Pandemias veredes
Rafael Maluenda (cineasta, escritor y gestor cultural)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
Me pide MAKMA un doble salto mortal. Así, sin red. Me propone el ejercicio de “imaginar, prever, la nueva e incógnita década con perspectiva de cineasta”. Y me pide esta exploración futurible a mí, que ni tan siquiera sé qué voy a cenar esta noche. Además, el ejercicio se torna aún más complejo cuando debemos tener muy en cuenta el impacto de esta pandemia que asola al mundo.
Por suerte, he recordado la conversación reciente con un amigo: al mencionar yo que Azorín tiene, en ‘Castilla’, un catalejo que le permite ver a través del tiempo, atisbando el pasado, mi amigo sonreía condescendientemente –cabe aclarar que tiene una empresa tecnológica puntera, que idea artilugios para los servicios secretos–, y me habló de un dispositivo que, instalado en una tablet, hace lo mismo que el catalejo de Azorín, pero hacia el futuro; y, además de a las imágenes, accede al sonido. Como no hay reticencia que no relaje un fondillón de mi tierra, he conseguido que mi amigo distraiga a mi favor, por un rato, uno de esos artilugios. Introducimos palabras clave: “rodaje”, “cine”, “2030”…
…Y ahí estamos ya. Vemos unas quince personas de aspecto bastante homogéneo que, sentadas ante pequeños dispositivos tecnológicos, deslizan sobre ellos las yemas de sus dedos. Percibimos una atmósfera ciertamente burocratizada. El equipo parece organizado en torno a un espacio vacío, sin decorados, sin atrezzo. Si hay una o varias cámaras, no las identificamos. Ahora aparecen ocho figuras humanas, enfundadas en trajes blancos de una pieza, adheridos al cuerpo, que cubren totalmente, cabeza incluida; solo los rostros quedan al descubierto. Parece que hemos aterrizado en una película de hombres rana…
Introducimos la palabra “director”. Nuestra visión cruza varias filas de burócratas y pantallas, hasta un rincón del plató donde, entre cachivaches y un dispensador de agua, encontramos a una mujer, acodada sobre sus rodillas, su rostro hundido entre sus manos. Hay otras dos mujeres a su lado, con gesto grave: una, de brazos cruzados, mira al suelo; distinguimos una lupa de contraste entre los gadgets que asoman en una suerte de aro que abraza horizontalmente su perímetro craneal; la otra mira fijamente a la directora, con los brazos en jarras. Habla, por fin, la de los gadgets.
–A ver… Que ahora, empezando el rodaje, vengan esos con instrucciones corporativas de iluminación, me parece muy fuerte. Además, contravienen el diseño de luz que he trabajado con Cris durante muchos meses. ¡Toda la atmósfera a tomar viento!
–Cuidado, que ponen mucha pasta en la peli: doscientos mil de los antiguos euros. Cris, no sé, tú eres la directora… Mira a ver si quieres hacer tu peli o no.
La directora levanta la cabeza de entre las manos.
–¿Mi peli…? Mi peli era una historia muy sencilla: una selva, dos personajes, un foso. Y…, mira…, mira: ¡ocho actores que parecen sardinas en medio de una nube de luces! ¡Ni selva, ni nada! Hemos venido a rodar a una región desértica, donde no hay ni selva ni un mísero bosquecillo.
–Por los in-cen-ti-vos-fís-ca-les, Cris… ¿Te lo vuelvo a explicar? In-cen-ti-vos-fis-ca-les igual a viabilidad del proyecto… Si la selva la ponemos después, en postproducción…
–Ya, como el vestuario: Marga, pedí específicamente que las ropas fueran reales, que los actores pudieran moverse con naturalidad en ellas…
–Por sostenibilidad, Cris. –Marga, a quien deducimos productora, se arma de paciencia– ¿Confeccionamos vestidos que luego se desechan? Pues nooo: los ponemos virtuales, en postproducción. Además, esto también desgrava… ¿Qué pijadas de vestidos reales y esas nostalgias? Cris, por favor, que pareces una boomer…
Cris sigue a la defensiva.
–Y…, y tengo ahí ocho actores, ¡ocho! ¡Si mis personajes eran solo dos: Moctezuma y Hernán Cortés!
El equipo, hasta el momento aparentemente ajeno, se vuelve hacia la directora, con miradas entre perplejas y reprobadoras.
–¡Cris…! –Marga sisea, bajando la voz– Moctezuma… ¡y el capitán…! ¡Nada de… ese otro nombre, que por algo lo hemos quitado del guion! ¡Ningún personaje históricamente reprobable puede ser representado! ¿Tengo que recordarte la ley de desagravio cultural?
La directora parece avergonzada.
