‘Doña Rosita, anotada’, de Pablo Remón
Teatre El Musical
Plaza del Rosario 3, València
Viernes 28 y sábado 29 de mayo de 2021
“El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”, señala Federico García Lorca, al compás de la necesidad implícita en ‘Doña Rosita la soltera’, obra de la que parte Pablo Remón para crear esta otra ‘Doña Rosita, anotada’, con la que viene al Teatre El Musical (TEM) de València. “Rosita expresa esa verdad, que vivir con la esperanza muerta es difícil”, apunta su director.
Lorca plantea, en su última obra estrenada en vida, la larga e infructuosa espera de Rosita, tras la promesa matrimonial de su primo emigrado a Argentina y en cuyas cartas de amor no deja de manifestarle su compromiso una vez vuelva. Los años pasarán y, como indica el título de la obra teatral escrita en 1935, doña Rosita quedará definitivamente soltera. “Esta es una obra que dialoga con la de Lorca, pero no es exactamente la misma”, aclara Remón.
Lo aclara para, en cierta forma, poner tierra de por medio con respecto a la trama original que, a su juicio, “ha envejecido mal”, no así “su potencia poética”. De hecho, la doña Rosita que viene al TEM es una mujer distinta, adaptada a unos tiempos actuales que, sin embargo, guardan similitudes con el pasado del que parte. “Aunque la superficie cambia, el fondo es similar”, apunta quien dice que no lo vio claro cuando le propusieron el encargo de hacerlo.
“Hago teatro que escribo y dirijo yo, y en su momento dije que no, pero un mes o mes y medio después me surgió la idea de hacer una doña Rosita intervenida, anotada por un apuntador que va proyectando las cosas de su vida”. Remón adoptó ese camino sugerido por todas esas notas a pie de página que tienen las obras, escritas por estudiosos y filólogos, y que le parecieron interesantes para llevarlo a escena guiado por esas reflexiones.
A partir de ahí, todo fue fluyendo por el impetuoso río lorquiano, hasta desembocar en las aguas calmadas de la versión de Pablo Remón. “Es una obra curiosa, la preferida de Lorca, donde el manejo del tiempo es diferente a otras suyas; tragedias donde pasan cosas tremendas, por contraste con esta donde no ocurren tantos incidentes”, explica. “Aquí se da un tiempo suspendido, como en las obras de Chejov, de cierto sopor y enmarcado en una ciudad de provincias, con su ambiente opresivo, esperando la oportunidad de que algo de pronto brote”.
Parafraseando al propio Chejov, cuando dice que la felicidad no existe, “lo único que existe es el deseo de ser feliz”, doña Rosita diríase transida por ese mismo anhelo. “Aparentemente todo eso que le ocurre a la protagonista de Lorca parece haber quedado atrás, pero seguimos teniendo los mismos conflictos universales sin solución”, asegura Remón, entre ellos, qué duda cabe, esa aspiración hacia la dicha más fecunda.
Pablo Remón ha preferido aparcar el amor desesperanzado de una mujer de principios del pasado siglo, aguardando pacientemente al amado que nunca cumplirá su promesa, por esa otra mujer contemporánea que, al unísono con los propios hombres, se ve concernida por asuntos como la identidad personal o el paso del tiempo. “Yo lo que hago es plantearme mis propias dudas, enseñar las costuras de la obra”, señala el dramaturgo y también cineasta.
Costuras que le llevan a interrogarse por la vigencia de esa mujer; qué tiene que ver con una chica de ahora. “La mirada de los otros hacia ese personaje y cómo se construye según las expectativas de los demás”, subraya Remón, es lo que acerca a esa Rosita de antaño al momento actual. “También guarda vigencia con respecto al paso del tiempo y las expectativas de uno mismo cuando tiene 20 años y cuando alcanza los 40”.
También dice que, en el fondo, el planteamiento de Rosita guarda similitudes con lo que el propio Lorca se dice de sí mismo: “Hay expresión de él, de sus recuerdos de infancia”. Remón se tomó la obra “como si fuera un Shakespeare, no como algo histórico”, sino alejándose de ese “aire costumbrista que confunde, porque no es nada realista”, para acercarse al carácter “más simbólico, como un sueño”, que, a su juicio, tiene la obra de Lorca.
Para ello, ha optado por despojar el escenario de actores (“la de Lorca tenía más de 20 personajes y una escenografía rimbombante”, recuerda), centrándose en tan solo tres: Fernanda Orazi, encarnando a Rosita, Elisabet Gelabert y Francesco Carril, que se hace cargo de diversos personajes, todos ellos pasando por diferentes registros. “La obra comienza casi sin escenografía, con una serie de paneles y ellos con vestuario de calle, para luego ir cambiando, encontrándonos con una obra más clásica, más asociada al teatro”.
Un teatro que, para Lorca, era poesía que se sale del libro para hacerse humana. “Tenemos una percepción de las cosas asociada a la velocidad con la que hoy en día vivimos, y eso, creo, nos ha cambiado. Tenemos ansias de novedad y el teatro es una lucha contra eso”, resalta Remón. Y añade: “Cuando ves una obra tienes que atender al tiempo del teatro, lo cual provoca que sea algo diferente. Se trata de un tiempo expandido que va a la contra de esa percepción acelerada de la vida tan característica de nuestra realidad”.
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