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‘Pepe Sanleón. Retrospectiva 1990-2021’
Comisariado: Fernando Castro Flórez
Fundación Bancaja
Plaza Tetuán, 23. València
Del 18 de febrero al 5 de junio de 2022
Pepe Sanleón, en cuyo estudio se da “como un campo de batalla mundial”, según resaltó el comisario Fernando Castro Flórez, diríase que sale de ese combate a brazo partido con su propia obra, sumergido en el silencio que reina tras la tempestad. Por eso resulta improductivo preguntarle, en semejante estado, por lo que aflora en su vasta producción reunida en la Fundación Bancaja, en la que es la mayor retrospectiva de su trabajo hasta la fecha.
Tal vez, pasadas incluso las horas, tampoco sepa explicar lo que late en el fondo de unas obras caracterizadas por la combustión de quien las ha engendrado. Combustión tan pronto sintetizada en la trama de sus trabajos más geométricos, como en la más desgarrada pintura donde lo familiar y lo diabólico parecen darse la mano. Y es que Pepe Sanleón conjuga el laconismo y la pasión, igual que un místico se arrebata en el silencio de su celda.
“El que solo busca la salida no entiende el laberinto y, aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido”, decía el poeta José Bergamín. El laberinto de Sanleón, que protagoniza una de las siete series que integran su exposición retrospectiva, está ahí dispuesto, nada más entrar en la muestra, precisamente para eso: para que dejemos de buscar una salida, que es tanto como decir una explicación a su obra, y nos dejemos llevar por los vericuetos que, sin duda, apuntan a cierta calavera central como símbolo revelador del desgarro con el que el artista afronta cada trabajo.
“Cuando siento algo que me emociona, entro en fase para ver qué me sucede”, apunta Sanleón, con respecto al por qué Manhattan (New York) le cautivó, haciéndose eco de ello en otra de las series, asociada esa pasión con las catedrales, a las que se alude en los apartados ‘Domus Dei’ o ‘Seu’. Pasión que, lejos de provocarle un torrente de palabras con las que ceñir esa emoción incontenible, le impulsa a mantener esa batalla campal en el refugio místico y arrebolado de su estudio.
De ahí nace, consagrándose a su pasión, la espiritualidad contenida de diversas formas en su trabajo. “¿Espiritualidad? Pues no te sabría decir, porque es una palabra que tiene muchos significados”, señala quien prefiere transmitir esa hondura reflejada en la superficie de sus cuadros. Sanleón diríase que se halla de cuerpo presente, cuando toca abrir la caja de los truenos contenidos en la exposición, mientras su cerebro ya zascandilea por los pasillos de su propio laberinto mental.
Cuando el deseo no está ligado a la fisiología, sino a la razón, la pasión se vuelve infinita, que diría Tomás de Aquino. Es la pasión que moviliza Sanleón en cada una de sus obras, ya sea en las mencionadas series o en las restantes dedicadas a la ‘Imagen compuesta’, los ‘Paisajes’ o ‘Devesa’. También figura, a modo de prólogo, ‘El esclavo’, la pieza escultórica que dio pie a una fuerte polémica en el año 2000, que acabó con la destrucción de la obra por parte del propio artista. “Fue un follón enorme que tuvo alcance nacional e internacional”, señala Sanleón.
“Después de la polémica de ‘El esclavo’ hice esta serie de dibujos -aquí hay 39, de las 120 piezas que realicé-, tras una obra sobre el juicio final que expuse en Florencia, en el que puse el cielo, el purgatorio y el infierno. En el infierno ponía a todos los que me habían jodido; en el purgatorio, los que estaban indefinidos, y después, en el cielo, estaban mis amigos, mi familia y los que me habían apoyado”, comenta junto a la pieza ‘Imagen compuesta’.
“El laberinto es la astucia que se libera del poder”, señaló Castro Flórez, para después precisar que Sanleón de lo que se liberaba era “de las servidumbres académicas y del estilo”, al igual que de “la rutina”. El poder de Sanleón reside en su pasión: “No me gusta encasillarme en nada”. Una pasión que, dejándose llevar por los repiques de campanas de sus catedrales, produce cierta reverberación espiritual en su trabajo.
De ahí que, consagrado a su trabajo, en el sentido de ir más allá de lo estrictamente conocido, homogéneo y estable, el artista de Catarroja se ponga a la escucha de cierta voz interior que, extraña, le conduce por los laberintos, templos sagrados y paisajes del alma. Conociendo a Sanleón, esta espiritualidad y esta alma carecen de metafísica alguna, porque es artista aferrado a la tierra. Y, sin embargo, esa tierra que él pisa, para traducirla luego al lenguaje plástico, sí posee el carácter telúrico de la materia con la que se hacen los sueños e incluso las pesadillas.
‘Pepe Sanleón. Retrospectiva 1990-2021’ es una exposición preñada de pinturas, esculturas, fotografías y collages, utilizando materiales como el óleo, el hierro, el aluminio, la lona, la madera e incluso el ladrillo con el que ha sido construido el laberinto que recibe al visitante. Laberinto en cuyo centro se halla la calavera, símbolo de la muerte, pero también, como subrayó Castro Flórez, de aquello que aborda “el problema de la identidad y del narcisismo”.
De esto último, de narcisismo, está Sanleón curado de espanto, aprovechando la creación artística para interrogarse por las potencialidades del ser, allí donde este pierde sus asideros cuando se halla arrebatado. Por eso el artista se halla siempre en algún lugar de ese laberinto, perdido a fuerza de preguntarse por los misterios que le llevan a ese desconcierto inaugural de toda búsqueda. Que la muerte sea el destino final no hace más que subrayar la pasión con la que Pepe Sanleón encara su trabajo. Un trabajo henchido de energía y goce.
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