Museo del Prado”, se establece una reflexión acerca de nuestra naturaleza y el modo en que descuidamos a nuestros propios ancestros, la cual parte, a su vez, de la poesía de Emily Dickinson, “quien en su jardín recolectaba plantas y hacía herbarios que le ayudaron a especular sobre su propia manera de escribir, con frases cortas, breves y muy intuitivas”. “Esa manera de trabajar menos racional es la que pienso que he provocado con esta exposición”, añade.
La idea de fragilidad también pivota sobre el conjunto expositivo. Una fragilidad elocuentemente expresada por Dickinson en el texto que alude a la ‘Escala’ recogida en su propio poema y al del proyecto artístico: “En esta breve Vida / No más larga que una hora / Cuánto -cuán poco- / Nuestro poder atesora”.
“Los animales son inmortales, porque no tienen conciencia de la finitud. Nosotros, sin embargo, somos animales que tenemos esa conciencia”, apunta Nuria Rodríguez. De ahí la idea del límite y de aprovechar el tiempo en el que estás, pero sabiendo también conectar -dice- “con las preguntas que se han hecho otros en un pasado remoto, preguntas que nos seguimos haciendo”.
“Por eso la presencia de elementos mitológicos en mi obra. Es como rescatar elementos arqueológicos que se encuentran en nuestra memoria; hacer una relectura en el mundo contemporáneo de aquello remoto que nos permite ver que somos los mismos”, recalca.
‘Escala uno es a mil’ se cierra con una serie de piezas surgidas de su experiencia en la sierra alicantina de Bernia. “Estas rocas calcáreas de unos 25 centímetros yo las recogí durante una excursión por esa sierra, porque me di cuenta, de repente, que estábamos en el antiguo mar de Tetis”.
La traslación pictórica de esas rocas se lo plantea Nuria Rodríguez como un “juego irónico o surrealista sobre la representación de las láminas científicas”, porque siendo cierto que el contorno de la roca coincide con su límite real dibujado, la escala uno a mil es, sin embargo, falsa. “De nuevo, es un cuestionamiento acerca de lo que vemos, percibimos, sentimos y sus modos de representación”, concluye.
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