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‘La próxima vez que te vea, te mato’, de Paulina Flores
Anagrama, 2025
La joven escritora chilena Paulina Flores, una de las veinticinco mejores narradoras en español menores de 35 años según la revista ‘Granta’ (2021), galardonada con los premios Roberto Bolaño, Círculo de Críticos, el Premio Municipal de Literatura y el Bauer Giovanni por ‘Qué vergüenza’ (Seix Barral, 2016), así como con el Premio LINC por ‘Isla decepción’ (Seix Barral, 2021), debuta en la editorial Anagrama con su última novela, ‘La próxima vez que te vea, te mato’.
Este desgarrador a la par que honesto relato nos ofrece una mirada cruda, cuasi violenta, sobre el amor, la muerte, la migración, la precariedad, la responsabilidad afectiva y los celos, en una Barcelona tan eléctrica como erótica.
La novela comienza con la historia de un suicidio –un suicidio planeado–, al que la protagonista, Javiera, llega tarde. Aspectos aparentemente banales como tomar la decisión de lavarse o no lavarse el pelo, escoger la ropa adecuada o maquillarse los ojos cobran relevancia en una ocasión como esta: acompañar a Laura en su dolor de la mejor manera posible.
Estas acciones rutinarias se entrelazan con un hilo de pensamientos que nos presentan la personalidad de Javiera, quien, si bien se autodefine como “pésima”, “malvada” o “perversa”, es la única en un vagón atestado de gente en socorrer emocionalmente a un hombre que se hallaba precisamente en duelo, aunque no sin aprovechar para robarle la cartera. La dulzura y la inocencia se mezclan con una maldad autoimpuesta y terriblemente torpe, fruto de un desesperado intento por superar la vulnerabilidad inherente al amar.
Javiera migra desde Chile al Raval, en Barcelona, el único lugar en el que logra encontrar una habitación tras ser rechazada, previamente, por ser chilena. La mitología del Raval, su “galería de personajes locos, su mugre e intensidad”, su atmósfera peligrosa, le aportan esa fantasía romántica que la hace sentirlo como un refugio. Esto, sin embargo, “también fue absolutamente realista: el arriendo era barato”.
La joven protagonista nos sumerge en una escena cotidiana de xenofobia y precariedad, no solo en lo relativo al mercado inmobiliario, sino también laboral, en el que su falta de papeles la llevará a tener pequeños trabajos mal pagados. Así, con un tono de optimismo que no se verá estable, Javiera afirma: “Esta vez yo sería esa ave de alas enormes y perfil de vuelo impresionante, no algo arrojado a su suerte en un pañal”.

En el piso del Raval es donde conoce a Manuel, con quien establecerá un vínculo romántico que no será exclusivo. Armonía y Laura, las otras parejas de Manuel, se convertirán en figuras muy presentes en la vida de Javiera, quien tratará de lidiar entre una monogamia aprendida y conscientemente rechazada y un poliamor políticamente deseado, entrando en una serie de contradicciones que terminarán desatando su locura. Y es que los besos de Manuel –en palabras de la protagonista– ya tenían sabor a presagio: “En adelante sería así: tendría que rogar por ellos”.
Las contradicciones emocionales a las que se ve abocada Javiera también se plasman en su percepción del mundo. El primer beso, en un parque, emulaba esa sensación propia del enamoramiento de estar levitando, con los pies suspendidos en el aire, un contraste que resalta la materialidad del cuerpo, que hace su aparición como una caída de golpe a la tierra: la obsesión constante por su físico, por su altura, pero también su primer encuentro con Armonía, pues “hasta el momento había preferido pensar en ella como en un satélite”.
La novela profundiza en cómo se siente Javiera respecto a Manuel, pero también respecto a sus otras parejas, los celos a la par que los cuidados, ternura y dolor, angustia y dulzura.
“Javiera es una militante del amor, pero odia amar en el capitalismo”, señala Paulina Flores en una entrevista para Anagrama junto a Pol Guasch. La autora nos impulsa a pensar en los modelos relacionales y nos ofrece una suerte de mapa sentimental de una generación que buscaba superar el amor romántico y cuestionar con ello la monogamia, aunque para ello debiera hacerse cargo de todas esas heridas que se abren ante la dificultad de escapar de un sistema que trata de aferrarnos con su mejor arma: las emociones.
La tensión existente entre irse y venirse desata una entrega total, pasional hasta el punto en el que amor y muerte se confunden. La intensidad e impulsividad que caracterizan a la protagonista la llevan a un vaivén entre querer morir y querer matar, un punto de ese delirio en el que Javiera parece asomarse tímidamente al realismo mágico y que en ocasiones nos hace preguntarnos qué es lo que está ocurriendo.
Como explica la protagonista: “Me gustaba confundir fantasía con realidad para obtener catarsis poéticas y sublimar la pena”. Una ficción que puede ser peligrosa, como señala Pol Guasch en alusión a la censura que ha sufrido el título de la obra en redes sociales.
Conforme avanza la narración, asistimos progresivamente de forma metódica y aparentemente ordenada en el caos vital de Javiera a la construcción de una asesina, bajo el pretexto de escribir un libro: primero una investigación, luego la creación de un personaje, finalmente… “Su vida es digna no de contarse, sino de vivirse”, explica la autora en la presentación del libro que tuvo lugar en La Central del Raval.
Una vida que si bien aspira a una gran performance de muerte rodeada de un aura de misterio como acto irredimible e imperdonable, acaba por reconocer la banalidad de lo cotidiano que se esconde tras esta, así como tras el amor: “Ver entrar a una mujer al agua no tiene nada de extraño. Es una imagen sin implicancias morales ni misterios sobre la quietud del abismo de la muerte, ni de ningún otro tipo”.
Aferrarse a la vida pasa por dejar de intentar controlar un presente incontrolable; como afirma la autora, hay muchas cosas que Javiera no sabe y está bien no saber. El estilo ágil y fluido de Flores dota a la novela de una delicada atención al íntimo detalle de la vida emocional de la protagonista, que nos lanza a la cara todo aquello que jamás nos atrevimos a pensar, pero que reconocemos en canciones, novelas y poemas.
Música y literatura constituyen la base de este libro atravesado por Violeta Parra, Víctor Jara, Sylvia Plath, Bad Bunny, Maggie Nelson, Anne Carson o Lana del Rey, cuyas referencias se mezclan con la voz de Javiera acompañada de unos puntuales pero certeros golpes de humor.
‘La próxima vez que te vea, te mato’ es un grito a la vida a través de la muerte, un soplo de aire fresco que supera todo intento grandilocuente de trascender, y lo hace con un golpe tan duro como poético, a base de contrapuntos entre tensiones y distensiones que logran revelarnos su lado más vulnerable.