#MAKMAMúsica
‘Íntimo’, de Rafael de Utrera
Panorama Flamenco
Teatre Talia
Caballeros 31, València
17 de diciembre de 2024
Debajo de una media melena ensortijada creció una “garganta dura”. Rafael Usero Vilches (Utrera, 1973) cultivó el gusto por el cante entre gentes del campo y matarifes pegando la oreja a los arreones de voz que interrumpían, con cejas circunflejas y la proyección de un muecín entrado en años, conversaciones sobre los últimos chismes del pueblo, de toros, de fútbol y vanidades, plegarias atendidas, asuntos pendientes y risotadas ásperas.
Solo que, en lugar de un minarete, la llamada se producía desde el zinc de la barra en la taberna de la familia. Una guarida que la costumbre convertía en una prolongación del hogar para los habituales, solo que, como las letrinas secas, se encontraba a unos pasos cruzando la intemperie.
La técnica ancestral para calentar los cuerpos cansados hacía que, al volver a casa, los parroquianos tardaran lo suyo en acertar a meter la llave en la cerradura. En ese ambiente hizo su mili artística, hasta que la casualidad llegó disfrazada de oportunidad.
Rafael de Utrera cantó en un tablao y un empresario se lo llevó a Barcelona, donde en El Cordobés exprimió el jugo de las tablas cientos de noches. Había empezado la carrera de uno de los cantaores más singulares y con uno de los registros más anchos del flamenco.
Sin buscarlo, te encontró el cante. Qué fenomenal accidente.
Éramos una familia un poco pobre, la verdad. Éramos cuatro hermanos, yo era el mayor de los cuatro. Y mi padre tenía un punto, digamos una taberna, una de las que había en la salida del pueblo hacia el campo, donde paraban por la mañana a comprar café, tabaco y copas para calentar los cuerpos los que iban a la remolacha.
Por allí también estaba el matadero municipal. Cuando volvían los trabajadores del campo y todos los gitanos se reunían allí, mi padre les hacía un guiso, mientras ellos bebían vino y empezaban a expresar sus penas. Aquella época, cuando yo tenía 9 años, hace cerca de cuarenta, era otra historia.
Como te digo, se ponían a cantar. Mi padre era un gran aficionado al cante también. No era profesional, pero cantaba muy bien. Allí solo se escuchaba flamenco; era con lo que me encontraba todos los días mientras trabajaba en la taberna.
Me gustaba mucho, y menos mal, porque no había otra cosa. Me solían llamar los mayores: “Niño, pon esta cinta de Canalejas de Puerto Real”, “pon esta de Pepe Pinto”, “esta de no sé quién”. Lo escuchaban y, cuando estaban a gustillo de vino, se ponían a cantar en la barra.
¿Y ese salto de la esquina de la barra a la tarima? La primera oportunidad como cantaor.
Aunque salí de la taberna de mis padres, seguí siendo camarero en un restaurante. Por allí había una mujer, que bailaba en Los Gallos, un tablao en el Barrio Santa Cruz, y yo iba algunos días, cuando podía, a verla. En una de esas paradas, me ponía a cantar muchas veces… Tendría 16 años.
El caso es que me ponía a cantar letrillas mientras ella salía, y en uno de los descansos de los bailadores, uno de ellos, Rafael de Carmen, que fue y es un gran bailaor, me dijo: “Niño, ven p’acá, ponte una camisa blanca que vas a cantar por soleá”. Yo le decía: “Mira, yo no canto”. Y no quería saber nada: “Sí, sí, que yo te he escuchado cantar, vente p’acá”.
Así que tuve la poca vergüenza de meterme en el tablao, me puse una camisa que me dieron y le canté a este muchacho por soleá, y me fui corriendo del tablao en cuanto terminé porque yo no me dedicaba a eso. Para mí, eso era una profesión que no conocía. Pero fue muy curioso, porque pasaba por allí Luis Adame [Luis Pérez Martínez], el dueño del Cordobés, un tablao que todavía existe en Barcelona…
El mítico Cordobés, la meca para los flamencos en la Barcelona de los 70.
Sí, sí, sí. Por allí pasaron todos. Adame solía venir a Sevilla a buscar a gente para llevársela a Barcelona todo un año. Entonces, preguntó por mí: “¿Quién es ese chaval que canta por soleá?”. Claro, no me conocían porque yo ni trabaja en el tablao.
Por lo que sea, le hizo gracia cómo cantaba y nos contrató a mí y a la que con el tiempo se convertiría en mi novia y después mi mujer. Se puede decir que empecé mi carrera de forma profesional con mi novia en las Ramblas. Yo no tenía ni idea de lo que era una llamada de baile, no conocía los códigos ni nada; lo pasé muy mal al principio, la verdad.
En el escenario y fuera de él, todo son códigos. Sin embargo, el cante parece el mismo, sea en una taberna, que para baile o en un recital. ¿Cambia?
