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‘El cazador de extraterrestres’, de Roberto Mollá
Gabinete de Dibujos
Literato Azorín 33, València
Hasta el 6 de mayo de 2022
Decía el psicoanalista Jacques Lacan que no hay seres normales que valga, porque todos somos, de una u otra forma, normópatas. Es decir, sujetos aparentemente normales con alguna que otra patología. Los artistas lo que hacen con su trabajo es subrayar esa normopatía, para que los espectadores podamos a su vez reconocernos en ella y descargar la angustia que nos habita. Angustia derivada del tiempo limitado que se nos concede en vida y del cual, lógicamente, huimos por pura supervivencia.
Cojamos el texto que nos invita a entrar en la novela ‘Geografía del tiempo’, de A. G. Porta, y que está en la raíz del proyecto de Roberto Mollá ‘El cazador de extraterrestres’, que Gabinete de Dibujos acoge hasta el 6 de mayo. Dice así: “En la mañana del jueves día 1 de septiembre de 1994, cae tiroteado en una cafetería de la Place de la Contrescarpe de París el viejo guionista de ‘Concierto del No Mundo’. En ese instante, su homicida y joven amante ha resuelto el esquema de la que será su próxima obra, cuya trama acontece en una lejana Ciudad del Espacio”.
Esa ‘Ciudad del Espacio’ es la que recrea, sin grandes efectos especiales, pero con una minuciosidad de orfebre y talento desbordante, Roberto Mollá, siguiendo el rastro que deja ese viejo guionista en su relato. “La exposición nace de la identificación que yo encuentro con el protagonista de la novela, que es el cazador de extraterrestres”, explica el artista.
“Lo podemos resumir”, añade, “en una idea: el cazador de extraterrestres lleva vida de artista, de creador, aspecto que me interesó, de entre los muchos que toca la novela. Me reconozco no en su carácter, sino en sus rutinas y sus obsesiones. Es un coleccionista de imágenes, que recolecta y archiva”.
El texto que nos anima a adentrarnos en la historia prosigue así: “Con la Tierra destruida y la especie a un paso de la extinción, solo en su delirio, desde un sillón de su cuartel general en el Hong Kong Café, el cazador de extraterrestres se dispone a hacer recuento de la historia de la humanidad. Y todo ello durante esos breves segundos en que su cuerpo yace en el piso de la cafetería, agonizante”.
Lo han escuchado: “Solo en su delirio”. Como el artista, cabría añadir. Como usted y yo, a poco que abramos la escotilla de la conciencia y nos atrevamos a mirar ese mundo exterior sin las anteojeras de una normalidad, de la que, paradójicamente, huimos como locos cualquier noche de fiesta o durante el agitado periodo estival. Los artistas, y Roberto Mollá lo es en grado sumo, lo que hacen es aventurarse mediante el acto creativo en ese tiempo extraño que la novela subraya, sin necesidad de sustancias psicotrópicas, ni grandes aspavientos.
“Todo en la novela es cíclico, las cosas se repiten, el tiempo parece fragmentado, y realmente no pasa nada, salvo lo que pasa en su mente, sus recuerdos, sus memorias y lo difícil que es aprehender esos recuerdos, trasladarlos a una imagen y darles un sentido”, señala Mollá, contando, para expresar esa extrañeza del tiempo fragmentado, con la sola técnica del lápiz sobre papel milimetrado, “pero no el comercial, que es de calidad muy mala y no tiene gramaje, sino otro de más calidad para que aguante si le pongo gouache o técnicas al agua”, subraya.
“En realidad, toda la historia”, continúa explicando, “es un delirio mental de una persona que está agonizando. Por eso el tiempo es extraño, como lo es en los sueños, de forma que el libro tienes que leerlo con la lógica del sueño. Por eso es tan difícil de contar esta historia”. Tan solo hace falta escuchar cualquiera de esos momentos de nuestra vida en los que las palabras no alcanzaban a describir lo que sentíamos. Momentos de perplejidad necesitados de un lenguaje distinto al habitual.
“En el fondo no hay ningún viaje, pero todo comienza con un viaje tras el disparo que le pegan, provocando ese viaje al interior de su mente, donde se desarrolla todo. No es un viaje al espacio, sino un viaje mental. Yo he querido representar ese viaje, con una estética de años 30 y una nave extraña de art decó, retrofuturista, de cómic de esa época”.
