#MAKMAEntrevistas | Paco Roca
‘Regreso al Edén’ (Astiberri Ediciones, 2020)
Una foto antigua. Una de aquellas que los retratados guardaban toda la vida como un bien valioso. Una foto de 1946, tomada en la playa de Nazaret, que capta el día feliz de una familia que no solía disfrutar la felicidad. La encontró Paco Roca en la mesilla de noche de su madre y, a partir de esa imagen, con ayuda de su sensibilidad y talento, ha creado un relato que podría ser el de cualquier persona que viene al mundo a brillar por unos instantes; pero que, en este caso, es el de una mujer inspirada en la figura de su abuela materna.
Se llama Antonia, hija menor de una familia que atraviesa el periodo más oscuro de la reciente historia de España: la posguerra. Con ‘Regreso al Edén’ (Astiberri, 2020), Roca alcanza una cima de su ascendente carrera. No es extraño que necesite tomarse un respiro. «Es la primera vez, desde ‘Arrugas’, que no acabo un proyecto con otro nuevo sobre la mesa», confiesa. «Proyecto alguna historia corta, algo distinto a lo que hago habitualmente, pero aún no tengo claro cuál será mi siguiente trabajo extenso. Y la verdad es que no me desagrada esa sensación».
Cada vez que sale un libro suyo se dice: «Esta es una obra de madurez». A estas alturas debería estar ya supermaduro, incluso pasado de fecha.
[Risas] Creo que la madurez se obtiene trabajando con cada nuevo proyecto. Las experiencias suman y van dejando un poso en lo que haces. Esto no quiere decir que cuanto más maduro es un autor mejor sean sus obras. Se puede ganar en recursos y en experiencias vitales, pero corres el riesgo de perder frescura y ganas de jugar y explorar.
¿El Edén simboliza una imagen feliz del pasado o el viaje hacia la eternidad?
Creo que en esta historia es ambas cosas. Un lugar del pasado idealizado desde el presente, ya sea la niñez, los tiempos rurales frente a los urbanos, épocas de épicas nacionales… Creemos que venimos de ese Edén y que en algún momento lo perdimos. Pero luchamos por volver a encontrarlo en un futuro. Podríamos decir que el Edén perdido es un mapa para el provenir.
¿Qué surge primero en su mente, la palabra o la imagen?
Siempre es difícil saber de dónde y cuándo surge una idea. Este libro empezó cuando decidí grabar a mi madre en varias entrevistas para que me contase su vida. Es algo que no pude hacer con mi padre y siempre me arrepentí. Decidí grabarla tan solo para tener un recuerdo, para que su memoria no se perdiera. En esas entrevistas mi madre me hablaba mucho de su madre. Su madre murió hace setenta años y, sin embargo, sigue recordándola a diario.
Me habló de una fotografía, que es la única que tenía con ella; una en la que están en la playa de Nazaret, en València. Enseguida caí en la cuenta de a qué foto se refería porque la había visto cientos de veces bajo el cristal de la mesita de noche. La busqué, y al tenerla entre las manos pensé que me gustaría poder mirar fuera del encuadre: saber de qué hablaban, cómo fue esa comida en la playa… Y creo que fue la chispa inicial para esta historia.
¿Qué significan Antonia y su familia para usted?
Conocer mejor a Antonia me ha hecho conocerme mejor como parte de esa familia, reconocerme en determinados personajes, por ejemplo, en ese gusto por la fantasía que pasó de mi abuela a mi madre y que ella me contagió con sus relatos durante mi infancia.
Comprender a esa generación que vivió una guerra civil, una dura posguerra y una dictadura nos ayuda a comprendernos mejor como sociedad. Para reconstruir esa época me serví, en primer lugar, de los testimonios, no solo de mi madre, también de otros familiares de su misma edad. Para contextualizar sus vidas necesité leer ensayos y libros de historia y, así, comprobar si las vidas de Antonia y su familia eran la norma o la excepción.
Las fotografías de la época que pude recopilar fueron de gran ayuda y, por supuesto, el cine. A diferencia de las fotografías, que suelen mostrar a la gente en momentos especiales y felices, algunas películas reflejan con realismo la vida cotidiana de la gente humilde.
Los trueques con el trapero, las hazañas del Capitán Villán, el mercado negro… ¿Cómo fueron surgiendo esos detalles tan significativos?
En historias como esta es importante dar la sensación de realidad con los pequeños detalles cotidianos. La historia de don Milán es curiosa. Uno de los recuerdos de mi infancia es cuando mi madre me contaba la trágica muerte de un acróbata que despegó entre multitudes y se perdió entre las nubes para nunca regresar. Esa historia me encantaba. Pero por más que le pregunté a mi madre sobre el tema, ella ya no se acordaba de habérmela contado. En una entrevista con otro familiar salió el nombre de un acróbata que había muerto en un globo –don Milán o Milá–, incluso se acordaba de un estribillo de una canción dedicada al intrépido personaje.
