En torno a Rafael Pérez Contel
Un artista que no imite sino que sea creador se expresa a sí mismo; sus obras no son imágenes reflejadas de la naturaleza, sino nuevas realidades no menos significativas que las realidades de la naturaleza misma. La representación de lo que acontece diariamente mediante esas imágenes reflejadas que hemos mencionado queda reservada para aquellos que no poseen la facultad de crear algo nuevo y sucumben al fenómeno en sí. (Malevich, 2007: 26)
A través de estas palabras del pintor Kazimir Malévich intento acercarme a la obra de Rafael Pérez Contel, un creador íntimamente comprometido con el arte, la educación, el pensamiento, la cultura y la democracia. Un defensor de los derechos civiles que dotado de una personalidad multifacética renovó el panorama artístico y educativo en España por casi tres décadas. Persona incansable, curiosa, observadora e inquieta, con un perfil de «trescientos sesenta grados» fue escultor, cartelista, grabador, editor, profesor de instituto, coleccionista, investigador, etc. cuyo trabajo le ha situado entre los intelectuales de su época. Un hombre que amaba su tierra, sus tradiciones y su cultura representando lo que acontece diariamente -como nos recuerda Malévich- de diversas maneras, sin sucumbir a la realidad, como veremos en este artículo que forma parte de una investigación de tesis doctoral por la Universidad de Valencia.
Rafael Pérez Contel (1909-1990) nació un 24 de octubre de 1909 en el pueblo de Villar del Arzobispo (Valencia) municipio de la comarca de los Serranos cuyos habitantes hablaban el castellano con una importante variedad de valencianismos. Fue el segundo hijo de una familia de origen humilde, fue su abuelo materno, Marcos Contel Aparicio, herrero del pueblo, quien descubrió las habilidades artísticas del niño. Su madre le enseñó a leer y a reconocer los números. Su primer maestro fue Demetrio Gil de Boix quien lo alentó a que ingresara en la escuela antes de tiempo. Sus progresos fueron tan prematuros que sin haber cumplido la edad reglamentaria lo matriculó en la escuela pública. Cuando su padre se quedó sin trabajo en la mina, una importante cantera en Villar del Arzobispo, se mudaron a Valencia al considerar que en la ciudad habría más posibilidades para la familia.
En 1928, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, un antiguo convento ubicado en la Calle del Museo, sede del actual complejo cultural «Centre del Carme» de la ciudad de Valencia. En esta escuela conoció a los artistas con quien renovó el paisaje artístico valenciano de los años treinta. A los pocos meses de ingresar a la Escuela San Carlos, se empleó como aprendiz en el taller de imaginería del escultor Vicente Gerique que, a la sazón, gozaba de gran prestigio en los círculos artísticos y artesanos valencianos. Rafael Pérez Contel relata aquel momento de su vida y la situación de cómo se encontraba la Academia de Bellas Artes de San Carlos en aquel momento (actual Facultad de Bellas Artes de San Carlos de la UPV).
De la escuela de la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia salieron los adalides de la renovación artística. Cuando ingresé en la Escuela, el año 1928, con grandes sacrificios por mis padres, ya había estudiado varios cursos de Bachillerato, que interrumpí para dedicarme a estudiar arte. Cuando accedí a las clases de San Carlos hacía dos años que habían terminado sus estudios Renau, Carreño, M. Ballester, A. Ballester y Badía; pero, por la circunstancia de ser profesor de escultura Antonio Ballester Aparicio, padre de Manola y Antonio, por su mediación conocí a todos ellos en el domicilio-estudio de la calle del Salvador de Valencia. Unidos por sus afines ideas y concepción artística, entré de rondón en el grupo coincidiendo con mi primer año de estudiante de arte.
Fue el primer valenciano -junto a Francisco Carreño y Antonio Ballester- que en el año 1933 ganó su plaza docente en el primer cursillo convocado por el entonces Ministerio de Instrucción Pública realizado en Madrid y con el fin de seleccionar al profesorado de Enseñanza Media, actividad que hasta entonces habían impartido en exclusividad las órdenes religiosas.
