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‘Escape’, de Rodrigo Cortés
Guion: Rodrigo Cortés, a partir de la versión libre de la novela homónima de Enrique Rubio
Reparto: Mario Casas, Anna Castillo, Guillermo Toledo, Josep Maria Pou, Blanca Portillo, José Sacristán, Juanjo Puigcorbé, José García, David Lorente y Albert Pla
Producción: Rodrigo Cortés, Martin Scorsese, Adrián Guerra y Núria Valls
Fotografía: Rafa García
129′, España, 2024
Cines Lys de València
Estreno: 31 de octubre de 2024
Una entrevista de Rafael Maluenda y Salva Torres
“La verdad os hará libres”. Este famoso pasaje bíblico también puede ser invertido, siguiendo el propio argumento a contracorriente de la película ‘Escape’, con la que Rodrigo Cortés nos sumerge en el torbellino pulsional del joven N. (Mario Casas), quien busca a toda costa que lo encarcelen para desprenderse de una libertad que vive como suplicio.
Inversión del citado pasaje que vendría a decir: “La libertad os hará verdaderos”. En ‘Escape’, valga la paradoja, no hay escapatoria posible para quien, sumido en lo que considera la gran mentira de la vida –representada por familiares, jueces, policías, psicólogos y funcionarios penitenciarios–, no hay otra verdad que valga que la del propio proceso autodestructivo.
Cabe otra nueva vuelta de tuerca: que sea el propio N., como bien apuntara Freud en ‘El malestar en la cultura’, quien, habitado por una agresividad interior que constituye el primer enemigo de la civilización, impida la posibilidad de establecer los lazos sociales imprescindibles para tejer los descosidos de una cultura amenazada, precisamente, por lo que Kafka llamó la “gran embestida de la vida interior”.
Rodrigo Cortés, siguiendo las peripecias de N., construye una película a modo de fábula siniestra mediante la cual interrogarnos acerca del malestar existencial de un sujeto que empieza ‘Mudito’ para terminar ‘Feliz’ a su perversa manera, tras pasar por otras diferentes fases o capítulos en los que divide el director su película: “Tímido’, ‘Dormilón’, ‘Gruñón’, ‘Culpable o niño’, ‘Mocoso’.
Y que empiece mudito no es baladí, porque, después de todo, es esa falta de palabra verdadera, más allá de la que se utiliza instrumentalmente para la generación de discursos en los que N. no encuentra inscripción alguna, la que le conduce [en inglés, drive es conducir, pero también pulsión] a una carrera por sobrevivir, pero en la cárcel, librado de una libertad que le pesa como si fuera su mayor condena.
Notable, en este sentido, que N. carezca de padre y que su madre se halle postrada en la cama de un hospital, sin mediar palabra con su hijo, cada vez que este la visita, y que sepamos, por boca de su hermana Abril (Anna Castillo), el desprecio que esa madre manifiesta por su hijo. ¿Sería, en este sentido, entendible esa búsqueda loca de protección, de cuidados, que, de nuevo perversamente, solo encuentra bajo el imperio de la más férrea de las leyes?
Rodrigo Cortés, que, como veremos a continuación, entiende el papel del artista como lo hiciera el escritor ruso Antón Chéjov –“Nuestro cometido es hacer preguntas, no responderlas”– o lo planteara el director David Cronenberg –“Cuando estoy haciendo arte, no tengo absolutamente responsabilidad social alguna; es como soñar”–, deja que sea ‘Escape’ quien bombee cuestiones a través de la atropellada sangre que corre por el interior de los fotogramas de su cautivadora última película, que se estrena el próximo 31 de octubre.
El plano final de ‘Escape’ recuerda al de ‘La naranja mecánica’ (Stanley Kubrick). De hecho, N., igualmente postrado en una cama, logra una serie de atenciones, aunque tales cuidados se produzcan en la cárcel, privado de su libertad.
La película es mucho más una gran pregunta que una respuesta y, desde luego, ofrece muchas respuestas posibles. Ni siquiera hay una respuesta secreta que haya que desentrañar, sino que muchas cosas son verdad a la vez.
Lo que más me interesa de las historias no es un pretendido mensaje, porque cuando quiero mandar un mensaje utilizo el wasap. Me interesan los personajes y honrar sus contradicciones y ambivalencias. Y tengo la impresión de que, si tú honras esa premisa y los exploras en profundidad, eso va a resonar de formas distintas en cada uno, dependiendo de sus propias vivencias.
Lo más interesante de esta premisa es cuán paradójico y contraintuitivo resulta cómo alguien, de forma voluntaria, trata de quedarse sin opciones, trata de que le quiten la libertad de encima y que le digan cuándo respirar y cuándo no.
Unos se sentirán conmovidos, otros sentirán una enorme empatía hacia su dolor, otros pensarán que, seguramente, es un jeta que está consiguiendo que sean otros los que se hagan cargo de sus responsabilidades. Y lo que es un hecho es que no es ninguna víctima.
Está buscando que la justicia lo encarcele por saltarse la ley en todo momento, pero, sin embargo, esa misma justicia se muestra incapaz de darle sentido a unas leyes que N. no deja de incumplir.
