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Red habeo ergo sum. Sobre el lenguaje virtual como frontera universal de la realidad
Jose Ramón Alarcón (consejo editorial de MAKMA)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
“El lenguaje es el arte más masivo e inclusivo que conocemos, una obra montañosa y anónima de generaciones inconscientes”, aseveraba el antropólogo y lingüista estadounidense, de ascendencia alemana, Edward Sapir (1884-1939).
Una sentencia, plausible y universal, formulada como un aperitivo de los fundamentos a partir de los que instituir la cosmogonía del estructuralismo lingüístico, que Sapir –y, especialmente, su discípulo, Benjamin Lee Whorf (1897-1941)– situaría en el epicentro del proceso cognitivo y, por ende, en el modo en que los individuos edificamos una visión/interpretación de lo real supeditada al contexto cultural –vertebrado por el lenguaje– en el que nos desarrollamos en comunidad.
Una comunidad en perenne transmutación, susceptible de ser revisada diacrónicamente a través de las herramientas de la lingüística, que goza, aquí, de una preeminencia que sitúa a otros campos del conocimiento –antropología, sociología, sicología…– como acervo de instrumentos al servicio urgente de su examen relativista sobre la objetividad.
Una sustantividad que pasa a ser tan múltiple como formas de conceptualizar la realidad –a través del lenguaje– existan. Un planteamiento que bien podría apoyarse en la eximia sentencia de Ludwig Wittgenstein en su ‘Tractatus Logico-Philosophicus’ (1921): “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”.
Ahora bien, asumiendo cuanto de sugestivo atesora tal planteamiento –generosamente confrontado con la teoría lingüística de la gramática universal alimentada por Richard Montague y, especialmente, por Noam Chomsky, en búsqueda de principios generales y consanguíneos a todas las lenguas naturales–, ¿es posible advertir la existencia de una única frontera ecuménica de lo sustantivo devenida, en consecuencia, de un tipo de lingüística total y colectiva? ¿Será la nueva década que se avecina el labrantío cronológico sobre el que habrá de consumarse ese encuentro entre relatividad y universalidad de lo real?
Ya en 2001, el lingüista británico David Crystal advertía, en su ensayo ‘El lenguaje e Internet‘, que “la llegada de la ciberhabla nos muestra al homo loquens [hombre hablando] en su mejor momento”, planteándose, en su proemio, preconizadoras interrogantes como: “¿Augura la baja calidad de los estándares en el correo electrónico el fin de la alfabetización y de la pronunciación tal como la conocemos hoy?, “¿Presagia Internet el nacimiento de una nueva era de la tecnojerga?” y, sobremanera, “¿Se perderá creatividad lingüística y flexibilidad a cambio de homogeneización?”.
Crystal, amén de tales incógnitas, acuña un rozagante neologismo –“ciberhabla” (ya formalmente exangüe, pero de vigente semántica)– con el que aventurar el nebuloso principio de un fenómeno compartido que, durante las dos últimas décadas, ha mutado a ese homo loquens en homo virtualis.
Una nueva especie al margen de la línea biológico-evolutiva que, en su ensayo ‘Homo loquens, homo virtualis’ –Revista de Estudios de Juventud (nº 93, 2011)–, Carmen Galán Rodríguez, catedrática de Lingüística General de la Universidad de Extremadura, define a partir de la locución red habeo ergo sum (red tengo, luego soy).
Una naturaleza del ser que, al igual que aquella ínclita y cartesiana cogito ergo sum (pienso, luego existo), debe ser entendida simultáneamente, resultando, por tanto, un “red tengo, pues soy” que dibuja una nueva condición del ser; una inédita propiedad o sustancia de los individuos, ya en inherente comunión, pues no cabría hablar de red en tanto que simple herramienta que conecte a dos o más sujetos/elementos, sino de una urdimbre uniforme en su epidermis y multiforme en su dinámica.
Y si debemos asumir que los ya inmediatos nuevos años 20 portarán consigo un vehemente desarrollo etológico (de impredecible pináculo) de cuanto circunda a ese homo virtualis –que ya palpita en nosotros–, se erige en responsabilidad capital de los individuos dar respuesta última a esa incógnita/presagio esbozada por Crystal, quien ya entonces vislumbrabra que “el habla de la Red es algo completamente nuevo. No se trata ni de ‘escritura hablada’ ni de ‘discurso escrito’”, sino de “un cuarto medio” que añadir, en los estudios lingüísticos, “a nuestros trabajos comparativos: lengua hablada frente a lengua escrita frente a lenguaje gestual frente a lenguaje que se transmite mediante ordenadores”.
He aquí la vindicación de un “cuarto medio” complejo e ilustrado que contrarreste aquella homogeneización depauperada y simple. Porque si, efectivamente, es el lenguaje (en sus múltiples apariencias posibles) el arte culminante que conocemos, un servidor anhela seguir ampliando en vastedad cualitativa los límites del mundo, de la sustantividad, de lo real, que nos son propios, consecuencia final de las extremidades sobre las que evoluciona, sedentario, el homo virtualis que aún nos descamisa erectos.
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20, en diciembre de 2020.
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