Iván Fernández de Córdoba

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‘Quieto Billy’ (con Rebeca Valls y Bruno Tamarit) y ‘Un lugar’ (con Abdelatif Hwidar, Sergio Caballero, Cristina Fernández y Elena Mejido), de Iván Fernández de Córdoba
Espai Nivi Collblanc
Masia Costeres 2, Culla (Castellón)
Sábado 26 de noviembre de 2022, a las 17:00

El último y galardonado cortometraje de Iván Fernández de Córdoba, ‘Quieto Billy’, no debería llamar la atención de los espectadores solo por ser considerado un homenaje al género del western. Indudablemente, el propio título remite a la figura del legendario pistolero Billy el Niño, cuyas andanzas han sido narradas en muchas películas del Oeste hasta formar parte del imaginario colectivo de una generación.

Un Billy el Niño retratado como un héroe trágico, aunque fuese un asesino, ya que el punto de vista de la mayoría de los filmes ha enfocado la vida del pistolero como una sucesión de funestos acontecimientos a los cuales el personaje se ve arrastrado inevitablemente.

Probablemente, Fernández de Córdoba, cuando empezó a escribir el guion, pensó que la imagen de Billy el Niño era la metáfora esencial para configurar tanto el trasfondo de la historia como la relación entre los personajes.

Rebeca Valls, en un fotograma de ‘Quieto Billy’, de Iván Fernández de Córdoba.

Es por ello por lo que el cortometraje ‘Quieto Billy’ es, además, un elogio a la palabra. No a cualquier palabra, sino a aquella que humaniza la vida al dar un sentido a este mundo y a la existencia.

Una palabra que contiene, en sí misma, “el sentido del porvenir; no todo ha sucedido ya, no todo se ha visto ya, no todo es conocido ya”, como señala el psicoanalista Massimo Recalcati en su libro ‘El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor’ (Anagrama, 2014). 

Ahora bien, esta palabra debe ser pronunciada en el momento exacto y, además, ir acompañada por el testimonio y por el acto justo de quien la sustenta, para que haga huella en el cuerpo del quien la escucha. 

Así, el título ‘Quieto Billy’ hace referencia a las dos palabras que la educadora social, María, interpretada por Rebeca Valls, le decía a uno de los niños del centro de menores donde trabajaba.

Bruno Tamarit, en un fotograma de ‘Quieto Billy’, de Iván Fernández de Córdoba.

Un niño, cuando fue internado, marcado por “una relación tóxica, problemas con las drogas, una madre pocha y un padre que me daba palizas”, como el niño, ahora adulto, interpretado por Bruno Tamarit, le recuerda a su educadora en un encuentro casual que mantienen, quince años después.

Un muchacho, seguramente, desahuciado para la sociedad si no hubiese sido por aquellas palabras pronunciadas por la educadora, “Quieto, Billy”, cuando intuía que al niño se le “iban a cruzar los cables”. 

La frase, como confiesa el niño, ahora un hombre, “era lo único que me frenaba, que me hacía pensar. Aunque nunca te lo dijera, yo al principio no entendía nada y me preguntaba, ¿quién coño será ese Billy? Hasta que un día lo busqué, tuve curiosidad. Ese Billy me ayudó a ver muchas películas de vaqueros, a querer saber más sobre cine, a empezar a leer, primero sobre eso y luego en general”.

“Ese Billy me cambió la vida, me ayudó a entender que la vida no va de navajazos ni de porrazos ni de tíos y tías… La vida va de respetar y ser respetado… Que lo mejor es tener algo por lo que levantarse con ilusión al día siguiente. Siempre hay algo. Siempre”. 

Si esa frase, “Quieto, Billy”, resonó con tanta intensidad, hasta ser literalmente tatuada por el niño en su cuerpo, fue porque iba acompañada por el testimonio y por el justo hacer de la educadora, tal y como el muchacho le recuerda: “El caso es que, con frases como esas, fui pensando más las cosas antes de hacerlas. La cosa fue para largo, pero tú estabas ahí, para pararme los pies”. A lo que replica la educadora: “No hacía nada especial, solo mi trabajo”. A lo que contesta: “Pues eras muy buena en tu trabajo.”

Ese niño encontró en la frase pronunciada por María y, obviamente, en la sinceridad a la hora de hacer su trabajo, la fuerza para rotar el destino al que la vida parecía abocarlo.

‘Quieto Billy’ es, por una parte, un reconocimiento a la labor educativa, tan infravalorada en estos momentos, y, por otra, a la fuerza de la palabra, aquella que humaniza, así como a los relatos -los artísticos-, en tanto espacios donde hallar un sentido al marasmo de la existencia.

Lo que interesa al director Iván Fernández de Córdoba, podríamos pensar, si tenemos en cuenta su anterior cortometraje, ‘Un lugar’, es la presencia de un adulto, en su función educadora, como transmisor de un legado esperanzador de la existencia que puedan heredar las futuras generaciones.

De este modo, en ‘Un lugar’, su cortometraje hasta el momento más premiado tanto a nivel internacional como nacional -nominado a los Goya 2018-, se inicia con el miedo y la indiferencia que produce un inmigrante, interpretado por Abdelatif Hwidar, pidiendo ayuda, en mitad de una carretera desierta, porque su coche se ha quedado sin batería.

Obviamente, nadie se detiene para ofrecerle ayuda, hasta que el coche de una familia formada por un padre, una madre e hija -interpretados por Sergio Caballero, Cristina Fernández y Elena Mejido, respectivamente-, tiene que parar a causa de un pinchazo.

En un primer momento, el terror se apodera de la familia, hasta que se dan cuenta de que el inmigrante no es un monstruo asesino, solo un padre de familia huyendo con sus hijos de un país en guerra y en busca de una realidad donde ofrecerles un futuro de vida.

El trasfondo narrativo de ‘Quieto Billy’ y de ‘Un lugar’ se concentra en la necesidad de que alguien se detenga a escuchar el grito angustioso de los protagonistas y, de alguna manera, ayudarle a acallarlo.

Por ello, desde el punto de vista cinematográfico, en ambos cortometrajes se muestra un buen hacer de la narración clásica, acorde con la verdad que transmiten sus historias. La relación causa y efecto de los sucesos de la trama se encadenan con templanza, en un paisaje que refuerza la tensión emocional y el suspense de la situación dramática con el fin de que la vida siga y perdure.

Iván Fernández de Córdoba
Fotograma de ‘Un lugar’, de Iván Fernández de Córdoba.