En mi forma de ver esta carrera, mi filosofía como cantaor que soy, esto empieza cuando uno tiene interés y se pone a cantiñear. Si quieres realmente meterte a vivir de esto tienes que pasar por los tablaos. Es un pilar que mantiene toda la casa.
Cantar para el baile es muy importante porque te enseña a todo, es como la escuela primaria del flamenco: te enseña el ritmo, te enseña a pararte y a cuadrar los cantes perfectos rítmicamente. A todo el que ha cantado atrás, después, delante se le nota mucho.
Ver la nómina de artistas a los que les has puesto tu voz es sorprendente. Desde bailaores –Farruco el viejo a Joaquín Cortés, pasando por el Güito, Manolete, Javier Barón, Manuela, Canales, Israel Galván– a guitarristas –Tomatito, Gerardo Núñez, Paco de Lucía, Vicente Amigo…–.
Uno no piensa nunca “qué bueno soy”, solo que ha tenido mucha suerte de que esas grandes figuras cuenten contigo y te permitan poco a poco hacerte un hueco. Me siento una persona un poco privilegiada, aunque sí es verdad que cuando miro el currículum no me lo creo. Son casi treinta años de carrera, mucho aprendizaje.
Con todo lo vivido, otra edad y más tranquilo, es cuando disfrutas de ese bagaje tan importante que te hace divertirte cantando solo. Cuando era pequeño, decían algunos mayores que a partir de los 50 era cuando se empezaba a cantar medio bien. Ahora que tengo esa edad me encuentro en un momento muy tranquilo de vida, muy feliz, y eso se me nota en el escenario. Estoy en un momento muy importante en mi carrera y disfrutando mucho. Cuando canto soy feliz y no pienso en qué voy a cantar, lo que pienso es en cantar. Va viniendo.
Tu mujer, la bailaora Carmen Lozano, tuvo una premonición. Paco de Lucía anunció una gira y tuvo el pálpito de que te llamaría para cantar con él. Y te llamó.
Paco buscaba un cantaor y Carmen me dijo: “Pues te va a llamar a ti”. Lo diría en broma, digo, ¿cómo me va a llamar a mí? Es como buscar una aguja en un pajar. Como si se hubiera anunciado que Michael Jackson andaba buscando un bajista y yo estuviera en las quinielas. Pues lo mismo, bastante improbable, ¿no? Pues mira, con tanto cachondeo, se cumplió. Una de las cosas que jamás agradeceré suficiente a Paco es que me descubriera la tesitura, el registro que podía abarcar con la voz.
Después de muchos años trabajando con mucha gente, él sabía que yo tenía un registro más amplio de voz, que podía cantar más agudo. A veces, uno no sabe hasta dónde puede llegar, porque la voz es tan misteriosa, tiene unas cualidades tan pa dentro que no se sabe dónde se encuentran los límites.
Paco se empeñaba en sacar todo el potencial: “Intenta llegar aquí”. Yo le decía: “Paco, que no puedo”. Y él: “Que sí”. En 2001, empecé a cantar muy alto y ahora canto aún más alto. Ese fue el lujazo que significó trabajar con un genio; para mí, el más importante de la historia del flamenco.
¿Y los recelos? El flamenco es un mundo que a veces parece un puf relleno con las bolas de la vanidad y el celo. Hay pocos que hablen en crudo de las interioridades del flamenco, programaciones, compañeros, referentes… Una excepción es el guitarrista Santiago Lara.
Cada uno es dueño de lo que hace y puede hacer lo que quiera. Es verdad que, por desgracia, existe mucha envidia. Yo no sé lo que es, no la practico. En otras épocas que yo he vivido había más respeto, sobre todo a la jerarquía, a los mayores. Aquello era muy importante. No importaba el rango de artista que fuera, digamos, sino la experiencia dentro del flamenco.
No importaba que fuera una figura muy gorda o alguien que por la razón que fuera, teniendo condiciones, no había podido alcanzar ese estatus. Yo siempre he mantenido eso, respetar al que tiene más edad y más veteranía, e intentar aprender siempre de unos y de otros para andar mi propio camino. Y el que sea envidioso es un problema que tiene él.
¿Cómo fue el vértigo cuando el sexteto de Paco se disolvió? Pensar en el siguiente paso, el peso de esa experiencia…
El hecho de ir con Paco fue muy importante en mi carrera. Fue muy intenso. Ahora es cuando puedo desarrollar toda esa capacidad. En aquel momento era muy joven y hacía las cosas sin darme cuenta. Ahora lo hago con mucha seguridad. Después de Paco, también tuve la suerte de estar veinte años con Vicente Amigo. Eso ha sido también una de las cosas más importantes de mi vida, junto a la de Paco, ¿no?
Estar con Vicente Amigo ha sido de las más importantes. Con él, otro maestro fundamental, otro genio, he aprendido cosas increíbles de su manera de ser, de su manera de tocar, de su sensibilidad. No le puedo pedir más al flamenco que ser mejor o peor, pero sonar a mí, a Rafael de Utrera.
