#MAKMAAudiovisual
Entrevista con Pepe Viyuela
‘García y García’, de Ana Murugarren
Con Pepe Viyuela, José Mota, Eva Ugarte, Carlos Areces y Martita de Graná, entre otros
98′, comedia | BlogMedia y Clarq Films. España, 2021
Estreno: viernes 27 de agosto de 2021
Las haciendas lúdicas del verano se antojan territorios propicios para todo tipo de ligeras licencias con las que perfumar las tórridas caídas del crepúsculo. Entre ellas, podríamos incluir algunas conversaciones frugales –al calor del reencuentro estival con aquellos con los que, otrora, coincidimos en las viejas noches populares, entre orquestas y gin-tonics–, ciertos excesos gastronómicos (que acusar, luego, sobre el reflujo manchego de nuestras vacaciones) y, por supuesto, viajar al pueblo vecino –ese que atesora una sala de cine en la que refrigerar el torso y despejarse de tanta lectura heterodoxa y de tanto documental de la Europa Oriental que, injerente, le trastoca a uno las siestas del estío–.
Por ello, el verano le da la bienvenida a un filme como ‘García y García’, una comedia sin mayor (y necesaria) pretensión que la de solazar las inquietudes que dejamos aherrojadas en las cancillas de la canícula, como aquellos que se desentendían del jumento a la puerta del baile. Pero, ¡almay!, nótese que de entre el reparto descolla la aguda figura de un tipo lúcido y de verbo académico, que supo popularizar el absurdo con más tino que los catecúmenos patafísicos de Alfred Jarry. Hablamos de (conversamos con) Pepe Viyuela.
Entre sosias y enantiodromías
El actor, payaso y poeta lucroniense –que a partir del 1 de septiembre recala, además, uniformado de ‘Tartufo‘ sobre las tablas del Teatro Reina Victoria de Madrid, tras la dilatada (e interrumpida) gira de ‘Esperando a Godot’– comparte andanzas en ‘García y García’ con un mesurado José Mota, edificando un argumento de enredos alumbrados al calor de un sosias que, tras Plauto, ha evolucionado desde el tópico literario al celuloide, invitando a la confusión entre individuos y cuyas similitudes descansan aquí sobre la homonimia de sus personajes que, por supuesto, atesoran orígenes y horizontes profesionales antagónicos.
Un juego de opuestos y enantiodromías que sigue alimentando el devenir de numerosas ficciones, porque «desde los clásicos –apunta Viyuela– no hemos parado de darle vueltas al centro. El ser humano ha cambiado mucho en todo lo que tiene que ver con lo tecnológico, con lo externo de su caparazón, pero respecto de lo que tiene que ver con la esencia de las emociones, de los sentimientos, no hemos cambiado tanto. Por eso creo que los clásicos grecolatinos o del barroco siguen vigentes, porque si uno le quita el vestuario de época a una función estamos hablando de las mismas cosas, de las mismas pulsiones».
Idénticos estímulos que le han permitido edificar a su Javier García con «la gestualidad de siempre, pequeñas pinceladas, momentos muy físicos y de humor visual», tal y como le hubo exhortado a ello Ana Murugarren, quien rubrica su sexto largometraje tras pasear la mirada por otras latitudes de la comedia.
La gestualidad del silencio
Visajes reconocibles con los que Pepe Viyuela ha uniformado su mapa de predilecciones. «Todo lo que tiene que ver con la gestualidad en el humor me gusta y, aparte, es en lo que me he ido especializando con el paso de los años. Tengo devoción por los actores del cine mudo y clásico, como Ben Turpin o Jacques Tati. Mi gran sueño sería hacer una comedia visual en la que no tuviera que utilizar apenas la palabra, o que no existiera en ningún momento su utilización».
Ademanes silentes para configurar una sustantividad cómica (“Los actores hacen parecidos. Los payasos, realidades”, aseveraba el ínclito payaso circense francés François Fratellini) que bebe del hontanar de lo clownesco, porque «la presencia del payaso está siempre. Cuando empecé a dedicarme a la interpretación no era una meta para mí, sino que la fui encontrando con el tiempo y casi sin querer y, en este momento de mi vida, la considero un elemento importante para la formación del actor».
Un proceso de aprendizaje durante el que Viyuela, alejado de pontificaciones y premisas, exhorta a experimentar con el clown para «caricaturizarlo y grotesquizarlo», en tanto que «el payaso no deja de ser un personaje como lo son aquellos que interpretamos en teatro y cine, vinculado directamente con nuestra propia psicología como seres humanos, cosa que no sucede con la mayor parte de los personajes que encarnamos y que han sido escrito por otros». En definitiva, «el payaso que interpretamos somos nosotros mismos, y nos permite un vuelo y una mirada interior distinta, divertida y enriquecedora».
