#MAKMAArte
‘El catálogo de arte como narración’
Pepe Gimeno, Premio Nacional de Diseño 2020
XVI Bienal Internacional de Cerámica de Manises
Museo de Cerámica
Sagrari 22, Manises
Miércoles 19 de junio de 2024, a las 19:00
El arquitecto Frank Lloyd Wright aseguró que un experto era “un hombre que ha dejado de pensar: sabe”. Lo dijo, lógicamente, en términos generales, pero que se ajusta como un guante al Premio Nacional de Diseño 2020, Pepe Gimeno.
Cuando hablas con él, efectivamente, notas que ha dejado de pensar, porque es tal el acervo de experiencias acumuladas, a base, sin duda, de pensar cada trabajo que ha ido realizando a lo largo de su rica y dilatada trayectoria profesional, que ahora simplemente las va decantando como quien decanta un buen vino.
En el marco de la XVI Bienal Internacional de Cerámica de Manises, Gimeno impartirá una conferencia que lleva por título ‘El catálogo de arte como narración’. Una narración que, como sucede con su propia labor, le lleva a entender el diseño, en sus dos facetas de funcionalidad y creatividad artística, como un relato donde la profundidad intelectual y la experiencia sensorial se funden.
Pasado el tiempo, Pepe Gimeno ha logrado que su pensamiento, más que un cúmulo de conocimientos adquiridos, se haya transformado en un suave fluido por decantación de un saber que se manifiesta por sí solo, habiendo cortado amarras con la más confusa y ruidosa información. Y así, como un solícito navegante solitario, va desgranando algunos comentarios acerca de la narración atribuida al catálogo de arte.
‘El catálogo de arte como narración’, tal es el título de la conferencia que vas a impartir en el marco de la XVI Bienal Internacional de Cerámica de Manises. ¿A qué narración te refieres?
El trabajo gráfico yo siempre lo he dividido en dos apartados: el de síntesis y el analítico sobre narrativa. Los trabajos de síntesis son las marcas, la labor conceptual o formal de un cartel, en cambio, cuando uno se pone delante de un catálogo, de un libro o de una exposición, lo que se impone es un lenguaje narrativo, porque lo que estás contando es una historia. Lo editorial en general siempre está dentro de un lenguaje narrativo: no has de resumir o apretar, sino desgranar y mostrar en todas sus facetas todo el contenido.
¿Las instituciones valoran suficientemente el catálogo o crees que lo reducen a simples inventarios de una exposición? ¿Ha cambiado esta percepción en los últimos tiempos? ¿El catálogo se ha dignificado?
Para mí, el catálogo siempre añade una información que la exposición no te da. Es decir, la exposición tiene una duración determinada de visita, porque, más tiempo, cansa y no aguantas. Una exposición te sirve para tener contacto con la obra y una aproximación de la misma, quizás más sensorial, mientras que el acercamiento más intelectual siempre está en el catálogo, que te permite profundizar en las obras, dado que al visitarla no tienes tanto tiempo. No puedes estar más de una hora en una exposición y el complemento a esa duración limitada es el catálogo.
Entonces, ¿la exposición es más presencial, más de presente, y el catálogo más de futuro?
La exposición es más sensorial, por la relación más directa que tiene el espectador con la obra, y eso el catálogo, por muy bien impreso que esté, no lo tiene. La emoción que te produce la exposición no se puede reproducir en un catálogo, el cual es más la memoria de lo expuesto y su conceptualización.
¿Qué ha de tener un catálogo para trascender a la propia exposición, hasta el punto de poder convertirse en un objeto de culto?
Ese nivel de culto al que te refieres se puede lograr de distintas maneras. Se puede alcanzar porque gráficamente esté francamente bien resuelto y, otras veces, por su contenido, ya que vas a encontrar en el catálogo algo que difícilmente vas a encontrar en otro sitio. Pero, de cualquier forma, el catálogo debe ser muy agradable, muy ameno, muy variado.
