MAKMA ISSUE #01
Opinión | Marisa Giménez Soler (comisaria de arte y directora del Museo del Ruso de Alarcón, Cuenca)
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2018
A mediados de los años 90, con veintitantos años, me lancé junto a Lupe Frígols a la aventura de abrir La Esfera Azul, un espacio artístico con el que soñábamos desde hacía tiempo. Nos habíamos conocido trabajando en dos renombradas galerías de arte contemporáneo ubicadas en la misma calle de la ciudad, casi pared con pared, y muchos días, tomando un café antes de abrir, divagábamos sobre la idea de poner en marcha un proyecto que interrelacionara varias disciplinas y en el que conceptos como frialdad, rigidez y esnobismo -que asociábamos entonces con las galerías de arte convencionales-, se alejasen para dar paso a otros relacionados con cercanía, flexibilidad o fusión.
Nuestras charlas sobre el tema a veces se iluminaban con ráfagas lejanas que remitían a la mítica The Factory de Warhol, a un centro experimental abierto en el norte de Europa o más cerca de nosotras, a Cruce: una iniciativa impulsada en Madrid por artistas que conocíamos. En ese momento creíamos que en la ciudad faltaban lugares que rompiesen códigos establecidos, acercasen y mezclasen artistas de distintas áreas artísticas, profesionales y público, abriendo las puertas, a su vez, a creadores emergentes.
Dice el profesor Theodore Levitt que en este mundo “lo que escasean son las personas que tienen los conocimientos prácticos, la energía, la osadía y la perseverancia de poner las ideas en práctica”, y estoy totalmente de acuerdo, pero también creo que para emprender proyectos como el nuestro había que añadir a la lista unos gramos de locura. Sí, nos atrevimos; con la inconsciencia que da la juventud y con una ilusión a prueba de bomba. Nos embarcamos en créditos bancarios, planes financieros (que avisaban ya de que los beneficios no salían por ninguna parte) y cuando descubrimos en el barrio de Velluters un antiguo cabaré de los años cincuenta (que nos cautivó), de 430m2, comenzó nuestra andadura.
La Esfera orbitó en distintos espacios durante más de quince años, se hicieron muchísimas cosas. Aun hoy sigo sorprendiéndome con la cantidad de artistas que pasaron por allí, dejando constancia de su talento, y es bonito comprobar cómo algunos de estos nombres forman actualmente parte de colecciones y exposiciones de importantes instituciones y museos.
Un día La Esfera Azul cerró y pasó al rincón de la memoria. Si en su momento el modelo de gestión, de autofinanciación, fue pionero y llamó la atención por lo transgresor que era su funcionamiento –al aunar en un mismo espacio galería de arte, sala de conferencias y talleres, laboratorio de fotografía, locales de ensayo para música, teatro, danza, barra de bar, etc.– hoy, centros culturales públicos proliferan por toda la Comunidad repitiendo esquemas similares.
Ha cambiado radicalmente en las últimas décadas la escena cultural, se han construido infinidad de edificios museísticos…, el proceso de democratización cultural avanza a pasos agigantados. La era digital en la que vivimos ha trastocado los modos de ver, de relacionarse, de vivir. Todo parece estar al alcance de la mano, el “aquí y ahora” manda y la globalización difumina identidades. La Valencia de los noventa se asemeja poco a la actual, pero hay un colectivo que si en algún momento de esta vorágine creímos superado, hoy se reafirma y sigue reivindicándose determinante y necesario. Me refiero a los galeristas, la mayoría mujeres, que desde hace muchísimo tiempo arriesgan, apostando por el trabajo de artistas contemporáneos. Conscientes de los pocos coleccionistas que frecuentan las salas, del escaso público –aunque el número crece día a día–, dedican su tiempo, esfuerzo y finanzas propias a difundir la obra de creadores nacionales e internacionales y van forjando, paso a paso, sin estruendos ni artificios, la alta cultura de nuestra ciudad.
Para Alfred H. Barr Jr., historiador y primer director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, las características que habían hecho de Peggy Guggenheim una de las más influyentes galeristas del siglo XX eran: “Valentía e intuición, generosidad y humildad, dinero y tiempo, un gran sentido del significado histórico, así como de la calidad estética”.
Quizás, siguiendo la estela que dejan referentes de la talla de ‘la Dogaresa’, tan decisivos en la historia del arte, se siguen inaugurando hoy nuevas galerías impulsadas por personas que han elegido vivir cerca del arte y de los creadores de su tiempo, conociendo de antemano que la incertidumbre económica rondará cerca. Conjugando premisas tradicionales y tecnologías de última generación, ejercen un papel que, muchas veces, no es entendido ni justamente valorado.
Me sigue asombrando ver cómo eventos, encuentros o festivales, algunos de ellos sin ninguna continuidad en el tiempo, son apoyados y publicitados masivamente por ayuntamientos y otros organismos oficiales y, sin embargo, los galeristas, que trabajan durante todo el año, encuentran en ocasiones un nulo respaldo para acudir a ferias, congresos, organizar actividades… cuando su presencia en foros estatales o internacionales no solo les engrandece a ellos, sino también a su ciudad. Es llamativo constatar también cómo desde los estamentos se ha olvidado, o no se ha agradecido lo suficiente, a los galeristas que abrieron caminos y trajeron la modernidad a Valencia, que desde los años sesenta y durante épocas posteriores la situaron en el mapa del mejor arte contemporáneo.
En este momento tenemos más museos, más salas de exposiciones que nunca. El hecho de inaugurar muchos centros y grandes proyectos cada legislatura, para que cada político deje su impronta, aporta poco a la cultura de una ciudad. Lo que pervive y hace grande una idea… un espacio cultural es la continuidad en el tiempo y el prestigio ganado a base de programaciones brillantes temporada a temporada y con un funcionamiento ejemplar de los equipos que los dirigen y coordinan.
Marisa Giménez Soler
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