Ramón Martínez Buades. La calle del destino
Sala de exposiciones L’ESPAI
Edificio Metro. Avinguda al Vedat, 103, segunda planta. Torrent (Valencia)
Hasta el 21 de noviembre de 2014
El pintor, como el escritor y el fotógrafo modernos, que en su aspecto vanguardista tienden a trasladar su mirada desde la naturaleza bucólica o caótica (en su versión romántica) a la fría ciudad ordenada, se enfrenta a la supuesta antítesis entre caos y orden. Hoy sabemos que el orden no se opone al caos, sino que el desequilibrio en todos sus aspectos (físicos, biológicos, sociales) produce estructuras autoorganizadas, que la realidad no es euclidiana, sino fractal, que tanto la naturaleza como la ciudad se generan a sí mismas a través de bifurcaciones imprevisibles que se zafan de la linealidad determinista.
Así pues el mejor modo de conocer una ciudad es olvidarse de las guías turísticas y aventurarse por sus arterias, callejas, avenidas, barriadas e incluso extraviarse por sus arrabales y polígonos industriales, reconocer sus anfractuosidades. Callejear, merodear, perderse en el laberinto sin hilo de Ariadna de la gran ciudad es fuente de hallazgos inesperados.
Un artista, como Ramón Martínez, que afronta pictóricamente el reto de volver a desvelar las estructuras y cromatismos de la calle, ha debido de explorar el espacio urbano a la caza de la instantánea feliz; esa visión que sólo se depara a una mirada libre de las convenciones realistas y atenta a las geometrías abstractas, a los diseños sencillos al par que sorprendentes que abundan en las papeleras, persianas, contenedores, graffitis, edificios, zonas industriales, puentes o autopistas. El arte, y en concreto la pintura, no puede reducirse a un simple medio de expresar emociones, aunque donde hay poesía siempre habrá “una honda palpitación del alma”. En la buena pintura, como la de Ramón Martínez, se entrevera de forma inextricable el efecto emocional y el cognoscitivo, es un método o técnica de conocer y explorar lo concreto en toda su complejidad y huelga decir que una serie de cuadros y esculturas sobre la calle puede albergar tanto conocimiento –y más sutil- que muchas bibliotecas de sesudos ensayos de sociología urbana.
El título de la exposición podría leerse como genitivo subjetivo u objetivo, es decir, “La calle del destino” o “El destino de la calle”. En su primera acepción, se mienta el doble hecho de que allí donde haya una ciudad el destino siempre nos deparará una calle o cuando la surquemos cierta calle se convertirá en el destino de nuestro viaje en metro, en autobús o en bicicleta. Pero el pintor no se reduce a exhibir un abstracto decorativo, sin vínculos con la realidad social en la que nos hallamos inmersos. Su obra se preocupa por “El destino de la calle” en un entorno cada vez más inhóspito, siniestro e intransitable donde poder habitar y callejear con libertad.
Cabe destacar el uso de materiales que sirven de base a sus obras. Ramón Martínez recicla maderas de andamio para sus cuadros y palés para sus esculturas, incluyendo en éstas últimas tubos de neón que dan relieve a sus construcciones e intensifican su carácter urbano. Como amante de la música, no podía faltar en su exposición un cuadro titulado “La calle del blues”, cuyos azules sugieren al espectador la bella y desgarrada voz de Billie Holliday cantando “Lady sing the blues”. Su rechazo del glamour y su cercanía al glam en todas sus dimensiones impregna el espíritu de su obra, donde predomina una mixtura de óleo, acrílico y spray. Animo al espectador para que afine su mirada y contemple los pequeños dibujos trazados o arañados sobre el lienzo con lápiz o espátula.
En definitiva, cabe augurar que la obra de Ramón Martínez siga indagando con la misma penetración las galaxias que se asoman a esa ventana abierta al universo que es un cuadro.
Enrique Ocaña
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