En el año 1933 le fue concedido por oposición una pensión de escultura para España y el extranjero de la Diputación de Valencia, siendo también becario del gobierno francés. Como Catedrático de Dibujo amplió sus estudios en el extranjero durante los años 1935-36, residiendo temporalmente en Francia, Bélgica, Holanda, Italia y Portugal, conociendo a los artistas y museos más importantes de aquellos países.
Entre los años 1934 a 1937 participó las «Misiones Pedagógicas» un programa educativo que el gobierno republicano había organizado para acercar el conocimiento a la sociedad en general. Estas jornadas consistían en recorrer los pueblos enseñando el arte clásico por todos los rincones de la península bajo la forma de museo, teatros ambulantes, pequeña bibliotecas, equipos fotográficos y radiofónicos portátiles. Una interesante iniciativa donde el público accedía a la cultura y el arte participando de actividades lúdicas, culturales y artísticas, donde la gente de los pueblos disfrutaba de estas actividades.
En el período de gobierno de la Segunda República Española, tuvieron especial importancia las experiencias docentes de la Institución libre de enseñanza y las del Instituto de nivel medio, considerado como centro piloto experimental de la Institución o Instituto Escuela. La República auspiciaba todos los planes progresistas en el campo de la pedagogía. Se designaron centros experimentales para analizar las ventajas o desventajas de los sistemas educativos que, por la monstrenquez y estulticia reaccionaria (como tradicionalmente ha venido sucediendo en nuestro país), se borraron del mapa las renovaciones volviendo al calzapié enseñante, dejando en olvido los renovadores planes en los que la máxima aspiración era sustituir el concepto de asignatura por el de actividad, con lo que, además de comunicar un contenido cultural, se cooperaba activamente al desarrollo de la personalidad. (Contel, 1986: 42)
Durante esa época expuso repetidas veces en distintas muestras colectivas junto a los artistas de vanguardia del momento, uno de los sitios donde exponían estos artistas era la «Sala Blava» de Valencia moviéndose en torno a los círculos de artistas revolucionarios valencianos. Durante la Guerra Civil por su condición de funcionario, como Profesor de Dibujo, fue reclamado por el Director General de Bellas Artes José Renau, para atender a los artistas plásticos de la Casa de la Cultura para que no les faltase material, ni otras cosas necesarias para expresar su obra personal y también encargarse de la maquetación tipográfica de la revista «Nueva Cultura».
Cuando gocé de verdad y se me despertó un tremendo amor hacia la cultura popular, fue al participar en las Misiones Pedagógicas. Gárcía Lorca llevaba su teatro a los pueblos, y nosotros ofrecíamos sesiones de cine, conferencias, recitales. Durante dos años recorrí pueblos y aldeas de la más insólita España; y apenas tenía un rato me iba a charlar con los más viejos para que me contaran tradiciones, costumbres, leyendas… Así fui recopilando datos y más datos; por ejemplo, he comprobado ante un volumen de canciones de boda hispano-judeas que se publicó hace dos años que las mías son más antiguas y completas. La beca de Américo Castro que se me otorgó para esta labor no pude disfrutarla por la guerra… (Contel, 1987: 46)
Una de sus grandes obras que demuestran su trabajo como editor e investigador fue el libro compuesto por dos volúmenes «Artistas en Valencia 1936-1939» escrito en el año 1960, donde documenta la vida y obra de los artistas plásticos. Un valioso trabajo de investigación que documenta a un colectivo comprometido con la defensa de la democracia y la libertad. El libro fue publicado en 1986 por la Generalitat Valenciana interesada por rescatar del olvido su trabajo de investigación. En su prólogo, Ciprià Ciscar i Casaban escribe:
Cuando una guerra asola a un país, el arte deja de ser protagonista y es reemplazado por un mecanismo bélico, material e incluso espiritual, que intenta movilizar a la sociedad civil y deforma la realidad con el fin de crear otra, adecuada al esfuerzo prioritario. La guerra civil española, inicia en la historia contemporánea de los conflictos bélicos unas formas de vida artística que coexisten en la retaguardia y que alcanzan un protagonismo particular. El arte en nuestra guerra civil y en la zona republicana no desaparece ni se limita a ponerse «al servicio del pueblo» sino que alcanza cotas creativas de tal magnitud que muchas de sus creaciones artísticas depasan la anécdota histórica y aportan al legado mundial de la cultura ejemplos imperecederos.
Alejandro Macharowski
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