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‘El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturales prepatriarcales’, de Riane Eisler
Capitán Swing, 2021
La historiadora cultural y teórica de la evolución Riane Eisler (Austria, 1937) asegura, desde el principio de su exitoso ‘El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturales prepatriarcales’ (Capitán Swing), que hay dos alternativas para desarrollar las posibilidades humanas: el “modelo de dominación”, denominado, según dice la autora, “popularmente patriarcado o matriarcado”, en tanto “superioridad de una mitad de la humanidad respecto a la otra”, o el “modelo colaborativo”, basado fundamentalmente “en el principio de vinculación en lugar de en el de superioridad”.
Lamentablemente, dirá, ha prevalecido el primero, a pesar de que “todos estamos familiarizados con las leyendas sobre una época anterior, más armoniosa y pacífica”; un tiempo en el que “las mujeres y los hombres vivían en colaboración”. A ese tiempo se refiere cuando alude al Neolítico o a la prehistórica Creta. Un tiempo que entiende necesario recuperar, por el bien de la especie.
“La idea del universo como madre que todo lo da ha sobrevivido, aunque bajos formas diferentes, hasta nuestro tiempo”, de manera que la raíz del problema, señala, “yace en un sistema social en el que el poder de la espada se idealiza”, enseñando a hombres y mujeres “a equiparar la verdadera masculinidad con la violencia y la dominación, y a considerar a los hombres que no se ajustan a este ideal demasiado blandos o afeminados”.
Utilizando diferentes y numerosas fuentes de arqueólogas feministas, Eisler va dando cuenta de algunos de los hallazgos para sustentar su tesis de la importancia de las diosas benefactoras frente a los dioses violentos, a la hora de privilegiar las sociedades basadas en el cáliz frente a la espada. “El punto de vista predominante sigue siendo el de que la dominación masculina, junto con la propiedad privada y la esclavitud, son subproductos de la revolución agrícola. Y esta visión se mantiene a pesar de las pruebas que indican todo lo contrario; es decir, las pruebas de que la igualdad entre sexos era la norma general en el Neolítico”, explica la historiadora.
El catedrático Jesús González Requena, en su texto ‘El oscuro retorno de la Diosa’ (Revista Trama y Fondo nº 39), ofrece otra visión, tras el detallado estudio de algunos de los mitos clásicos. “Pero sólo en las manifestaciones más extremas del giro patriarcal -así la hebrea, la protestante, la islámica- la mujer fue por ello excluida del panteón, resulta obligado anotar la solución católica que, si desposeyó a la Diosa arcaica de su soberanía, la supo mantener, convertida en madre amorosa, en el centro escénico de su nuevo panteón”.
Y apunta la novedad que esto conlleva: “Ella, a diferencia de las diosas arcaicas que la habían precedido, lejos de reclamar la sumisión absoluta y eterna de sus hijos, se manifestó dispuesta, desde el primer momento, a renunciar a ellos”. González Requena resalta el hecho de que la mujer, “en tanto madre, es una potencia de lo real. Una potencia potencialmente benéfica si es que se conforma como una madre amorosa, o una potencia aniquilante cuando no logra serlo, dado que, como las diosas arcaicas muestran, la mujer es potencialmente tan agresiva y violenta como cualquier otro ser humano”.
Eisler, por el contrario, insiste en la idea, sustentada en la evidencia de los mitos y la arqueológica, de que “el atributo más notable de la mente previa a la dominación fuera su reconocimiento de ser uno con la naturaleza, que subyace en el corazón del culto a la Diosa del Neolítico y Creta”. “No en vano”, prosigue la autora, “el químico James Lovelock y la microbióloga Lynn Margulis han llamado a esta hipótesis Gaia, uno de los nombres de la Antigua Grecia para la Diosa”.
González Requena alude al nombre de Gaia, para subrayar la regresión experimentada tras la idea de la muerte de Dios. Una regresión “hacia formas mitológicas mucho más arcaicas e inhumanas que cobran la forma del retorno de la Diosa más oscura: Gaia, la Diosa madre tierra, tribal, identitaria, exclusiva, que concede el estatuto de superhombres a sus fieles y el de subhombres sacrificables a todos los demás”.
“Una de las lecciones más instructivas de la historia moderna”, señala Eisler, “es cómo el enorme regreso a la violencia y el autoritarismo bajo el poder de Stalin coincidió con la revocación de políticas anteriores dirigidas a sustituir las relaciones familiares patriarcales por una relación igualitaria entre mujeres y hombres”. González Requena le da otra vuelta de tuerca a esta idea, señalando cómo Stalin, en lugar de identificarse con el héroe Hércules, en su lucha contra el gigante Anteo, aferrado a la madre tierra Gea, se inclina por éste como ejemplo del individuo que quiere fusionarse con la masa, perdiendo “toda diferenciación y toda singularidad”.
Riane Eisler, fiel a su esquema de los modelos de dominación y colaborativo, vuelve a colocar a la Diosa en el centro de esta segunda visión de la sociedad prebélica, para subrayar: “La idea presocrática de un mundo ordenado y coherente está más cerca de la visión de la Diosa como poder supremo y superhumano que todo lo da y todo lo abarca, que de la visión simbolizada por el panteón olímpico posterior, desde el que un grupo de deidades pendencieras, competitivas y, por lo general, impredecibles gobernaban el mundo”.
‘El cáliz y la espada’, recogidos en el título del libro, aparecen en todo momento como muestras antagónicas de dos formas de entender la sociedad: “Tanto el cáliz como la Virgen son símbolos del poder femenino de crear y nutrir; mientras que la espada y la dinamo son símbolos masculinos de la tecnología insensata y destructiva”.
Aunque Riane Eisler matice que el problema no son los hombres como sexo, “sino los hombres y mujeres tal y como deben ser socializados en un sistema de dominación”, vuelve siempre al redil de su tesis principal: “Conforme pasamos de la androcracia a la gilania, cada vez más personas comienzan a pasar de la defensa al crecimiento”. En el libro termina abogando por “la necesidad urgente de una agenda política integrada de colaboración”.
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