–Vale, perdona, no sé qué me ha pasado… Pero es que, en origen, eran un foso y dos actores…
–¡Un foso y dos actores, ¿qué es esto, teatro?! ¡Ay, Cris, cuando te pones tan elitista…! ¿O tú crees que con solo dos personajes podíamos cumplir con los criterios de “amplia representación de la diversidad”? Venga, bonita, que luego nos gusta mucho recoger los premios de las academias y de los festivales internacionales, y a ti la primera… Y, además, ¿qué dice el algoritmo, eh?: cinco actores, un mínimo de cinco actores…
Antes de que la directora responda, otra mujer le muestra una pantalla. Por sus dotes de autoridad, deducimos que es la ayudante de dirección.
–Mira, Cris…, ¿ves el efecto en pantalla? Parece que tendremos complicaciones para vestir a Richard: ese… volumen ahí… Y Sheila también es un problema: mira…, no se disimularán bajo las capas de vestuario digital que tenemos contratadas…
Cris mira, preocupada. Marga se asoma también a la pantalla.
–Pero…, ¡no, no, eso es imposible! Cris, ese empeño tuyo en contratar a Sheila…, que debe de ser de las pocas actrices que aún no se han quitado los pezones, ¡la muy reaccionaria!
–Marga, que no me imagino a Malinche sin pezones…
–¡Déjate de prejuicios culturales! ¡Joder, así no van homologarnos la película!
–¡No, si de nosotros depende…! –ha entrado un hombre blandiendo otro dispositivo con pantalla.
–¿Quién es este tipo?
–Cris, modérate, que es el delegado de Singularidades Propias e Intransferibles de la región. In-cen-ti-vos, recuerda…
–… Por incumplimiento de los acuerdos que regulan las menciones a nuestra tierra en el guion: ley seiscientossesentayseismilseiscientossesentayseisbarraveintidós de nuestro ordenamiento.
–¿Pero qué versión les habremos enviado? –susurra Magda.
–Es que sería anacrónico: en el siglo dieciséis, cuando transcurre nuestra historia, su tierra se llamaba…
El delegado intenta dominar su indignación.
–Por favor, no insulte a nuestro pueblo; hay documentos, que se remontan al año veintiuno antes de la era común, que ya prueban… –el hombre resume la historia de su pueblo con cuatro frases épicas y seis reverencias– Insisto: ciento veinte páginas igual a doce menciones, mínimo. ¡Y solo nos nombran dos veces!
–¿Les nombramos? No puede ser…
–Páginas cuarenta y ocho y cincuenta –señala el delegado su pantalla.
–Ah, no, –comprueba Cris–, si eso es una errata: nos referíamos a una fruta tropical, lo habrá cambiado el corrector…
Repentinamente, llegan gritos desgarradores. Se vuelven todos hacia los actores, que se retuercen en gestos de dolor, llevándose las manos a las sienes. Pero, por extraño que parezca, sus aullidos profieren palabras que pretenden belleza, armonía…, más bien cursis, en realidad. Dos técnicos se apresuran a auxiliarles, hurgando con varitas luminosas en sus oídos.
–Es el right-prompter –confirma la ayudante de dirección.
–¿El qué…? –pregunta el Delegado, sobrecogido.
–El right-prompter: un dispositivo insertado en los actores que corrige cualquier desliz hacia palabras ofensivas, transformándolas en expresiones aceptables para el público.
Un técnico susurra algo que no entendemos a la ayudante. Ella asiente con preocupación.
–Algo ha interferido en los right-prompters, produciendo saturación auditiva a los actores…
–Pues, aunque son de segunda mano, nos aseguraron que estaban en garantía… –comenta la productora.
–No, no es eso… –la ayudante empieza a buscar con la mirada, hacia arriba…, hacia nuestra pantalla– Parece que se nos ha colado otro de esos turistas del pasado, con tecnología obsoleta: eso ha provocado la distorsión…
Productora, directora y delegado se unen a la ayudante, boquiabiertos, desorbitando unos ojos que buscan muestras de nuestra presencia, acercándose poco a poco a nosotros, como en oscura procesión goyesca, llenando nuestra pantalla… Tan cerca que el vaho de sus alientos empaña nuestra visión…
Pulso “DESCONEXIÓN”. De golpe. Me apresuro a devolver a mi amigo su dispositivo, constatando que eso de la neonormalidad supone no ya la superación de la pandemia, sino su asunción.
Ah, y cambiando de tema: sobre eso otro de la covid-19, me cuenta este amigo que ha estado, también, indagando en la próxima década y que, tras el final del Vigésimo Primer Estado de Alarma, en 2029, los ciudadanos saldrán en avalancha a llenar las salas de cine, y el consumo de películas en casa caerá por los suelos. Cómo serán las películas, esto ya no ha sabido aclarármelo.
Rafael Maluenda
- Las chicharras. Cultos y bronceados (XV) - 30 agosto, 2024
- Los ojos de Juan Mariné - 7 febrero, 2024
- Sorolla, pintor de lo efímero - 10 enero, 2024