Raquel Meller. Joaquín Sorolla

#MAKMAArte
Raquel Meller, la exaltación del dolor y la gloria | Begoña Siles Ojeda
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023

El cuadro titulado ‘Raquel Meller’, pintado por Joaquín Sorolla en 1918, expresa algo más que la belleza del rostro de la estrella aragonesa Francisca Marqués López (Tarazona, 1888-Barcelona, 1962), conocida artísticamente como La bella Raquel o Raquel Meller. El retrato revela el paisaje del alma de esta cantante y actriz, que alcanzó el éxito internacional con cuplés tan emblemáticos como ‘El relicario’ o ‘La violetera’ (letra de Eduardo Montesinos y música de José Padilla), los cuales enaltecía con su voz “frágil, nítida y de dicción perfecta” y con una interpretación de una frialdad “trágica” (según las crónicas de la época).  

Aunque serán las palabras del escritor Rafael Cansinos Assens, publicadas en la revista Cosmópolis en 1919, las que describan con acierto poético el “arte incomparable” de Raquel Meller, al comentar que “dramatizó la canción popular dotándola de complejidad y plenitud literarias. (…) Hizo de la canción un poema dramático, lo caldeó con la plástica de una seria escultura femenina.  Hasta entonces –continúa el escritor– había tenido travesura, picardía, una melodía fácil: Raquel lo dotó de un alma profunda y grave, lo cobijó con un pliegue de la antigua vestidura trágica”.  

Una dramatización profunda que encandiló y conmovió al público de los teatros de Francia, de Estados Unidos y de Latinoamérica. Todo el público, desde escritores, intelectuales y artistas –entre otros, Manuel Machado, Santiago Rusiñol, Ángel Guimerà, Joaquín Sorolla, Charles Chaplin, Sarah Bernhardt, Vicente Blasco Ibáñez, Aldous Huxley, Julio Romero de Torres, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente–, hasta, naturalmente, el pueblo, sintió que Raquel Meller transmitía la “verdad absoluta” que existe en la canción popular, como señaló Cansinos Assens. 

Sorolla Poliédrico
Portada de MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico. Diseño: Marta Negre.

La crítica también elogió y ensalzó a la artista por su genuina interpretación de las canciones y de la puesta en escena de los personajes. Así, el The New York Times del 15 de abril de 1926, tras la actuación de la artista en el Empire Theatre de Nueva York, tituló la reseña ‘Raquel Meller, Wildly applauded’ (Raquel Meller, salvajemente aplaudida); la revista Time del 26 de abril de 1926 dedicó su portada –un primer plano de la estrella, con mantilla española, el atuendo icónico e inconfundible que lucía cuando interpretaba ‘El relicario’– junto a un artículo en el interior titulado ‘Embrujadora Meller’, con el epígrafe ’Sus manos son como rostros’.  

La comparación del epígrafe, ‘Sus manos son como rostros’, condensa uno de los rasgos de la interpretación de la artista y, además, incita a imaginar cómo el movimiento de las manos de la cantante expresa todo el desgarro y desasosiego que habitan en los personajes femeninos de sus coplas. Unos sentimientos que, intuimos –tras observar el retrato de Raquel Meller realizado por Sorolla–, anidan en la propia alma de la cantante.  

Ojos negros  

Un cuadro donde Raquel Meller, sentada de frente y con un leve giro de la cabeza hacia la derecha, emerge del lienzo con una amplia pamela de ocre amarillento, cuya lazada negra con toques violetas se ata alrededor de su rostro y cae ligera hacia las manos; unas manos cruzadas lánguidamente debajo del pecho y, sobre el regazo, adornada una de ellas con una pulsera de terciopelo negro, mientras la otra sujeta con una abulia tensa un abanico de suave amarillento, difuminado sobre el vestido. El encuadre en un leve contrapicado ensalza la figura altanera de la cantante, a la vez que deja entrever la profunda admiración de Sorolla tanto hacia la mujer como a la figura de la artista.  

Páginas interiores del artículo publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico.

El retrato de Raquel Meller se diría obra de un hombre que pinta como un pintor eclipsado por la belleza de la cupletista, y como un pintor que pinta como un hombre absorto en querer captar la esencia de la mujer que habita en ella. Por ello, el retrato sorprende con una suma de gestos, con una síntesis de expresiones que nos cautiva por lo que muestran de emoción sobre el espíritu y la psicología de la mujer.  

El trazo volátil y suave del pincel y la paleta luminosa de tenues grises y malvas no están utilizados, solamente, como una mera experiencia estética para envolver la belleza de la diva, sino para desvelar la riqueza, la complejidad de la mujer que está cubierta tras el nombre de Raquel Meller. 

Los tonos iluminados por los blancos, propios de la luz impresionista, alumbran lo inefable del alma de la modelo. El luminismo del retrato, rasgo del estilo de Sorolla, acentúa la negrura de los ojos; más aún, impresiona una cierta perturbación desoladora y recelosa en ellos. En ese lugar del rostro (en esos ojos), donde el espectador espera ver la marca de la fascinación del pintor hacia la belleza de la modelo y la satisfacción de esta por el éxito de su carrera musical y actoral –en pleno auge en esa época–, el pintor se niega a otorgarle una mirada embellecedora. 

Paradójicamente, Sorolla condensa una tristeza temerosa en la mirada de Raquel Meller, en contraste con esa composición serena y armoniosa de los colores, de la volatilidad de las formas del vestido y la pamela, de la redondez del rostro, del cuello y los hombros, de la languidez de las manos. La belleza de la composición metamorfoseada en una frágil melancolía es particularmente notable en este retrato de Meller.  

El rostro de Raquel Meller, con esa desasosegada tristeza contenida en la mirada y en los labios de pitiminí escarlata, disiente, sorprendentemente, de los rostros de serena alegría con los que Joaquín Sorolla retrató a María Guerrero –‘La actriz doña María Guerrero como La dama boba’ (1909)–, a la cantante de zarzuela Lucrecia Arana (1920) y a la actriz Catalina Bárcena (1919-20); mujeres, cantantes y actrices también admiradas por el pintor. 

¿Por qué Sorolla no capta en esos ojos negros la mirada pizpireta y vivaz que distinguía a Raquel Meller y que todos alababan? Joaquín Sorolla, se podría pensar, quiso expresar en el retrato de Raquel Meller la belleza sublime del verso del poema ‘Alegría’, de José Hierro: “Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe…”.  

El pintor parece atrapar el momento previo a la alegría. Los expresivos ojos negros contenidos en lágrimas, la mirada abismada en una desoladora y recelosa tristeza reflejan las heridas latentes del alma de Raquel Meller… y que sufren, también, las protagonistas de algunas de sus coplas. 

Sorolla captó con suave trazo luminoso en el rostro de Raquel Meller lo escrito por Manuel Vicent en su último libro, ‘Retrato de una mujer moderna’, con respecto a otra de las grandes cantantes de la copla española, Concha Piquer: “Es imposible cantar tan bien si no se ha sufrido mucho, y al mismo tiempo si no has sentido la embriaguez del placer y de la gloria”.

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.

Raquel Meller. Joaquín Sorolla
‘Raquel Meller’ (1918), de Joaquín Sorolla.