#MAKMAAudiovisual
‘Las armas del cineasta’, con Paco Plaza
‘CCCC-Claves para el cine’
Dirigido por Rafael Maluenda
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2-4, València
Miércoles 23 de octubre de 2024
El contexto: el claustro del Centre del Carme de Cultura Contemporània de València. El invitado: el director valenciano Paco Plaza, que venía para participar en una charla con aspirantes a cineastas, cinéfilos, curiosos y público en general dentro del programa ‘CCCC-Claves para el cine’, organizado por el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana. El título de esta nueva cita del ciclo: ‘Las armas del cineasta’.
Desde los inicios de su carrera como director, el nombre de Paco Plaza ha estado indefectiblemente asociado al cine de terror. Un género que, contrariamente a lo que se suele pensar desde las instancias intelectuales, requiere de un control de las herramientas del cine muy elaborado.
Desde ‘El segundo nombre’, el cine de Plaza ha ido pasando por todos los mitos de la iconografía del fantástico: las conspiraciones ocultas, la fábula legendaria, los zombis de la serie ‘Rec’ –quizá su éxito más aclamado– o elementos del imaginario colectivo, caso de la ancianidad y el mito roto de la juventud de ‘La abuela’ o la iconografía religiosa en títulos como ‘Verónica’ o ‘Hermana muerte’, uno de sus últimos trabajos.
En esa curiosidad permanente por explorar nuevos terrenos, el cine de Paco Plaza ha tocado otros géneros y formas como el thriller, en ‘Quien a hierro mata’ o, más recientemente, el documental, con la interesantísima ‘Mugaritz. Sin pan ni postre’, un trabajo que nos acerca a la cocina del restaurante vasco Mugaritz, que abre sus puertas solo seis meses al año y que dice que le ha cambiado la vida, tanto como persona como en su manera de abordar su trabajo.
Hablamos con Paco Plaza de todo ello y de esas herramientas tan necesarias para cualquier director.
El título de la charla se llama ‘Las armas del cineasta’, y yo quería empezar preguntándote precisamente por eso. ¿Cuáles dirías tú que son las tres armas con las que debe contar todo cineasta?
Las tres armas del cineasta yo creo que son la paciencia, la humildad y la constancia; tres ingredientes imprescindibles, no para el cineasta, para la vida [risas]. O sea, para cualquier persona que quiera hacer bien su trabajo, me parece.
¿Y cuál serían las tres armas para llegar a ser un buen cineasta en España?
Las mismas, eso no cambia, eso no depende de la nacionalidad. No, realmente, yo creo que estamos en un país que está viviendo un momento especialmente propicio para trabajar en el audiovisual, no solamente en el cine, sino especialmente en contenidos para plataformas. Creo que si tuviera un hijo le diría que o fontanero o la FP de Audiovisual, una de las dos.
¿Y para ser un cineasta en España que hace cine de terror?
Yo creo que te tiene que gustar mucho el cine de terror. A las tres anteriores, añadirles ese gusto. Yo pienso que se nota mucho cuando haces algo por los motivos equivocados. En cualquier expresión creativa, tienes que amar mucho lo que haces. Y, en mi caso, el cine de terror ha marcado mi vida desde bien pequeñito.
Es el cine que me gusta ver, es la literatura que me gusta consumir. No sé exactamente por qué, no lo he analizado ni he ido a terapia para ver por qué, pero siempre he tenido una gran simpatía por lo estrambótico y por lo grotesco.
Entre las armas del cineasta, yo creo que la primera es el guion. Nunca has escrito tú solo tus guiones, siempre has colaborado con alguien, pero, ¿cómo escoges ese material? ¿Qué es lo que te impulsa o te lleva hacia una película?
Depende de la película. Hay películas que nacen de un concepto, de algo de lo que quieres reflexionar. Por ejemplo, en ‘La abuela’, mi idea era hablar sobre la cercanía de la muerte, sobre la decrepitud, sobre la dictadura de la juventud y la belleza, porque es mi momento vital.
En los 50 años, ya empiezas a reflexionar mucho sobre el pasado, sobre lo que has vivido, sobre lo que te queda y, entonces, esa película nace de ahí. Pero cada película nace de un lugar.
‘Rec’, por ejemplo, nace de la diversión de rodar una película con un amigo. O sea, sabíamos que íbamos a hacer una película juntos antes de saber qué película íbamos a hacer. Entonces, en cada caso es diferente. Pero siempre tiene que haber un motorcito, un algo que te impulse porque, luego, como decía, la paciencia y la constancia son fungibles, ¿no? Se te agotan. Entonces, necesitas alimentarlas bien de entusiasmo.