Con referencias a ‘Blade Runner’, película de Ridley Scott, ‘El show de Truman’ (Peter Weir) o ‘2046’, de Wong Kar-Wai, Roberto Mollá nos transporta a esa Ciudad del Espacio, para que nos pongamos en la piel de quien está solo en esa urbe, rodeado de cadáveres, que están ahí sin saber muy bien lo que ha pasado, y cuya misión es descubrir cuáles de esos cadáveres son extraterrestres y cuáles no. “Su método para saberlo es a través de una técnica fotográfica, que es la cámara Kirlian, que los detecta por un halo que dejan sus figuras”, detalla.
Además, para llevar a cabo su misión, tiene un listado, de ahí los archivadores de la exposición, con el fin de descubrir a los seis que busca. “Es muy ‘Blade Runner’”, reconoce, al tiempo que señala sus otras referencias, como “‘Flash Gordon’, los cómics de ciencia ficción que leí en la adolescencia, las músicas de los años 80, el vorticismo, o los píxels”.
Con los archivadores, realizados a lápiz en un pulcro blanco y negro, ha querido representar la memoria física de un artista o, llegados al caso, la de un cazador de extraterrestres. “Todos tenemos nuestros atlas, nuestras colecciones, álbumes con el registro de imágenes, notas”, advierte, para señalar a continuación: “La diversidad de los archivos es para mí un conjunto de juegos geométricos, como un Mondrian, con sus estructuras ortogonales y de vacío, además de la idea de repetición con su concepción musical que crea un ritmo. Son archivos absolutamente realistas, pero en el fondo abstractos”.
Esa ligazón entre el realismo y la abstracción es la misma que se produce entre la cruda realidad del disparo y su agonía; entre la vigilia y el sueño. “La novela es metafísica, donde el tiempo está detenido y no sucede realmente nada. De ahí la dificultad para saber lo que tienen de verdaderos esos recuerdos, al ser recuerdos de recuerdos con los que conformas tu propia ficción sobre el pasado”.
La exposición va también sobre el hecho de dibujar. “He hecho como un archivador al día y, al realizarlo, he registrado ese día mediante el dibujo y, mientras tanto, pensando en otras cosas; es como una experiencia zen”. Experiencia igualmente vinculada a un rostro de mujer, que pertenece a un fotograma de la película ‘2046’, la mujer androide que el escritor imagina y de la que está enamorado.
“Está hecha puntito a puntito: donde hay más sombra, el punto es más gordo y donde hay luz, el punto desaparece o es muy pequeño. Me gusta, haciéndolo así, cómo va apareciendo la imagen, tal y como ocurre en el cuarto oscuro de la fotografía. Tiene su magia”. La imagen tiene que ver con la mujer de quien está enamorado en la novela el cazador: una locutora de televisión con la que se obsesiona.
De nuevo, la obsesión; de nuevo, la normopatía, vinculada con el enamoramiento. “Al igual que nos pasa a los artistas, cuando piensas en una imagen y luego al hacerla se te escapa de las manos, también a veces con el amor pasa lo mismo: te enamoras de alguien y conforme te acercas parece que se desvanece. Me interesan precisamente los píxels por eso: por esa tensión entre la geometría abstracta y la figuración”.
Hay otros dos rostros en la exposición, con máscaras de estilo, dice, Anton Stankowski, “diseñador gráfico alemán, que fue quien creó el logo de Deutsche Bank, y por las que parece que te estás metiendo en sus cabezas. Al mismo tiempo son las máscaras que salen en la portada del disco ‘Remain in light’, de los Talking Heads”. Hay, también, otra alusión musical, en este caso a The Kinks, con esta frase impresa en la pared: “El día de mañana, ¿dónde estaremos? En una nave espacial, en algún lugar, navegando a través de un mar vacío”, de la canción ‘This time tomorrow’.
‘El cazador de extraterrestres’ se completa con una serie de mesas que representan el lugar de trabajo del propio Mollá, y donde se ven los diferentes procesos creativos. “La belleza, como decía Lautréamont, es el encuentro fortuito, en una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”. Lo dice para resumir su forma de trabajar con elementos distantes, “en mi caso la música de Talking Heads, el cine de David Lynch, ‘Blade Runner’, A. G. Porta, junto a pinturas de las vanguardias que a mí me gustan”.
Todo ello, conveniente y sutilmente mezclado, constituye su estrategia creativa. “Los artistas, de hecho, trabajamos en nuestras mesas haciendo pruebas y componiendo”, resalta, para concluir apuntando hacia esa ‘Geografía del tiempo’, extraña y seductora, de la que se ha nutrido: “Las paradojas espacio temporales son muy atractivas y poderlas poner en imágenes resulta muy sugerente”.
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