A partir de ahí y con la ayuda de José Azkárraga, un estudioso de posguerra, pudimos dar con la verdadera historia de don Milán. Lo que mi madre me contaba era una mezcla de diferentes relatos sobre él, pero en lugar de dibujar la peripecia real de don Milán, preferí contarla tal y como yo me la imaginaba cuando me la contaba mi madre.
El hambre, tanto de alimentos como de libertad, se expresa de forma muy explícita.
Estamos muy cerca de aquella gente que moría de hambre y, sin embargo, nos parece algo lejano y ajeno. Es importante recordar lo que supuso la posguerra para la mayor parte de los españoles. Es una obligación hacerlo y es necesario rendirles un homenaje a los que tanto sufrieron sin poder quejarse.
¿Se podría decir que la lucha contra el olvido es el motor de su obra?
En cierta manera. Somos un país desmemoriado a la fuerza por una Transición que nos obligó a no mirar atrás. Grandes historias se quedaron, por tanto, en el olvido, como la de La Nueve, que cuento en ‘Los surcos del azar’. Pero también me interesa poner voz a la normalidad, a toda esa gente que no suele ser protagonista de la historia ni portada en la prensa porque su épica, simplemente, fue sobrevivir. Como decía antes, necesitamos mirar atrás para saber más de nosotros.
La autoficción se ha impuesto también en la novela gráfica. ¿Cuánto de real y cuánto de ficción hay en su libro?
Partiendo de que es una obra de ficción, no tengo problemas en jugar con ella cuando el interés de la historia lo requiere. Una gran parte del relato surge de la memoria de mi madre, pero donde no llegaba la rellené con otras vivencias o, directamente, ficciones. Pero siempre teniendo en cuenta el tono de la historia que quería contar.
¿Dibujaría una línea roja entre cómic y novela gráfica, o no están separadas, en su opinión?
Aquí entraríamos en un largo debate que tampoco sé hasta qué punto interesa al lector o a los autores. Podríamos decir que la novela gráfica no es más que un tipo de cómic, incluso un movimiento. La novela gráfica fue un intento de ruptura con lo que significaba la industria del cómic: historias seriadas, personajes icónicos, unas temáticas determinadas e, incluso, una forma de narrar y dibujar. Esa ruptura llevó a una libertad de autor para elegir el formato y la temática, y esto, a la vez, desarrolló una forma diferente de contar las historias. Como ocurre con cualquier movimiento, con el paso del tiempo las fronteras acaban siendo difusas.
El paso del tiempo. Precisamente su obra es muy rica en recursos gráficos y soluciones narrativas para expresarlo.
Siempre es complicado dar la sensación de que el tiempo pasa en una historia. En este cómic era importante porque la narración va dando saltos temporales continuamente. Las soluciones van surgiendo según las necesitas (no sé muy bien cómo). Algunos cambios de tiempo se encadenan visualmente y otros, más bien, por conceptos; depende. Por ejemplo, para mostrar cómo los lugares de la infancia de Antonia –y también la gente– han ido desapareciendo, decidí dibujarla cruzando de una acera a otra y todo va cambiando a su alrededor mientras ella crece. Son recursos que con el dibujo y el lenguaje del cómic funcionan de una forma natural.
¿Si todo el mundo fuera tan trabajador como usted, España sería la primera potencia mundial o se hundiría en el paro?
[Risas] Es cierto que soy trabajador, como la mayoría de la gente que se levanta temprano, trabaja sus horas en oficios que quizá no les gusten y, en muchos casos, por un sueldo mísero. Quizá mi mérito es que no tengo un jefe que me obligue, con lo cual necesitas una gran fuerza de voluntad para cumplir un horario, todos los días, para sacar adelante un proyecto que debes entregar a años vista. Lo que facilita mucho mi tarea es que me apasiona lo que hago, con lo que, aunque haya momentos difíciles, disfrutas con ello.
¿No le cansa dar la imagen de buen chico, sensible y comprometido, el yerno ideal?
[Risas] Realmente es que soy así. Me gustaría ser más canalla (a veces fantaseo con eso). Incluso he pensado alguna historia de un tipo esclavizado en su papel de buena persona que se convierte en un asesino en serie. Se podría decir que esa válvula de escape la tengo con la tertulia radiofónica que, desde hace casi veinte años, montamos unos amigos en el programa de Ramón Palomar. Ahí digo todo lo que como autor sensible no hago nunca.
¿Cómo ve el panorama del octavo arte?
Vivimos un gran momento; en muchos sentidos, el mejor. Es cierto que hemos tenido épocas en las que se vendían muchísimos cómics –en los cincuenta, en los ochenta…–. Pero creo que ahora el cómic es un medio que ha alcanzado la ansiada normalidad dentro de la sociedad. Tenemos un público generalista, tanto masculino como femenino, y de todas las edades; aparecemos constantemente en los medios al igual que lo hace la literatura o el cine; estamos en las librerías de todo tipo y en los museos; tenemos un premio nacional… En fin, un tiempo dulce.
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