Tengo una teoría, seguramente equivocada, pero que he recordado pensando en tu trabajo, y es que creo que el cine de género, el cine fantástico y de terror siempre tienen algo propio que es un cierto humor, una ironía que se esconde detrás del miedo. Una visión de la vida que tiene un elemento irónico. Yo creo que en tu cine hay algo de eso.
Creo que si en mis películas hay humor es porque soy español, y en España el humor lo impregna todo. O sea, aquí hemos hecho chistes de las barbaridades más crueles, ¿no? Hay una tradición de humor negro, desde Berlanga, Buñuel, por hablar de cineastas, a escritores como Quevedo o Góngora.
El humor y el sarcasmo forman parte de nuestra forma de ver la vida. Yo soy valenciano, o sea, soy fallero. La gente que es de fuera, cuando viene a las Fallas y ve los cartelitos, flipa bastante. Oye, esto es bastante salvaje, ¿no? Y es como que usamos el humor para sacar afuera todo lo malo. Eso forma parte de nuestro carácter.
Lo digo porque creo que el cine de terror hace sufrir al espectador, pero, al mismo tiempo, le lanza algo que tiene que ver con una mirada sardónica de la vida. Pienso, por ejemplo, en cómo ‘Rec’ se mofa de los medios de comunicación.
Puede ser, puede ser que haya esa conexión. Yo creo que la risa y el miedo son como emociones primarias que, además, es muy satisfactorio vivirlas en comunidad. Yo creo que por eso son los géneros que sobreviven en las taquillas, porque te ríes más en el cine rodeado de gente de lo que te ríes tú solo en tu casa, en el caso de una comedia.
Y con el miedo pasa algo parecido. Es muy bonito ver una peli de terror y notar la tensión de las personas que están a tu alrededor, y las respiraciones agitadas.
Hay directores que son muy controladores, que tocan todos los aspectos de la producción, y otros que trabajan apoyándose más en los equipos. Cuando presentaste hace poco, en València, tu documental sobre el Mugaritz, dijiste que habías aprendido a soltar amarras, pero, ¿qué clase de director eres tú, en ese sentido?
No lo sé, porque una cosa que es muy particular de nuestro trabajo de directores y directoras es que no vemos trabajar a nadie más. Nuestros técnicos, mi ayudante de dirección, por ejemplo, trabaja con seis directores o directoras al año, pero yo no sé cómo trabajan esas personas, no tengo ni idea. Entonces, yo solo sé cómo trabajo yo.
Y yo lo que intento cada vez más es darle el espacio a todo mi equipo para que se sientan creativos y se sientan que están aportando cosas, y ser una especie de Conde Drácula que me alimento de sus ideas, de su energía y de su entusiasmo. Creo que es lo más inteligente o es la manera que yo he encontrado, en la que me siento cómodo al trabajar: darle a todo el mundo su espacio y, simplemente, dedicarme a no guiar, sino encauzar un poco sus esfuerzos.
Te lo decía también porque el terror es un terreno muy específico donde la forma, aunque pueda parecer que no, quizás requiera de un control más férreo de la puesta en escena, sobre todo.
Bueno, suele tener un componente estético muy fuerte. Es que el cine nació del fantástico y del terror. Desde Méliès, Val del Omar, en España, y Segundo Chomón, el cine es vocacionalmente fantástico.
Luego, influido por la novela decimonónica, por el teatro, ha derivado en multitud de géneros, pero el cine es fantasía porque nace de una pura fantasía, que es que si pones muchas fotos seguidas, muy rápido, parece que se mueven. Entonces, es un acto mágico en sí mismo.
Uno de los temas que te has propuesto abordar en la charla ‘Las armas del cineasta’ se refiere a los elementos pictóricos de tu cine. Normalmente, uno no hace ese tipo de relaciones en el caso del cine de terror. ¿Cuáles serían, en tu caso, esas influencias?
Desde las pinturas negras de Goya a los cuadros del Bosco, Klimt o Munch, hay mucha tradición pictórica; ya no solo el cuadro famoso del vampiro de Munch. Hay una vinculación y una tradición de fantasía en la pintura yo te diría que, incluso, superior a la proporción que pueda haber en el cine en general.
Y para esa plasticidad que te digo, que suele ser asociada al terror, donde te planteas recrear mundos que no son reales, tienes que tirar de una memoria estética que no es el mundo real.