De hecho, el catálogo se asienta en varios pilares: la narración, cómo cuentas la historia; después, en cómo gráficamente está resuelto -su tipografía, cómo están ordenados los espacios, sus silencios, cómo están tratadas las fotografías-, y, por último, digámoslo así, la sorpresa, es decir, que según vayas pasando las páginas te encuentres con algo que te sorprenda, porque un catálogo no debe ser monótono, sino coherente, de manera que, dentro de esa coherencia, haya elementos que te enganchen. También hay que añadir el hecho de que el catálogo sea sugerente, que es lo más difícil; esto es, que, según esté contado, te transporte a algún lugar diferente.
Contenido, diseño, impresión… ¿Qué es lo que más se cuida y qué es lo que más se descuida a la hora de hacer un catálogo?
Hay catálogos de todo tipo, tampoco se puede generalizar. Hay catálogos que están muy cuidados, con buena fotografía, buena impresión, pero que para mí pueden llegar a ser muy monótonos, demasiado máquinas, con un modelo de página que se repite en todo el catálogo, lo cual tiene la ventaja de que abarata el coste, pero que te invita poco a seguir abriendo páginas.
En cambio, hay otros, que a mí más me gustan, en los que el texto y la imagen están coordinados. Porque, en muchas ocasiones, lo que sucede es que los textos y las imágenes van cada una por su lado, como si fueran dos cosas reñidas. Incluso te encuentras con páginas enteras muy sesudas. De hecho, últimamente hay textos que no los entienden ni quienes los escriben y donde se hace referencias a otros de otros y de otros para demostrar lo que saben.
¿Los catálogos virtuales son el futuro o ya el presente? Con las nuevas tecnologías, de hecho, se está consiguiendo tal grado de definición de la imagen que su contemplación virtual o en el interior de un catálogo puede, no sé si llegar a sustituir el valor presencial, pero sí a minimizarlo.
Alcanzar ese grado de nitidez de la imagen resulta muy caro. El Museo del Prado lo puede hacer con sus obras, porque son clásicas y las van a poder utilizar durante tiempo, pero en una galería eso no se podrá hacer, salvo que hagan una inversión muy importante. Cuando eso se logre abaratar, sin duda cambiará el panorama. Lo que pasa es que sucede lo mismo con la prensa escrita y la prensa digital. Hay gente que prefiere seguir comprando los periódicos en papel, y otra gente que lo que quiere es una información inmediata con cuatro flashes y ya está. Son dos cosas diferentes.
El catálogo, a mi juicio, no va a desaparecer, se va a transformar, a reducir; a lo mejor no se hacen las tiradas que se hacían antes, pero va a continuar, porque el libro tiene su magia. El e-book parecía que iba a arrasar y, sin embargo, las librerías siguen vendiendo. Para mí, una cosa no inhabilita a la otra, porque lo nuevo no sustituye cien por cien a lo sustituido; ofrece unas ventajas, pero deja unas ausencias, de manera que la gente a veces busca en el sistema antiguo esas ausencias que deja la tecnología.
¿Encontraremos en el futuro catálogos de exposiciones nunca ejecutadas?
No serán, entonces, realmente catálogos, sino una obra. La obra será el libro. En ese caso, si la obra no está hecha, la exposición será el propio libro, cambiando el catálogo de categoría. Eso, la verdad, es muy interesante. De hecho, ahora, muchas veces es mejor la versión libro que la versión presencial.
¿La cerámica sigue siendo todavía una disciplina artística que alcanza el estatus del resto de disciplinas plásticas?
En España, es cierto, tiene dificultades para entrar en el mismo terreno que ocupan las otras disciplinas. De hecho, ahí tienes a Enric Mestre, que lleva muchísimos años trabajando y realizando una obra de auténtica calidad artística y, sin embargo, continúa teniendo serias dificultades. Su valoración es menor de la que tiene en el extranjero. Es una muestra de la falta de interés que hay por la cerámica.
En este sentido, ¿crees que la Bienal Internacional de Cerámica de Manises juega un importante papel en la promoción y visibilidad de los artistas cerámicos?
Yo creo que sí. Es un concurso al que, incluso, se le debería dar más aire, más viento del que tiene.
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