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‘Priscilla’, de Sofia Coppola
Con Cailee Spaeny, Jacob Elordi, Emily Mitchell, Ari Cohen, R. Austin Ball, Kamilla Kowai y Deanna Jarvis, entre otros
American Zoetrope, Stage 6 Films, The Apartment
USA, 2023, 112 min.
“¿Cómo quieres que te quiera, si no te tengo aquí?”. Los bellos sollozos de Rosario Flores ante la soledad bien pudieran servir como base del universo de Sofia Coppola: ‘Las vírgenes suicidas’, ‘Lost in Translation’ o ‘Marie Antoinette’. O, dicho de otra manera: mujeres abandonadas, incomprendidas, perdidas.
Un arquetipo cinematográfico bien definido donde la directora ha demostrado desenvolverse con frescura y sensibilidad a lo largo de su carrera. Una fuerte personalidad que le ha servido para arrancarse la complicada etiqueta de ser la hija de. Pero en ‘Priscilla’, su nueva obra, esa identidad desaparece y no suena ningún run run.
La Historia se reescribe una y otra vez de manera constante. Volver al pasado y contextualizarlo con la mirada del presente permite al ser humano no cambiar los hechos, pero sí llamarlos por su nombre. Sofia Coppola posee la oportunidad o el valor de, por primera vez en los anales del cine, señalar los recovecos tenebrosos del rey del rock.
La propia Priscilla -en cuyo libro autobiográfico ‘Elvis and Me’se basa el largometraje- acompaña a Coppola como productora ejecutiva. Nos hallamos a priori ante una obra dispuesta a enfocar un ángulo oscuro -que no desconocido- de la vida de Elvis Presley.
Maltrato físico y psicológico, pederastia, drogadicción. Ante una tesitura como esta, la directora podría actuar precipitada como el coyote de la Warner y caer en melodramas y lánguidos dramatismos marca ACME. No obstante, se mantiene fuerte y de forma inteligente direcciona este drama íntimo desde una distancia casi fría.
Intenta actuar como una mera árbitra y dejar que los trágicos hechos hablen por sí mismos. Pero el lenguaje utilizado, pese a contar con escasos destellos de la mejor Coppola, se estira de forma plana y la amargura buscada se transforma en un elemento inapetente.
Encauza sus créditos iniciales con un montaje delicioso y serpenteante marca de la casa SP. Planos detalles cuidadosos repletos de colores pastel escoltados de la siempre acertada banda sonora que incorpora a sus filmes. Después, Sofia Coppola desaparece. Su identidad y su estilo parecen ocultarse por temor a lo que está contando.
El respeto y la consideración -siempre acertado tenerlos en cuenta- ganan la partida y conlleva a que la película se transforme en un navío a control remoto. No se accidenta contra la costa rocosa, pero navega con demasiada cautela, lo que provoca que sus tripulantes se adormezcan en cubierta.
Se podría identificar cualquier frame de la filmografía de Sofia Coppola como suyo propio gracias al temperamento que poseen sus obras. Sin embargo, si se disecciona ‘Priscilla’ en un momento aleatorio jamás se encontraría ninguna firma autoral. La directora abandona su largometraje.
Podría tratarse de un drama de sobremesa en Antena 3 o de un video ensayo de estudiantes realizado en alguna escuela privada de cine con más dinero que habilidades artísticas: diálogos monótonos; planos casi predeterminados; utilización durante todo el metraje de poca iluminación en pos de explicar la oscuridad que envolvía a Elvis en una metáfora evidente, obvia y redundante que se aleja de la exquisitez de Sofia Coppola. Una película sin corazón. Una obra sin artista.
Si se cambiaran los nombres de Elvis y Priscilla por Tom y Jane y los hechos tuvieran lugar en un pueblo de Bélgica en lugar de en Graceland, el largometraje podría llamarse perfectamente ‘Atrapada por su pasado’, ‘El peligro vive en casa’ o ‘Mujer en peligro’.
Lo que podría haber sido un poderoso largometraje feminista sin temor a los hombres poderosos, capaz de cambiar la historia y de avisar de que absolutamente nadie es intocable, acaba convirtiéndose, desgraciadamente, en un drama de Hacendado.
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