En ese sentido, puedes encontrar la inspiración en cuadros, en canciones, en grabados, en donde quieras, porque estamos hablando de recrear un mundo que no pretende ser nuestra realidad, sino que pretende ser una dimensión paralela que existe solo dentro de la película.
Se suele decir que las películas se están escribiendo o reescribiendo a largo todo el proceso, desde el guion al último elemento, que es el montaje. En el cine de género, el montaje es un elemento fundamental. En tu cine es un elemento muy potente. ¿Cuál es tu relación con la sala de montaje?
El montaje es donde haces la peli. El montaje es el punto culminante. Se suele decir que el guion se reescribe en montaje, pero yo creo que se escribe en montaje. Lo que tienes antes son bocetos, son apuntes.
El montaje es el lugar donde se acaba la hipótesis, donde tienes la constatación de la realidad. Mientras estás rodando, todos son posibilidades. Cuando llegas a la sala de montaje tienes lo que tienes. Y, entonces, ahí empieza la arquitectura de la película.
Vamos a construir con lo que tenemos, no con lo que nos hubiera gustado tener o con lo que pensábamos que íbamos a hacer, sino con lo que hay. Es el momento en el que la realidad se hace presente de una manera cruda y despiadada. Cuando estás escribiendo todo es posible, pero cuando estás montando las posibilidades se han reducido exactamente a los fotogramas que tienes encima de la mesa.
¿Has repetido alguna vez alguna escena después de verla en montaje?
Sí, muchas veces. Muchas, sí, sí.
Escuché decir a un cineasta que, en un rodaje, el director es la figura de todo el equipo que menos tiempo tiene para hacer su trabajo. ¿Cuál es tu relación con el tiempo?
[Risas] Sí, entiendo lo que quiere decir. Básicamente, somos organizadores de tiempo. Llegas por la mañana y tienes que sacar adelante una escena, y sabes que mañana no puedes volver, que ese es el ahora o nunca. Seguramente, somos los que menos tiempo tenemos. Los actores creo que son los que menos tienen, normalmente. Y tristemente. Sobre todo porque son procesos que, acelerarlos, repercuten directamente en el resultado, cosa que no pasa con otros.
A nadie le saca de una película que un plano esté mejor o peor iluminado, pero te saca de la película si el actor lo hace mal o la interpretación no es la correcta, sea por el motivo que sea.
Y, a veces, puede ser porque no ha tenido el tiempo de trabajar con el director o con la directora para afinar exactamente lo que tenía que expresar. Es verdad esto que decía Laurence Olivier de los actores: “A mí me pagan por esperar, actuar es gratis”.
Se te asocia con el cine de terror, pero también has tocado otros géneros, como el thriller. Estoy pensando en ‘Quien a hierro mata’, por ejemplo. El cine de terror y el thriller fluctúan en una frontera muy sutil. ¿Cómo te manejas al cambiar de registro?
Pues no te sabría decir. Es muy limítrofe. Hay momentos de ‘Quien a hierro mata’ que me parecen terroríficos, más terroríficos que cualquier película de terror. Y momentos que se supone que son muy terroríficos que me parecen divertidísimos. Es tan subjetivo eso.
Es verdad que el thriller y el terror son terrenos colindantes, pero también lo son, como decías antes, el terror y el humor. El thriller y el humor son menos colindantes, quizá, porque, de alguna forma, el humor te destruye un poco la experiencia de la tensión de estar siguiendo a un asesino, no sé, un zodiaco o lo que sea. A ‘Quien a hierro mata’ le ponemos la etiqueta de thriller, pero a mí me parece terrorífica. Quizá porque lo que cuenta es muy real.
Repasando tu filmografía con películas como ‘Romasanta’, ‘Verónica o ‘Hermana muerte’, o pensando en otros títulos comerciales recientes, me preguntaba: ¿qué tiene la Iglesia católica que da tanto miedo? ¿Por qué se recurre a ese mundo en el cine de terror?
Porque tiene una iconografía imbatible. La gente de mi edad que nos hemos educado en colegios religiosos íbamos a clase y veíamos una imagen de una persona crucificada, sangrando, con una corona de espinas, y, a poco que estudiaras el tema de los santos y los martirios de San Sebastián o de Santa Ágata, te das cuenta de que son historias, realmente, muy truculentas. La Biblia no escatima detalles en lo truculento.