La soledad del clown
Un grado de fértil introspección ineludiblemente emparentado con lo que el maestro payaso y teórico del arte chileno Andrés del Bosque define como “la soledad del clown” –un solitario en busca de solidaridad que no puede vivir si no es en relación con su público–. Por ello, prosigue Viyuela, «necesitamos del otro; y el payaso, dentro de esa necesidad del público para existir, aporta ese espejo de lo humano (quizá un poco deformado), de la ternura, de la vulnerabilidad, de nuestra constante tendencia a la equivocación, al error. El payaso habla de muchas cosas: de cómo somos, de cómo hacemos para seguir adelante y sobrevivir en medio de esa enorme capacidad para fracasar que tenemos».
Una perspectiva etopéyica sobre el comportamiento humano a partir de la que reflexionar y con la que germinar la acción interpretativa. «Tal vez no es casual ni aleatorio que me gustara la filosofía y, al mismo tiempo, la interpretación y, por ende, el mundo del payaso [no en vano, Pepe Viyuela es licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y titulado en Arte Dramático por la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid]. Encontré que el payaso me aportaba una visión del mundo, de la realidad y de las relaciones que no había explorado fertilmente más que a través de él».
Un no-lugar de perdedores y colonus
Y este proceso de apertura al orbe cotidiano a través de su mirada nos imbrica, ineludiblemente, con la semántica etimológica del clown (un colonus procedente del campo que confronta su conocimiento con el inextricable lenguaje de todas las ciudades), porque «el payaso necesita estar permanentemente conectado con lo más terrenal, y dentro del paisaje humano, lo más terrenal es el campesino». Un paradigma del campesinado que en la urbe contemporánea encontramos en «la gente de a pie, que utiliza el transporte público, que no llega a fin de mes, que tiene una vida complicada, no resuelta, y que tiene que resolver, día a día, múltiples e interminables dificultades».
En consecuencia, «es mucho mas fácil que el payaso busque material de investigación en los perdedores. Y los perdedores no son los Bill Gates, ni los empresarios, ni las grandes fortunas, sino más bien son la gente que pierde por sistema, las víctimas de la sociedad».
Damnificados que habitan en la abstracción del anonimato, como los espacios de la sobremodernidad acuñados por Augé, frente a la razón universal de los “lugares antropológicos”. «El mundo de los payasos tiene mucho que ver con ese no-lugar que habitan los inmigrantes, por ejemplo, esa población flotante internacional que sobrepasa los setenta millones y que están desposeídos de todo, que son los grandes perdedores, víctimas, criminalizados, a los que se persigue por sistema porque no son bienvenidos en ningún sitio. En ese sentido, mi payaso se nutre de ese lugar de los que no tienen nada».
Un viaje hacia nosotros
Un alimento que transita, igualmente, por los rizomas del abolengo, uliginoso territorio de la memoria familiar de Pepe Viyuela con morfología de radiografía cinematográfica: ‘Un viaje hacia nosotros’, en compañía de Luis Cintora (documentalista e investigador en temas de derechos humanos, conflicto y memoria), «en el que hacemos una travesía en el tiempo con distintos refugiados muy concretos… El primero, mi abuelo [Gervasio], a quien nada le hacía imaginar, cuando nació en Madrid a principios del siglo XX, que acabaría siendo un refugiado por motivos de la Guerra Civil».
Un largometraje documental –exhibido en el Festival de Málaga y que aguarda su distribución en salas– que peregrina de las ruinas de la Batalla de Belchite a los vestigios franceses del campo de refugiados de Gurs –próximo al extremo norte de los Pirineos Atlánticos de Nueva Aquitania–, que hubo de albergar a miles de combatientes de la España republicana.
«Ese devenir de los acontecimientos que le llevó a él a ser refugiado se reproduce constantemente. Ayer nos tocaba a los españoles, pero hoy les toca a los saharauis, sirios, afganos. Hay poblaciones en un estado permanente de trashumancia o que han perdido su tierra y, en su momento, no pensaban que aquello pudiera llegar a ocurrirles».
Así que «cualquiera puede ser un refugiado. La situación de aquellos españoles del 39 no ha cambiado si comparas la fotografías de entonces con las actuales».
- Afef Ben Mahmoud y Khalil Benkirane: “Con ‘Backstage’ queremos hacer justicia a la danza y celebrar el movimiento” - 29 octubre, 2024
- Elsa Moreno, cuando el talento poético ¿puede ser catódico? - 20 octubre, 2024
- Sótano de excelsos: Emilio Sanz de Soto y la navaja-crucifijo de un diletante tangerino - 6 octubre, 2024