#MAKMACine
‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’, de Alexandre Koberidze
Con Ani Karseladze, Giorgi Bochorishvili, Oliko Barbakadze y Giorgi Ambroladze, entre otros
150′ | Coproducción Georgia-Alemania, 2021
Distribuye en España: Noucinemart (D’A Film Festival Barcelona)
Estreno en España: 5 de enero de 2022
Cines Babel
Vicent Sancho Tello 10, València
A partir del 14 de enero de 2022
“Todo lo que ves puede convertirse en un cuento de hadas y puedes convertir en historia todo lo que tocas”, certificaba el siempre lánguido y desdichado autor danés Hans Christian Andersen, frente a cuya biografía, henchida de infortunios (especialmente en el amor), trataba de edificar una obra en perenne estado de fabulación con la que sortear, desde la ficción, las adversidades de lo sustantivo.
Una máxima no exenta de neblinosas calamidades y anatemas, como así lo atestiguan las miríadas de narraciones y parábolas que pueblan el acervo alegórico de las leyendas, nutriendo –especialmente con desamor– las cuitas de aquellos personajes que capitalizan buena parte de nuestros cuentos infantes (y de la inextricable teogonía grecolatina, por supuesto).
Y a tales premisas parece aferrarse, en su segundo y laureado largometraje (con inopinadas preseas en los festivales de Berlín, Sevilla y Mar de Plata), el joven cineasta georgiano Alexandre Koberidze, obrando un suceso inexplicable (léase milagro) con naturaleza de interrogante: ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’.
Una pregunta tan desenfocada como alentadora a partir de la que rubricar respuestas en forma de homenaje urbano a la ciudad de Kutaisi, entre cuyas colinas de Imereti el “fiable azar” del amor encuentra acomodo para sortear la desdicha de las maldiciones.
Porque si sus dos personajes protagonistas ven frustrada la deriva de su efímero idilio por la insidiosa condena a no reconocerse jamás, solo a orillas del Rioni podrá el caudal de lo cotidiano reponer el júbilo sobre las desventuras de tan maléfico encantamiento.
De este modo, ‘¿Qué vemos cuando miramos al cielo?’ apela, de partida, a la voluntariosa credulidad (y a la generosa paciencia) que aún palpite en cualquier espectador adulto (con cierta y necesaria impostura cinéfila) para sobrellevar las dos horas y media de un filme analógico en el que, de facto, no sucede nada. Quizás porque Alexandre Koberidze solo (y tanto) se detiene a mirar.
Y, así, de su mano, conduce nuestra atención por la geografía citadina de una urbe descrita con semejante asepsia poética como la que nos ilustra Wikipedia acerca de Kutaisi, de la que nada sabíamos antes de emprender ruta estival entre sus arboledas, puentes, colinas y arquitecturas tan tibiamente soviéticas. Y entre sus gentes.
Una Kutaisi de ucronías futbolísticas, perros omniscientes y helados nocturnos de verano; celebraciones bucólicas vertebradas de introspecciones y silencio. Un sosiego tan solo interrumpido por la exótica prosodia en off que reporta el sentido mágico a una ralentizada narración visual uniformada de predilección inmaculada por el documento.
Todo y cuanto habita en el filme resulta protésico y fútil: extensión hiperbólica, taciturna e inane; desatinada construcción, melindrosa banda sonora y rústico montaje; muy deficientes interpretaciones y, a la postre, esperpéntico argumento…
Y, sin embargo, todo encaja prodigiosamente, como aquel “suceso inexplicable (léase milagro)” que lacera el porvenir de sus inapetentes enamorados.
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