Y yo creo que es que la fe y la creencia en lo sobrenatural se confunden mucho porque, al fin y al cabo, si tú eres católico o cristiano, crees en la resurrección de los muertos, crees que en la curación de los leprosos, la multiplicación de los panes y los peces, la concepción inmaculada de María; crees en cosas que científicamente son muy cuestionables. Y esa es nuestra tradición.
Es decir, seamos o no practicantes o católicos, nuestra cultura, a lo largo de los últimos veinte siglos, ha estado atravesada por lo religioso. Y también por la mayoría de obras de arte que hemos visto están influenciadas por eso.
El otro día fui al [Museo] San Pío V, por ejemplo, al que no había ido nunca. Y, claro, ahí te das cuenta del peso de las representaciones religiosas. Es que hasta prácticamente el siglo XIX todo el arte era religioso.
Todas las imágenes que conocemos están inspiradas en temáticas religiosas y eso no se ha borrado de un plumazo, y creo que nuestra cultura judeocristiana nos ha dejado una herencia que nos viene muy bien para el terror.
Alfred Hitchcock tenía muy reflexionada la cuestión del suspense, el misterio, de la generación de expectativas en el público a la hora de hacer sus películas. ¿Cómo se genera miedo en el espectador?
Ojalá lo supiera. Ojalá tuviera una fórmula magistral. Yo creo que el miedo se genera a través de los personajes, de que te importe lo que les suceda. Y, en ese sentido, pienso que el cine de terror no se diferencia de cualquier otra película.
Lo que necesitas son personajes con los que tú empatices, que te importe lo que les pasa. Entonces, si el elemento que introduces, lo que les pasa, es algo terrorífico, tendrás miedo por ellos, pero, si no existe esa vinculación emocional con el personaje, creo que es cuando llega lo grotesco y lo risible. Pienso que todo estriba en construir personajes creíbles.
El espectador de cine terror es un espectador muy particular, con un elemento fandom muy arraigado.
Buenas personas, todas.
¿Cómo te relacionas con el espectador de cine de terror?
Yo llevo desde el año 91 yendo al Festival de Sitges, prácticamente, cada año. O sea que llevo más de 30 años. Y es el único sitio donde me siento realmente cómodo y a gusto porque entiendo que las 4.000 o 5.000 personas que hay en España que son como yo están ahí.
Es el único sitio donde no te sientes raro, donde lo normal es eso, que te guste el cine de terror y que hables con devoción de Ti West o de Stuart Gordon o de Brian Yuzna, como otra gente más elevada pueda hablar de otro tipo de autores.
Entonces, sí que es verdad que en todos los festivales de cine de terror, especialmente en los europeos, que son los que conozco, se genera una sensación de comunidad, de pertenencia, de identificación del igual.
Has hecho un documental, ‘Mugaritz. Sin pan ni postre’, sobre un restaurante. ¿Cómo ha sido esa experiencia de cambiar completamente de registro?
Pues un regalo que me ha hecho la vida. Poder estar dos años acompañando el proceso creativo a gente tan talentosa y tan brillante y que no tiene miedo a nada, que no tiene miedo al fracaso o al qué dirán, pues para mí ha sido una enseñanza vital.
Yo cada vez me intento parecer más a John Huston en eso de hacer las películas que alimentan tu vida, más allá de tu carrera. Y para mí ha sido un privilegio poder compartir tiempo con estas personas.
Vas a estrenar una serie que se llama ‘La suerte’. He visto el tráiler y parece que aquí sí que has cambiado radicalmente de registro. ¿Qué podrías adelantarnos de ese último trabajo?
Es una comedia que cuenta el encuentro fortuito de un taxista antitaurino y un torero. Pero, en realidad, es una serie que habla de la tolerancia, de cómo, para respetar y querer a alguien, no hace falta comprenderlo.
Porque yo creo que, a veces, nos exigimos a nosotros mismos comprender a alguien o entenderlo para respetarlo, y creo que hay que dar un paso más allá y hay que respetar a quien no entiendes. Es eso de “no me puedo creer que pienses eso” [risas].
Todos tenemos, creo, como sociedad y como individuos, la tendencia a pensar que hay una manera de ver el mundo, que es la nuestra, y la otra, que es la equivocada. Y pienso que eso es un error muy grave. Eso me gustaba mostrarlo a través de dos personajes tan antagónicos. Además, la tauromaquia genera un rechazo muy instintivo y muy visceral. Entonces, creo que lo interesante para hablar de esto era colocar a personajes que estuvieran muy distantes en el espectro y ver si eran capaces de entenderse.
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