Muchos tocaores componen sus falsetas, pero la mayoría de cantaores viven de letras prestadas. Eres de las pocas excepciones que escriben a veces lo que cantan. ¿Qué te inspira, qué lees?
No soy muy autor, porque para mí todas las letras son vivencias y cosas que han ocurrido o me han contado. Para bien o para mal. Entonces, no soy muy escritor, pero algunas letrillas he sacado. No muchas, eh. La primera que saqué en mi vida fue a mi abuelo Juan. En la época en la que yo tendría unos 8 años, por el trabajo de la taberna, él bebía mucho vino y mi abuela me decía: “Niño, llégate a por el abuelo y dile que venga a comer ya”.
Yo me iba por la acerita y me llegaba al abuelo: “A comer”. Él me sentaba en la barra y me daba un puñado de cacahuetes –que nosotros le decíamos aquí, en Utrera, avellanas–, y me decía: “Toma, dile a tu abuela que ahora voy”. Ella se cabreaba mucho, pero con el paseo a casa me comía todas las avellanas.
Eran tonterías, pero me permitían contar cosas: “Desde el bar Limones a la calle Santa Clara me como yo las avellanas que mi abuelo Juan me daba”. Es un poco más largo. Otra fuente de inspiración es el toreo. Muchas veces, lo que hago es cantar letras por un palo distinto, como la de “un pan, dos pan, tres pan, medio pan, una rosca y un pico”, que la meto por bulerías.
Presentaste en la Bienal de Flamenco [Sevilla, 2024] el espectáculo ‘Fui piera’, una letra de La Serneta. ¿Dónde está tu centro?
Usé esa letra mítica de la Serneta, cantaora de Utrera, que creó cinco o seis estilos de soleá, aunque no dejó nada grabado porque no era costumbre en la época. Pero la letra pasó de generación a generación, es decir, ella se lo pasó a otra aficionada, Rosario la del Colorao, y esta se lo trasmitió a otras mujeres que sí tuvieron oportunidad de inmortalizarlo, como La Niña de los Peines o Fernanda: “Fui piedra y perdí mi centro y me arrojaron al mar y a fuerza de mucho tiempo mi centro vine a encontrar”.
Lo entiendo como una reivindicación de mi origen, de Utrera, donde encuentro mi centro. En la Bienal hice un repaso sobre la historia cantaora de Utrera, desde la Serneta, Fernanda, Perrate, Bambino, Curro de Utrera, Enrique Montoya, Turronero, Gaspar de Utrera, hasta llegar a mí. Pero no lo canté por soleá, sino por toná.
Un disco de Rafael de Utrera parece que se resiste, después de décadas de trayectoria. Solo tienes uno publicado con el Trío Arbós, ‘Travesías’. Con la prisa que se consume hoy en día la música, ¿qué sentido sigue teniendo? ¿Es un hito que hay que alcanzar cuando una carrera se ha hecho sólida o se graba por inercia, por un mundo que ya no existe?
Un disco siempre es importante porque es como una foto del momento, un hito en tu carrera. A mí me hubiera encantado tener veinte discos, pero no pude tenerlos por varias razones. Una de ellas es que siempre he sido muy cagón para grabar. Otra ha sido que, gracias a Dios, he trabajado muchísimo y no me ha dado tiempo a pararme y meterme en un estudio. Y he tenido mala suerte, también, con el tema de las grabaciones.
Ahora creo que es mi momento y antes de que acabe este año quiero que haya, sí o sí, uno de Rafael de Utrera. Un disco en la época actual no te sirve para hacer giras porque el gusto de la gente está en los directos, la gente quiere verte.
Si sacas un disco y no lo haces mejor en directo, va la cosa mal. Para mí, es más importante un directo bueno, de calidad. Ahora casi te diría que tengo prisa por grabar discos. Y seguramente que, cuando saque el primero, me meta con el segundo.
¿Hoy en día, el artista flamenco prefiere empezar en un canal de YouTube que en un tablao, como fue tu caso?
Quien quiera ser cantaor no tiene que ser impaciente ni saltarse pasos; primero uno y luego otro, hasta tener una personalidad propia, un carácter en el escenario, un estilo que sea tuyo y de nadie más.
¿Tienes alguna técnica, alguna costumbre para cuidar y preparar tu voz?
El instrumento de los cantaores es la voz, las cuerdas vocales, y hay que cuidarlas, trabajarlas. Y se trabajan cantando mucho. Yo no he fumado en mi vida, que es importante, y bebo solo cuando tengo que beber. No me gusta pasar frío ni hacer nada que me pueda fastidiar la voz, pero tampoco soy un tío que es un tiquismiquis, ¿no?, siempre: “¡Oy, oy, oy!”.
Es verdad que soy de garganta dura, con las cuerdas vocales fuertes. Para cantar hay que usar también la cabeza, aprender a usar la voz que necesitas en cada momento. Muchas veces, es más importante soltar más aire que sonido, controlar el chorro; hacerlo de forma natural. Lo que hago es calentar bien y usar la cabeza, saber proyectar, con o sin micro.
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