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‘Rodeo’, de Lola Quivoron
Con Julie Ledru, Antonia Buresi, Junior Correa, Ahmed Hamdi, Yannis Lafki, Louis Sutton, Cody Schroeder y Dave Nsaman, entre otros
CG Cinéma
Francia, 2022, 110 min.
Un personaje solitario y problemático con una fuerte coraza externa -pero de seguro sensible en su interior- se adentra en un nuevo círculo social en pos de ser feliz. Tendrá que soportar el rechazo inicial por ser el miembro novedoso y deberá luchar por demostrar su valía, pese a que todo vaya en su contra en un entorno tan peligroso como necesario para auto descubrirse.
Para ello se valdrá de la inestimable ayuda de nuevos compañeros de viaje capaces de abrir el corazoncito de la protagonista. Así es, a priori, la sinopsis de ‘Rodeo‘, la ópera prima de Lola Quivoron. Clichés, clichés y más clichés.
Pero ‘Rodeo’ no se deja engatusar por los moralismos baratos y las fórmulas mil veces plasmadas. Si bien es cierto que el largometraje no cuenta nada nuevo e incluso se desorienta en ocasiones, su habilidad para entremezclar drama social, feminismo y delincuencia juvenil con un thriller estilístico permite a la directora aterrizar en el panorama cinematográfico haciendo un caballito. Abróchense los cinturones.
Es complicado fijar el género específico de ‘Rodeo’. Y en esa ambivalencia reside su valía. Julia (Julie Ledru), una conflictiva joven, se une a un clan de moteros criminales. Al ser la única mujer del grupo, no tardará en crear una relación de sororidad -quizá de algo más- con la esposa del líder de la pandilla.
Marginados, ladrones, proyección de la juventud, pobreza, misoginia, empoderamiento… Una macedonia de temas se abren paso en la obra de Quivoron. Se consigue -casi con éxito total- que todos estos conceptos remen en la misma dirección sin que ninguno se separe del resto.
La película circula por una ancha autopista con numerosos carriles narrativos. Se desliza con naturalidad e ímpetu cuando navega por el drama. Ledru ofrece una interpretación descomunal -premiada en el Festival de Sevilla- y los conflictos internos y externos de su personaje se plasman de manera descarnada.
Los planos de cámara en mano se agitan tanto como válvulas y reflejan el descontrol absoluto que reina en su vida. No es casualidad que este nerviosismo audiovisual sólo se calme cuando Julia se sube a su moto. Una vez suelta el embrague, la cámara se estabiliza. Conduciendo es ella misma.
Sin embargo, ‘Rodeo’ peca de enrevesada en ocasiones y los múltiples arcos que decide crear alejan en determinados momentos al espectador. Derrapa con peligro, pero logra mantener el control cuando se desentiende finalmente de estos adornos. No hay tiempo para filigranas.
En el momento en el que encarrila el thriller es cuando de verdad las cilindradas de ‘Rodeo’ se hacen notar y explota con violencia y descaro. Los atracos a toda velocidad y las persecuciones son confeccionados con tanta delicadeza como brutalidad. Las serpenteantes motocicletas hipnotizan en unos planos inundados por el rugir de los motores. Irónicamente, este infernal ruido, lejos de aturdir, consigue embelesar.
Se hace notar la experiencia de Lola Quivoron, la cual pasó varios meses viviendo en el mundo del motocross de asfalto. La directora se vale de este conocimiento para elegir con precisión cuándo es el mejor momento para incurrir en un primer plano de una llanta o cuándo se debe dar paso a una panorámica que englobe los vehículos. Confecciona un puzzle de lenguaje audiovisual idóneo para reflejar la velocidad, el peligro y las aventuras que trae consigo la gasolina.
Si bien esta ópera prima tropieza precipitada ocasionalmente debido a su indisociable precocidad, esa misma juventud es la pieza clave para que la energía corra como la pólvora. Equilibrada, arriesgada, sensible e inteligente. Poco más se puede -o debe- pedir a un primer largometraje. Miren atentamente por sus retrovisores, porque Lola Quivoron se acerca a toda velocidad.
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