La película es tan kafkiana que es casi antikafkiana porque, en Kafka, como en general en la vida, una figura diminuta es aplastada por fuerzas que lo exceden. Y, de alguna manera, la apisonadora aquí es él: es N., aunque no lo parezca. Casi nadie sale indemne de su contacto con él. Es él el que va enloqueciendo a todo cristo, incluyendo al juez.
Porque sucede que en la cárcel funciona muy bien en primera instancia como amenaza y, en última instancia, como castigo; pero, claro, cuando quien tienes enfrente la busca como premio, ¿de qué modo puedes limitar sus opciones o coartar sus impulsos? No hay manera.
De forma que el único antagonista posible para una fuerza así es, precisamente, el juez [José Sacristán], dispuesto a prevaricar si es necesario para no cumplir con sus caprichos. Por eso le dice que la cárcel no es un hotel.
El punto nuclear que permite acercarnos a su necesidad de ir a la cárcel se localiza en el accidente de coche en el que muere su mujer, que parece llevarle a sentir una culpa infinita.
Bueno, esa una interpretación posible y la película la ofrece, pero también, cada vez que él se refugia detrás de una explicación cerrada como esta, llega un personaje y la desmonta. Así que no parece ser suficiente.
A él lo vemos como un enfermo. Sin embargo, vemos una imagen de su pasado y da la impresión de que era perfectamente normal hace no demasiado. Por otro lado, no estamos seguros de si estamos viendo un flashblack o una ensoñación de algún tipo o un reflejo del sarcasmo con el que la psiquiatra [Blanca Portillo] está definiendo su pasado.
No se nos dan certezas ni se nos dan seguridades. Y, cuando la propia psiquiatra lo desmonta –diciendo que es un poco cliché su historia de la culpa–, él no quiere oír, deja de escucharla y se pone a mirar por la ventana, porque N. es muchos N.
Hay una parte que te hace pensar en el espectro autista; hay otra parte que te hace pensar en un animal, en sus reacciones y en su corporeidad. Hay comportamientos que son los del niño, bien del niño inocente y candoroso, bien del niño manipulador, primario y egoísta. Y todos son N. y hay un N. al que le asoma el bicho también.
Y cuando oye algo que no quiere oír, no reacciona bien. Y cuando se le dice algo que no quiere oír, se aleja de la escena. Porque, insisto, N. es muchas cosas y es normal la compasión hacia él, aunque él hace muy poco esfuerzo porque el espectador lo quiera.
Sucede por sí solo porque, de forma empática, reaccionamos a su dolor; es obvio que es un personaje estropeado, como se estropea un reloj, pero no es una víctima.
La película ‘Psicosis’, de Alfred Hitchcock, fue vista por miles de personas, seguramente porque, más allá de los problemas clínicos del protagonista, su desdoblamiento de personalidad, a los espectadores les tocaba algo de sí que tenía que ver, en el fondo, con sus propias patologías. ¿Con N. nos sucede lo mismo?
Confío en que así sea de forma natural. Creo que, cuando exploras una historia de determinada manera, de forma automática rebota en las vivencias de cada uno y, obviamente, todos somos raros a nuestra manera. Pero lo que no intento a través de la película es sermonear a nadie; no lo soporto como espectador.
No se me ocurriría tratar de dar lecciones ni decirle a nadie que la película está hecha para abordar los grandes temas. La película está hecha para hablar de N. y creo que todas las historias abordan los grandes temas.
El que N. carezca de un nombre concreto y se le conozca, más bien, por un número tiene, qué duda cabe, la mayor importancia.
¿N. de nadie? [subraya Rafael Maluenda].
Ese es un buen disparo. La importancia del nombre es toda. En realidad, las cosas no son hasta que las nombras y, cada vez que N. revela su nombre, no lo oímos porque hay algo que nos interfiere: la distancia, el ruido. Y todos los nombres que él elige son no nombres, de alguna manera. Y su voluntad final es que, de hecho, se lo quiten, no que se lo cambien.
El poeta Thomas Moore afirmó: “Yo defendería la ley, aunque solo sea para defenderme de mí mismo”. En ‘Escape’ hay algo de esto.
Si esa es tu interpretación, es perfecta. La película va a ser tantas como espectadores la vean. Mi deseo es que cuatro personas salgan del cine y tengan cosas diferentes que decir. Incluso que la película sea diferente para ti esta tarde y que la película siga.
¿Cuáles son tus decisiones como cineasta a la hora de crear esta alegoría del mundo contada en forma de cuento telúrico?
El ejemplo utilizado con respecto a ‘La naranja metálica’ es pertinente en un sentido. ‘La naranja mecánica’ no es realista y, sin embargo, es verdadera. No sucede exactamente en nuestro mundo, sucede en un mundo muy parecido, pero lo reconocemos perfectamente en nuestro mundo.
Vemos un personaje fascinante, que hace cosas innombrables. Pasamos de la risa al espanto. A este personaje que hace cosas horribles lo curan, quitándole su humanidad, lo cual también nos espanta; le quitan el libre albedrío de encima, así es que por fin lo curan y final feliz, ya que está listo para volver a violar y matar.
¿Qué hace el espectador con eso? Lo que buenamente pueda y lo que buenamente desee. Porque Kubrick no te impone una mirada; te permite que seas tú el que gestione esa información y que decidas dónde rebota de ti y cómo de incómodo o cómodo te sientes, sintiendo según qué cosas. Y ahí es donde se produce el juego.
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