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Salas permanentes de Ignacio Pinazo y los Benlliure
Museo de Bellas Artes de València (MuBAV)
Sant Pius V, València
7 de julio de 2023
El historiador del arte Georges Didi-Huberman apunta que una exposición “no debe tratar de tomar el poder sobre los espectadores, sino proporcionar recursos que incrementen la potencia del pensamiento”. Pablo González Tornel, director del Museo de Bellas Artes de València, se toma cada exposición como una oportunidad para incidir en su apuesta museográfica de poner en valor y potenciar la reflexión, en su caso centrada en la pintura de artistas como Joaquín Sorolla, Antonio Muñoz Degraín y, ahora, Ignacio Pinazo y los Benlliure.
Artistas de la Edad de Plata del arte valenciano pertenecientes al cambio de siglo entre el XIX y el XX, sobre los que el director de la pinacoteca viene poniendo el foco para arrojar una nueva luz sobre su obra. Tras las inauguraciones de las salas permanentes dedicadas a Muñoz Degraín y Sorolla, ahora le ha tocado el turno a las de Ignacio Pinazo (1849-1916) y los Benlliure, José Benlliure Gil (1855-1937) y José Benlliure Ortiz (1884-1916).
Se trata de un conjunto de 36 obras de la colección del museo -18 por sala-, con las que González Tornel dijo recuperar “la riqueza de una colección que hay que poner a disposición del público”, y de la que aseguró “constituye el orgullo de la institución”. A ese público al que se dirige, el director del Museo de Bellas Artes de València pretende -siguiendo a Didi-Huberman- ofrecerle los recursos que le permitan ampliar el pensamiento acerca de todos ellos.
En las salas de Pinazo y los Benlliure, el espectador se encontrará con obras de estos artistas -muchas no expuestas desde hace décadas y otras mostradas por primera vez-, que una mirada más atenta, ahora que tienen su sala permanente, permitirá la revelación de aspectos no tan evidentes.
“Se considera el precursor de la pintura moderna”, avanzó González Tornel, con respecto a Pinazo, de cuya pintura destacó que era “capaz de congelar el instante, el momento fugaz que luego se descompone”. Y puso como ejemplo la obra ‘A la festa al meu carrer’, del municipio de Godella donde decidió afincarse, a modo de “foto fija que se podría haber realizado hoy en día”, con toda esa “gente que se mueve, pero de las que no podemos ver sus caras”.
Esa misma sensación de abstracción de las figuras y del fondo será luego traído a colación al hablar de ‘Vista de Roma’, de José Benlliure Ortiz, conocido como Peppino, donde las personas del primer plano parecen “cucarachas” (González Tornel dixit) contra el fondo desdibujado, netamente impresionista de la ciudad de Roma, “diferente a lo hecho hasta la fecha por todos los demás”.
“Es imposible no ver cierto tipo de crítica social en su obra”, refiriéndose ahora a ‘Salida de misa mayor’, donde Benlliure Ortiz muestra a una serie de mujeres “cubiertas de negro con mantillas, algo que él no ve con buenos ojos”. Ese costumbrismo “delicado” y que pone su singular “atención en la figura femenina” se vincula con el del propio Benlliure Gil, solo que en este caso aparece caracterizado por una “pintura realista, verista” de paisajes o interiores de iglesia, alejándose “del celebrante para centrarse en el público que se reúne en misa’.
La pintura fantástica de este último, “que recupera el simbolismo de la literatura”, también fue objeto de atención por parte de González Tornel, con ‘La barca de Caronte’ destacando por esa tonalidad oscura que baña la mitología de la que se nutre. Caronte, que, literalmente, significa “brillo intenso”, es el barquero que transporta las almas de los difuntos en su embarcación, subrayando precisamente ese brillo en la figura de una de esas almas en pena que Benllliure retrata con gran vigor expresionista.
Que Ignacio Pinazo haya sido calificado de revolucionario, yendo incluso más allá de la modernidad atribuida por el director del Museo de Bellas Artes, y próximo a las vanguardias, o que José Benlliure Ortiz, por ese fondo impresionista de su ‘Visión de Roma’ puedan llegar a asociarlo -rizando el rizo- con cierto cubismo, no deja de ser una forma de violentar su pintura, según González Tornel.
“La bondad ahora pasa por que el criterio de vanguardista es lo mejor, lo cual me parece forzado. Creo que no hay que empeñarse en verlo todo como si la historia del arte fuera una evolución a mejor”, sentenció, dejando que fuera la obra de Pinazo y los Benlliure la que mostrara su singularidad sin forzosas comparaciones.
Así, explicó que la relación que tuvieron Sorolla y Benlliure Ortiz derivó en una relación “más conceptual que formal”. “Lo que aprendió Peppino de Sorolla es a reflejar la realidad de la manera más honesta posible”, añadió. Honestidad que conlleva, más que revolucionar los contenidos, ajustarse a lo que ellos mismos destilan sin violentarlos. “La renovación de la museografía de los siglos XIX y XX en el Museo de Bellas Artes es una de las prioridades del año 2023”, resaltó González Tornel.
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